de parrafos, que sacaba a relucir en cuanto se presentaba la ocasion. Los clientes de «
Sono el telefono.
– La carcel de la guarnicion.
Era inaudito que se presentara anonimamente. Por lo general, vociferaba:
– Pareces muy triste. -Era la voz de Rinken, desde el otro extremo de la linea-. ?Como va todo? ?Has hablado con la Gestapo?
– ?Oh, callate! -rezongo
– Pues esto tiene facil solucion, Stahldschmidt. En el Batallon de castigo siguen necesitando otros tres suboficiales. Les encantara acogerte. ?Quieres que les telefonee?
– Ocupate de tus asuntos -rezongo
– ?Te da miedo ir al numero 8 de Stadthausbrucke? No comprendo por que, ya que tienes la conciencia tranquila.
– No te hagas el inocente, Rinken. Nadie tiene la conciencia tranquila hasta ese punto. Incluso los guardianes SD de Fuhlsbuttel y Neuengamme se ensucian en los calzones cuando han de acercarse a Stadthausbrucke.
– Todo saldra bien -dijo Rinken alegremente-. Incluso hay algunos que han vuelto de un batallon de castigo.
La tia Dora olisqueo su pernod.
– ?Ah, vaya! De modo que Paul ha atrapado a vuestro teniente. Debia de estar algo chiflado, en vista de lo que ha contado a diestro y siniestro.
El pequeno legionario se encogio de hombros y examino con atencion su bebida favorita, «el pequeno cabo». Se la bebia siempre en un vaso de agua, encontraba ridiculos los vasos de licor. Habia que llenarlos con demasiada frecuencia.
– Si, tienes razon, amiga mia. A nosotros dos, esto no nos ocurrira nunca. Sabemos como tratar a las ratas hambrientas. Pero hace mucho tiempo que conozco a ese imbecil. Tengo que hacer algo por el.
Tia Dora se echo a reir y escupio, asqueada, una castana podrida.
– Esta puerca de cocinera mereceria una azotaina. Ayer, empezo a pintarse mientras estaba preparando la comida. En la actualidad es un infierno tener que tratar con el personal. He hecho cuanto he podido para reunir lo mejor que se encuentra. Mi contable, por ejemplo, es un abogado que cumplio tres anos de prision por fraude, y conoce todas las combinaciones. Pero es un miserable. Todas mis chicas son rameras de pacotilla. Las protejo de la Policia y, aunque no te lo creas, me timan igual. Por ejemplo, fijate en Lisa, la de la barra. Ya ha presentado cuatro veces la baja por enfermedad, y telefonea ella misma con voz extenuada. Envie a Gilbert, el sucesor de Ewald, para que investigara mas a fondo.
Tia Dora contemplaba el techo, resignada. De repente, pego un punetazo en la mesa que hizo bailar los vasos.
– Esa zorra se lo pasa bomba todo el dia junto al Elba, en compania de un fulano. A ella le importa un bledo mi barra, pero nada pierde con esperar.
– Si, Dora, es dificil. Pero ?por que no tomas personal extranjero?
– Ah, no, gracias. En mi casa, no. La Gestapo recluta demasiados confidentes entre los extranjeros, y antes de haber tenido tiempo de decir «mu» me arrastraran por el cuello hasta Stadthausbrucke. Pero, volvamos a su teniente. ?De que le acusan? Quiero decir, ?que apartado le han aplicado?
– El 91 b, amiga mia -contesto el legionario, mientras cogia una castana.
Se enjuago la boca con el resto del contenido del vaso. La larga cicatriz que le atravesaba el rostro brillaba con un color sanguinolento.
– Me temo que perdera la brujula -prosiguio el legionario-. La Gestapo es como un perro hambriento que no suelta su hueso con facilidad. Porta me ha presentado a un tipo de la oficina del comisario auditor, un fulano que se vanagloria de su titulo de doctor, un canalla cuyo punto debil ha conseguido descubrir. Esta mas manso que un cordero y nos ha dejado examinar los documentos. Copias de los papeles de la Gestapo. Todo esta muy bien arreglado. El teniente Ohlsen ha servir de escarmiento. Ya sabes, se lee la acusacion ante las tropas, en el momento de ejecutarlo. Es algo que hace palidecer a los mas valientes.
– ?Que es el valor, Alfred? Nada mas que viento. Algo de que se vanaglorian ciertas personas, cuando estan bien seguras. La gente valerosa no existe. La Gestapo no necesita mas de diez minutos para destrozar a alguien, cuando se lo toma en serio. Contra la Gestapo solo hay un medio de defensa. Y es saber algo comprometedor sobre ella. Solo se tiene a aquel a quien se puede comprometer. Todo el mundo hincha desmesuradamente su propia falta.
El legionario meneo pensativamente la cabeza, inspiro una bocanada de humo de su cigarrillo, la echo por la nariz, y se inclino sobre la mesa.
– Es cierto, Dora. Practico esta filosofia desde los diez anos. Tenia un profesor, un granuja, que iba siempre tras de mi. Yo era chiquitin, el mas pequeno de la clase, y no sabia utilizar bien los punos. No aprendi a hacerlo hasta que ingrese en la Legion. Pero descubri que queria a la mujer del comisario de Policia. Desde entonces, fue siempre muy amable conmigo. Y la mujer, tambien.
– ?Diez anos? -dijo riendo tia Dora-. Estabas muy adelantado para tu edad. Yo estuve en el limbo hasta los diecisiete.
El legionario sonrio levemente.
– Bueno, y despues, compraste este establecimiento. Pero, ?no puedes conseguirme un permiso de visita? Tu sabes cosas de
– Creo que podria arreglarmelas para el permiso de visita, Alfred. Pero que le pongan en libertad es mucho mas dificil. Hasta un perro manso muerde si le quitas un hueso. Tu mismo lo has dicho hace un rato.
– Lo se -murmuro el legionario-. Colecciona prisioneros orno otros coleccionan sellos.
– Prisioneros y ejecuciones -anadio la tia Dora, mientras cogia una castana, que mojo pensativamente en la mantequilla derretida-. Es muy peligroso. Creo que voy a esconderme. Dare la llave del cafe a Britta, y no volvere hasta que pueda dar la bienvenida a los Tommies.
El legionario se rio y se froto la cicatriz.
– ?Te buscan, Dora? ?No sera que has ido demasiado lejos?