de al lado, un pedazo de lapiz. Lo colocaron todo en un gran sobre azul. Stever estaba encantado. Era su trabajo preferido. Una especie de juego del escondite. Luego, los prisioneros serian castigados de acuerdo con el rito especial de el Verraco.

Stever terminaba de registrar el ultimo calabozo cuando un silbido anuncio la vuelta de los presos.

El teniente Ohlsen se detuvo un momento, sorprendido ante la puerta de su calabozo, y contemplo el espantoso desorden que habia ocasionado Stever. Despues, se precipito hacia el colchon y busco febrilmente. Sollozaba.

La puerta se abrio sin ruido y Stever entro. Sostenia entre dos dedos una pequena pildora amarilla.

– ?No estaras buscando esto, por casualidad? -pregunto sonriendo con los dientes apretados.

El teniente Ohlsen avanzo unos pasos. El baston de Stever silbo en el aire y le alcanzo en una rodilla. Ohlsen profirio un grito de dolor.

– Un prisionero ha de cuadrarse cuando un guardian entre su celda -le recordo Stever, siempre sonriente-. Si no lo hace, tenemos derecho a utilizar el baston. Para eso lo llevamos. He de reconocer que lo habias calculado bien. Tragarte esta porqueria un momento antes de la operacion. ?Como tienes tupe para hacer una cosa asi? ?Con las molestias que nos tomamos, y querer enganarnos! Pero te has equivocado en lo que a mi respecta, teniente. Hacia mucho que sospechaba que tenias algun truco. Estabas demasiado tranquilo. Tengo mucha experiencia en esas cosas. ?Te das cuenta de los problemas que hubiera tenido si llegas a tragarte esta pildora? Hay quien cree que Stever no ve nada, pero tengo un radar hasta en trasero. Evito las complicaciones. Me se de memoria el reglamento. Me se de memoria todos los HDV. Para eso me ensenaron a leer en la escuela. Podrian utilizarme como HDV viviente en las bibliotecas. Siempre pido una orden escrita cuando ocurre algo que se aparta de lo corriente. Si un dia vienen a decirme; «Stever, ha cometido usted un asesinato», me reire en sus narices, y les ensenare la orden escrita, y les dire: «Os equivocais. A quien debeis ahorcar es a quien ha firmado este papel. Yo no soy mas que un esclavo que se cine al reglamento. Y este reglamento no lo he hecho yo.» Ahora, tengo tu pildora, teniente, y me veo obligado a guardarla; de lo contrario, me espera el Consejo de Guerra. Quieren ver sangre, sea como sea, pero te aseguro que no sera la mia. De modo que haremos como si nunca hubieses tenido la pildora. Causaria demasiadas complicaciones. Se la dare al gato gris. Anoche, cuando quise acariciarle, me arano. Siento curiosidad por saber como funciona.

El teniente Ohlsen lloraba. Las lagrimas resbalaban por sus mejillas. La pildora era su ultimo triunfo. Le habia dado valor. Solo la idea de que seria el mismo quien decidiria el momento. Ahora, lamentaba amargamente no habersela tomado mucho antes. Era un error creer en la posibilidad de ser indultado en el ultimo momento.

– Demela -balbucio-. Demela, Stever.

– De ningun modo -rehuso Stever, moviendo la cabeza-. Has de seguir el reglamento. Pero puedo proporcionarte un consuelo: todo va muy de prisa. En cuanto estas en el tajo, todo ira tan rapido que no te daras cuenta de nada -Rebusco en sus bolsillos y saco una carta-. Mira, aqui hay algo para ti. Pero no olvides que ya puedes estarme agradecido.

– Una carta no puede ser peligrosa -dijo el teniente Ohlsen, desalentado.

– ?No? Pues el comandante y el Verraco opinan lo contrario. La tinta puede estar envenenada. En Munich, hubo un asunto asi. Fue aquel caso de los estudiantes. Uno de los tipos estuvo a punto de estirar la pata. «Veneno», dijo el matasanos. Se estrujaron el cerebro para averiguar como lo habia conseguido. Y luego, uno de los sabios de la Kripo penso en las cartas que el prisionero habia recibido. Enviaron toda la mierda al laboratorio, y descubrieron veneno en la tinta. Entonces, empezaron a funcionar los engranajes. Y detuvieron al que habia escrito las cartas. Fue a parar al cadalso, con los demas. Desde entonces, cuando en la puerta de la celda hay un circulo rojo, las cartas estan prohibidas. Pero el Obergefreiter Stever tiene buen corazon. Todos somos seres humanos. Lee la carta en mi presencia. Pero te lo advierto: si te la llevas a la boca, te pego un mamporro.

El teniente Ohlsen leyo con rapidez las pocas lineas de la carta.

Procedia de el Viejo.

Stever recupero la carta y empezo a leerla tranquilamente.

– El Alfred de que habla tu camarada, ?es el de la cicatriz?

El teniente Ohlsen asintio con la cabeza.

– No puedo ver a ese tipo. Ni siquiera querria tenerle aqui. Algo me dice que tiene algun agravio contra mi, y, sin embargo, yo me limito a cumplir lo que se me ordena. Podrias hacerme un favor, teniente: escribe unas palabras de recomendacion detras de esta carta. Por ejemplo: «El Obergefreiter Stever es un buen sujeto que me ha cuidado bien. Hace lo que se le ordena.» Y podrias terminar, anadiendo, por ejemplo: «P. S. Es un amigo de los prisioneros.» Firma, nombre y graduacion. Esto le da un tono oficial.

Stever coloco la carta ante el teniente Ohlsen y le entrego un boligrafo.

– Demuestre primero que es amigo de los prisioneros, Stever, y escribire.

– De acuerdo -replico Stever, sonriendo-. ?Que deseas?

– La pildora.

– Estas chiflado, teniente. Si la dinas, me ponen junto a la pared.

– Usted es quien decide, Stever. Pero nunca podra escapar de aquellos tipos. Yo, en su lugar, me pondria un cuello de acero.

Stever se estremecio.

– No me atrevo a darte la pildora, teniente. Pero que no seria mala idea largarse de aqui.

Fueron a buscar al teniente Ohlsen inmediatamente despues de la cena. Recorrieron el pasillo y salieron al patio. El pastor les precedia, rezando una oracion. Entraron en un tercer patio, rodeado de edificios penitenciarios. Alli se estaba al abrigo de las miradas extranas. El cadalso era de madera burda.

Vestidos con levitas, sombreros de seda y guantes blancos, el verdugo y sus dos ayudantes esperaban en la plataforma.

El otro condenado a morir decapitado habia llegado un poco antes que el teniente Ohlsen. Al pie del entarimado, estaban alineados los miembros del Consejo de Guerra y los oficiales. Un miembro del Consejo de Guerra leyo la sentencia. Nadie podia entender su murmullo. Era un hombre que sabia dominarse. Habia aprendido este arte durante cinco anos. Tiempo atras, habia sido un hombre culto.

El comandante de la prision comprobo la identidad de los condenados.

El primer ayudante del verdugo se adelanto y degrado a los dos hombres, cortandoles las hombreras.

El teniente Ohlsen era el ultimo. Su companero de dolor ascendio la escalera. El pastor rezo por la salvacion de su alma. Los dos ayudantes ataron al condenado. La tabla adquirio una posicion horizontal.

El verdugo levanto el hacha. La hoja, en forma semicircular, brillo bajo el sol poniente. Con voz sonora, grito:

– ?Por el Fuhrer, el Reich y la existencia del pueblo aleman!

El hacha bajo y atraveso el tendido cuello del hombre con un ruido sordo. Un breve estertor que parecia salir del cuerpo sin cabeza resono contra los muros de la prision. La cabeza cortada cayo en el cesto. El cuerpo se estremecia aun. Dos chorros de sangre manaban del cuello.

Los dos ayudantes del verdugo echaron habilmente el cuerpo en uno de los ataudes de madera de pino y colocaron la cabeza entre las piernas.

El Oberkriegsgerichtsrat, doctor Teckstadt, encendio lentamente un cigarrillo y se volvio hacia su colega, el doctor Beckmann:

– Digase lo que se quiera de las decapitaciones, hay que reconocer que son

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