– Es una de mis agentes. Come sin parar, esconde la comida, y esta delgadisima.
– Angustia -dijo el medico en tono cansino-. Habria que ver eso. Habria que ver a todo el mundo y a mi tambien. Aceptaria un vino o algo asi -interrumpio de repente-, si no molesta a nadie. Es la hora del aperitivo. Y, aunque no lo parezca, estas cosas requieren energia.
En ese momento ya no habia nada del burgues de casta que Adamsberg habia visto detras de los brazos de sus adjuntos. El medico se habia aflojado la corbata y se pasaba los dedos por el pelo gris, con la expresion simple y plena de un tipo sudado que acaba de llevar a cabo un buen trabajo y que no lo tenia seguro una hora antes… Queria un trago el hombre, y esa alerta hizo reaccionar a Lucio inmediatamente.
– ?Adonde va? -pregunto el medico mirando como Lucio iba directamente al seto del fondo.
– Su hija le tiene prohibido el alcohol y el tabaco. Los esconde en diferentes rincones entre los arbustos. Los cigarrillos estan en doble caja de plastico, por la lluvia.
– Su hija lo sabe, claro.
– Claro.
– ?Y el sabe que ella lo sabe?
– Claro.
– Asi va el mundo, en la espiral del disimulo. ?Que le paso en el brazo?
– Lo perdio en la Guerra Civil espanola cuando tenia nueve anos.
– Pero tenia algo antes, ?no? ?Una herida sin cerrar? ?Un mordisco? En fin, no se, algo sin resolver, ?no?
– Una cosa sin importancia -dijo Adamsberg en un susurro-. Una picadura de arana que le picaba.
– Se rascara siempre -dijo el medico en tono fatalista-. Esta aqui -anadio golpeandose la frente-, grabado en las neuronas. Que siguen sin entender que el brazo ya no esta. Eso atraviesa los anos sin que el entendimiento pueda hacer nada.
– Entonces ?para que sirve el entendimiento?
– Para dar cierta seguridad a los hombres, y eso ya es mucho.
Lucio volvia con tres vasos y una botella que sujetaba con el munon. Dispuso todo en el suelo del cobertizo, lanzo una larga mirada a la gatita pegada a la mama.
– ?No estallara de tanto comer?
– No -dijo el medico.
Lucio sacudio la cabeza, lleno los vasos, pidio un brindis a la salud de la pequena.
– El doctor sabia lo de tu brazo -dijo Adamsberg.
– Pues claro -dijo Lucio-. Una picadura de arana se rasca hasta el final de los finales.
12
– Ese tipo -dijo Lucio- puede que sea un as, pero no quisiera yo que me tocara la cabeza, no sea que vuelva a ponerme a mamar.
Exactamente lo que hacia en ese momento, observo Adamsberg mientras Lucio chupaba el borde del vaso con ruido de tetina. Lucio preferia de lejos beber de la botella. Habia sacado los vasos para la ocasion, porque habia un extrano. Hacia mas de una hora que el medico se habia ido, y se estaban acabando la botella en el cobertizo, vigilando la camada dormida. Lucio consideraba que tenian que acabarla porque si no, despues, el vino se estropeaba. Acabar o no empezar.
– Tampoco quiero yo que se me acerque -dijo Adamsberg-. Solo me puso el dedo aqui -senalo la nuca-, y al parecer habia follon. «Caso interesante», dijo.
– En lenguaje medico significa que algo va mal.
– Si.
– Mientras estes de acuerdo con el follon, no tienes de que preocuparte.
– Lucio, supon por un segundo que eres Emile.
– De acuerdo -dijo Lucio, que nunca habia oido hablar de Emile.
– Peleon, compulsivo, de cincuenta y tres anos, razonable y derivante, salvado por un viejo maniaco que lo contrata como hombre de faena para cualquier tipo de trabajo, incluidas las partidas gigantescas de cinco en raya delante del fuego con sendos vasos de licor de guindas.
– No -dijo Lucio-, el licor de guindas me empalaga.
– Pero tu supon que eres Emile y que el viejo te sirve licor de guindas.
– Venga -dijo Lucio contrariado.
– Olvida el licor de guindas. Toma otra cosa, no tiene mucha importancia.
– De acuerdo.
– Supon que tu anciana madre este en un hospicio y que tu perro este en deposito en una granja porque has estado once anos en el talego, y supon que todos los sabados tomes la camioneta para ir a ver al perro con carne de regalo.
– Momento, no visualizo la camioneta.
Lucio lleno los dos ultimos vasos.
– Es azul, con los angulos redondeados, la pintura apagada, la ventana de atras tapada y con una escalera herrumbrosa en la baca.
– Ya la tengo.
– Supon que esperes el perro fuera, que salte la valla de la granja, que coma contigo y que pases una parte de la noche con el chucho en la parte trasera de la camioneta antes de irte a las cuatro de la madrugada.
– Momento, no visualizo el perro.
– ?Y la madre? ?La visualizas?
– Perfectamente.
– El perro es de pelo largo, blanco sucio con algunas manchas, orejas que cuelgan, pequeno como una pelota, bastardo de ojos grandes.
– Ya veo.
– Supon que el viejo maniaco haya sido asesinado y que te haya dejado una herencia en detrimento de su hijo. Eres rico. Supon que la pasma sospecha de ti y quiere arrestarte.
– No hay nada que suponer, me quieren arrestar.
– Si, supon que machacas las pelotas a un madero, rompes una costilla a otro y te largas.
– Vale.
– ?Que haces con tu madre?
Lucio mamo el borde del vaso.
– No puedo ir, la pasma vigila el hospicio. Entonces le mando una carta para que no se preocupe.
– ?Que haces con el perro?
– ?Saben donde se aloja?
– No.
– Entonces voy a verlo para hablar con el, para tranquilizarlo, no sea que me vaya, que no se preocupe, que volvere.
– ?Cuando?
– ?Cuando volvere?
– No. ?Cuando vas a ver el perro?
– Pues enseguida. No sea que me cojan, tengo que avisar antes al perro. En cambio, mi madre… ?conserva sus facultades?
– Si.
– Muy bien. Entonces, si voy al talego, la pasma avisara a mi madre. En cambio, al perro no lo avisaran. Menudos son. A cual peor. O sea que eso, lo de avisar al perro, me toca a mi hacerlo. Y lo antes posible.
Adamsberg paso los dedos por el vientre velludo de Charme, vacio su vaso en el de Lucio y se levanto, frotandose el culo del pantalon.
– Mira -dijo Lucio alzando su manaza-, si quieres ver a ese tipo solo antes de que haya visto al perro y antes de que el perro haya visto a los maderos, tienes que ponerte en camino ahora.