muchas probabilidades de que los pies que estan dentro le pertenezcan.
– Un poco como el estiercol y el caballo -comento Adamsberg, que sentia la tension del cansancio en la espalda.
– Como el continente y el contenido. Pero no se si se trata de mi tio. Podria ser un primo, o un hombre del mismo pueblo. Alli son todos primos en mayor o menor grado.
– Bien -dijo Adamsberg dejandose caer de la mesa-. Aunque alguien coleccionara pies franceses, y aunque su camino se hubiera cruzado con el de su tio, ?que cono nos importa a nosotros?
– Usted dijo que nada impedia que nos interesaramos por el tema -dijo Danglard-. Usted es quien no queria soltar lo de los pies de Highgate.
– Alli, puede ser. Aqui, y en Garches, no. Y ha metido la pata con su viaje, Danglard. Porque, si esos pies son franceses, el Yard querra colaborar. Podria haberle tocado a otro equipo, pero ahora, gracias a usted, nuestra brigada estara en primera linea. Y yo lo necesito a usted para la carniceria de Garches, mas alarmante que un necrofilo que cortaba pies aqui y alli hace veinte anos.
– «Aqui y alli» no. Creo que los eligio.
– ?Lo dice Stock?
– Lo digo yo. Porque, cuando murio, mi tio estaba en Serbia, y sus pies tambien.
– ?Y se pregunta para que buscar pies en Serbia habiendo sesenta millones en Francia?
– Ciento veinte millones. Sesenta millones de personas son ciento veinte millones de pies. Comete usted el mismo error que Estalere, solo que al reves.
– Pero ?que hacia en Serbia su tio?
– Era serbio, comisario. Se llamaba Slavko Moldovan.
Justin venia corriendo hacia Adamsberg.
– Fuera hay un tipo que exige explicaciones. Hemos desmontado las banderolas, pero no quiere saber nada, tiene intencion de entrar.
11
El teniente Noel y Voisenet estaban cara a cara, a cada lado de la puerta, cerrando el paso cada uno con un brazo, en doble barrera, a un hombre poco intimidante.
– Nada demuestra que son ustedes policias -repetia-. Nada demuestra que no son ustedes ladrones, asaltadores. Sobre todo usted -dijo senalando a Noel, que tenia la cabeza casi rapada-. Quiero ver al hombre con quien he quedado, habiamos quedado a las cinco y media, y quiero ser puntual.
– El hombre en cuestion no esta visible -dijo Noel acentuando su sorna insolente.
– Ensenen sus carnets. Nada me lo demuestra.
– Ya se lo hemos explicado -dijo Voisenet-, los carnets estan en nuestras chaquetas, las chaquetas estan en la casa y, si soltamos esta puerta, usted entrara. Y todo el perimetro esta prohibido.
– Por supuesto que entrare.
– Entonces no hay solucion.
El hombre, considero Adamsberg al aproximarse al grupo, era obtuso o valiente para su estatura media y su cuerpo grueso. Porque, si pensaba estar tratando con asaltadores, lo mejor habria sido abandonar inmediatamente toda discusion y largarse. Pero el tipo tenia cierto aspecto profesional, cierto aspecto digno y seguro de si, con la cabeza alta y el ademan un tanto rigido del hombre de responsabilidad, en cualquier caso del hombre decidido a hacer su trabajo pase lo que pase, siempre que su traje no sufriera. ?Vendedor de seguros? ?Marchante de arte?
?Jurista? ?Banquero? Tambien habia, en su lucha contra los brazos de los dos policias, el indicio de un claro reflejo de clase. No era de los que uno podia echar, en todo caso no unos tipos como Noel y Voisenet. Parlamentar con ellos estaba por encima de su condicion, y puede que fuera esa conviccion social, ese fundamental desprecio de casta lo que hacia las veces de valentia al limite de la inconsciencia. No temia nada de sus inferiores. Aparte de esa postura, su rostro ingenioso y anticuado debia de resultar, cuando estaba en reposo, mas bien simpatico. Adamsberg puso las manos en la barrera de antebrazos plebeyos y lo saludo.
– Si son policias, no pienso irme de aqui sin haber visto a su superior -dijo el hombre.
– Soy el superior. Comisario Adamsberg.
Ese asombro, esa decepcion, Adamsberg los habia visto muchas veces en muchas caras. Asi como, enseguida, la sumision al grado fuese cual fuese su extrano titular.
– Encantado, comisario -contesto el hombre tendiendole la mano por encima de los brazos-. Paul de Josselin. Soy el medico del senor Vaudel.
Demasiado tarde, penso Adamsberg estrechandole la mano.
– Lo siento, doctor, el senor Vaudel no esta visible.
– Eso he entendido. Pero como medico suyo tengo derecho a ser informado, ?no es asi? ?Esta enfermo? ?Ha fallecido? ?Esta hospitalizado?
– Esta muerto.
– En su domicilio entonces. Si no, no habria todo este despliegue policial.
– Exactamente, doctor.
– ?Cuando? ?Como? Lo visite hace quince dias, y tenia todos los pilotos en verde.
– La policia se ve obligada a reservar sus informaciones. Es lo que se hace en caso de asesinato.
El medico fruncio el ceno y parecio mascullar la palabra «asesinato». Adamsberg se dio cuenta de que seguian hablando a cada lado de los brazos, como dos vecinos apoyados en una valla. Brazos mantenidos sin pestanear por los tenientes inmoviles, sin que a nadie se le ocurriera modificar esa disposicion. Toco con el dedo en el hombro de Voisenet y deshizo la barrera.
– Vamos fuera -dijo Adamsberg-. El suelo debe protegerse de la contaminacion.
– Entiendo, entiendo. Y tampoco podra decirme nada, ?verdad?
– Puedo decirle lo que saben los vecinos. El suceso se produjo en la noche del sabado al domingo. Descubrieron el cuerpo ayer por la manana. El jardinero, que volvio hacia las cinco, dio la alerta.
– ?Por que la alerta? ?Gritaba?
– Segun el jardinero, Vaudel dejaba las luces encendidas por la noche. Al regresar el jardinero, todo estaba apagado, cuando su patron tenia un miedo fobico a la oscuridad.
– Lo se, se remontaba a su infancia.
– ?Era usted su medico o su psiquiatra?
– Su medico de cabecera y, al mismo tiempo, su osteopata somatopata.
– Bien -dijo Adamsberg sin entender-. ?Le hablaba de el?
– En absoluto, le horrorizaba la psiquiatria. Pero lo que sentia yo en sus huesos me daba mucha informacion. A titulo medico, le tenia muchisimo aprecio. Vaudel era un caso excepcional.
El medico se callo ostensiblemente.
– Ya veo -dijo Adamsberg-. No me dira mas si no le digo mas. El secreto profesional bloquea las maniobras por ambas partes.
– Perfectamente.
– Comprendera que debo saber que hizo usted en la noche del sabado al domingo, entre las once y las cinco de la manana.
– Ningun problema, lo acepto muy bien. Teniendo en cuenta que la gente duerme a esas horas y que no tengo mujer ni hijos, ?que quiere que le diga? Por las noches estoy en la cama, salvo que haya una urgencia. Usted ya conoce esas cosas.
El medico vacilo, saco su agenda del bolsillo interior y se estiro la chaqueta para colocarla bien.
– Francisco -dijo-, el portero del edificio, que esta paralitico y a quien trato gratuitamente, me llamo hacia la una. Se habia caido entre la silla de ruedas y la cama, tenia la tibia como una escuadra. Le enderece la pierna y lo meti en la cama. Al cabo de dos horas, volvio a llamar: se le habia hinchado la rodilla. Lo mande a paseo y volvi a visitarlo por la manana.
– Gracias, doctor. ?Conocia usted al hombre de faena, Emile?