Cerro la puerta de golpe, y se alejo por el pasillo.
El lunes por la manana, el comandante Von Rotenhausen leyo la sentencia. Se agito nerviosamente durante la lectura, como si tuviera necesidad de ir al retrete y le costara trabajo contenerse. Le acompanaban Stever y
Poco antes de mediodia, un ojo atisbo durante mucho rato y con insistencia a traves de la mirilla. Un ojo oscuro, parpadeante… Por espacio de unos diez minutos, el ojo permanecio pegado a la mirilla. Era la mirada hambrienta de un vampiro.
Una hora mas tarde. Stever hizo su ronda.
– El carnicero en jefe te ha visto. Sus tres hachas acaban de llegar ?Quieres verlas? Son impresionantes, relucientes y cortantes. A su lado, una navaja carece de filo. Estan en la celda de paso, en unas magnificas fundas de cuero amarillo, con el aguila dorada en la empunadura.
– El pastor aun no ha venido -murmuro el teniente Ohlsen-. No puede ocurrir nada antes de que me visite.
– No temas. Ya vendra. Con los prusianos, el orden esta asegurado. No somos tan inhumanos como para enviar a alguien al cielo sin haberle preparado antes el camino. Pero aun no se ha presentado. Siempre telefonea antes, y despues hay que esperar unas dos horas. Por el momento, presta servicio en una Compania de Comunicaciones. Durante la guerra, los pastores y los cirujanos tienen siempre mucho trabajo. En tiempos de paz, no son tan importantes.
Por la noche, se oyo un grito. Un grito largo y profundo que desperto a toda la guarnicion. Los centinelas blasfemaron y gritaron.
No tardo en llegar
El pastor comparecio el martes, a las diez y media de la manana. Era un hombrecillo abatido, con grandes ojos azules y boca temblorosa. Su nariz goteaba sin cesar, y se la secaba con la manga de su sotana. Trajo un altar plegable que monto con ayuda del teniente Ohlsen. De un maletin estropeado saco una figurita de Jesus, hecha de carton pintado. La corona de espinas se habia roto, pero el pastor reparo el desperfecto con un poco de saliva. Habia tambien dos ramos de flores artificiales, envueltas en papel de seda. Se habia olvidado su Biblia, y tuvo que pedir prestada la del teniente Ohlsen, que estaba en la celda.
Cuando todo estuvo colocado, presentaba un aspecto amable.
– Ahora le da las galletas y la bebida -informo
Oyeron, tenuemente, como el pastor murmuraba algo,
– ?Diantre! No me sorprenderia que un angel atravesara las paredes. -Pego una palma en su voluminosa pistolera-, Si ocurriera, vive Dios que sabria recibirle. Yo, el
– Es comprensible, Herr
– Dios, angel o lo que sea, si sigue un camino que no sea reglamentario, si no lleva un permiso firmado por el juez, tendra que verselas conmigo. En mis dominios reinan la disciplina y el orden. Esto no tiene nada que ver con el caos del paraiso.
Durante tres segundos, cedio a Stever su puesto en la mirilla. Este suspiraba de placer. Era una maravillosa administracion del sacramento, de las que no se ven todos los dias.
– Bueno, ya ha terminado. Ahora estan sentados en la cama cogidos de la mano. El viejo lloriquea. Extranos heroes…
– ?Por que llora el guerrero del cielo? -pregunto Stever-. No es a el a quien van a afeitar.
– Esto nunca nos ocurrira a nosotros dos, puedes estar tranquilo -aseguro.
Stever guardo silencio. La idea de ponerse en contacto con la Gestapo seguia dandole vueltas al cerebro. Miro pensativamente el cuello de
– ?Que mira con esos ojos? -pregunto
– El cuello de Herr
– ?Mi cuello? -murmuro, pensativo-. ?Que le ocurre a mi cuello?
– Es grueso, Herr
– En efecto, Stever. Es un cuello de suboficial. No resulta facil cortarlo.
– El hacha esta muy afilada, Herr
– ?Diantre! ?Que le ocurre a usted, Stever? ?Tiene miedo? ?Menudas ideitas se le ocurren! ?No convendria que fuera a ver al psiquiatra? -Estuvo a punto de hacerse un nudo en la lengua al pronunciar la «p»-. Pensaba que algun dia seria usted
– Entendido, Herr
Durante el paseo de la tarde, Stever y Braum registraron los calabozos. Braum se ocupo de los del lado derecho del pasillo, y Stever de los de la izquierda. Hicieron varios descubrimientos.
En el calabozo 21, el de un coronel condenado a muerte, Braum encontro una rebanada de pan negro oculta bajo el colchon. En la celda 34, Stever confisco una colilla de dos centimetros. En la