– Como te parezca. Tengo otras por el estilo. Quizas un dia abra un museo.
Bielert abrio mucho los ojos.
– ?Como has conseguido echarle el guante a esta correspondencia de antes del ano 33?
Tia Dora tenia la mirada perdida en el vacio.
– Paul, mientras tu aun ordenabas vacas en el correccional, y pensabas en la revancha, yo permaneci tranquila en espera de que el viento soplara del lado opuesto. Me decia: Es mejor asegurarse por anticipado, de modo que cuando saliste de la sombra y enviaste a tus mensajeros de la celula 31, estos se detuvieron en mi casa para echar un trago. Mis chicas se encargaron de vaciarles los bolsillos. El resto no es dificil de comprender, ?verdad, Paul? -Sonrio alentadoramente-. Pero, ?por que remover todo esto? En el fondo, solo te pido un permiso de visita.
– Ven a buscarlo a mi despacho.
– Ah, no, gracias, Paul. Me parece que el aire que alli se respira no es bueno para mi corazon. Enviame el permiso con uno de tus hombres.
– Me estoy preguntando si no seria una buena idea enviar a varios de mis muchachos a registrar tu establecimiento. Despues, podrian llevarte a mis oficinas. Alli hariamos todo lo posible por ti. Estoy seguro de que al cabo de unos dias, podrias contarnos cosas muy interesantes. Despues, podriamos dar un paseito en automovil, y preparariamos una simpatica tentativa de evasion. Tengo un
– Evidentemente, es una idea -confeso Dora, asintiendo con la cabeza para demostrar que habia comprendido-. Sin duda la has tenido ya mas de una vez, pero creo que eres lo bastante inteligente para saber que encierra ciertos riesgos. En el mismo instante en que me encontrara en una de tus celdas, tu estarias en otra.
– ?Cuidado, Dora! Un dia acabaras por traicionarte, y entonces caera el martillo. Tendras tu permiso de visita a las tres. Grei te lo traera.
– Muy bien. Grei y yo nos entendemos. Esta muy satisfecho de ser
Paul Bielert se levanto.
– Ten cuidado, Dora. Tienes muchos enemigos.
– Tu tambien, Paul. Nosotros dos nos entendemos.
El SD
Se detuvo en el matadero. Con lentitud, entro en la gran nave y contemplo a los carniceros que despanzurraban habilmente las vacas. Olfateo el olor de la sangre.
Alguien le hablo. Bielert no contesto y siguio indiferente su camino.
Se presento un celoso inspector.
– ?Eh, usted! -grito-. ?Cree que esto es un espectaculo de variedades? Esta prohibida la entrada. Marchese inmediatamente, por favor.
Bielert prosiguio, impasible, su paseo.
El inspector le cogio de un brazo.
Bielert saco del bolsillo su plaquita ovalada y la coloco ante las narices del inspector.
Este le solto inmediatamente, como si se hubiera quemado. Hizo una reverencia servil.
– ?Puedo servirle en algo?
– ?Larguese! -siseo Paul Bielert.
DISCIPLINA PENITENCIARIA
El comandante Rotenhausen venia una vez al mes para conocer a los nuevos detenidos. Al mismo tiempo, se despedia de los condenados. No de los condenados a muerte. Estos no le interesaban. Solo de los que debian partir hacia las prisiones militares de Torgau, Glatz y Gamersheim.
Preferia acudir ya muy tarde. Nunca antes de las diez de la noche. Mas bien hacia las once, cuando los prisioneros estaban dormidos. Siempre se producia una confusion total cuando se sacaba de la cama a los prisioneros, aun dormidos, para presentarlos al comandante, ligeramente ebrio.
Habian transcurrido cuatro dias desde el asunto del permiso de visita. Era casi medianoche. El comandante llegaba directamente del casino. Elegante, de buen humor… Su esclavina gris palido forrada de seda blanca flotaba al viento. Sus botas lustradas crujian. Llevaba un pantalon gris palido con galones demasiado anchos. Sus hombreras, las hombreras trenzadas de los oficiales de Estado Mayor, eran de oro