moverme, y me arrastre hasta la granja. No fuera que la palmara, para que Cupido no me esperara diez anos. Esperar no es vida. ?Como te llamas?

– Adamsberg.

– Esperar, Adamsberg, no es vida. ?Tu ya has esperado alguna vez? ?Has esperado mucho tiempo?

– Creo que si.

– ?Una mujer?

– Creo que si.

– Pues no es vida.

– No -confirmo Adamsberg.

Emile se sobresalto y se apoyo en la puerta.

– Ya solo quedan once kilometros -dijo Adamsberg.

– Habla tu, yo ya no puedo mucho.

– Quedate conmigo. Yo te hago preguntas, tu contesta si o no. Como en el juego.

– Es al contrario -susurro Emile-. En el juego no hay que decir si ni no.

– Tienes razon. El tipo te esperaba, esta claro. ?Habias dicho a alguien que ibas a la granja?

– No.

– ?Solo conociamos el sitio el viejo Vaudel y yo?

– Si.

– Pero ?pudo Vaudel contar la historia del perro a alguien? ?A su hijo, por ejemplo?

– Si.

– No le serviria de nada matarte. Tu parte de herencia no seria suya si murieras. Lo dice el testamento.

– La furia.

– ?Hacia ti? Seguramente. ?Has hecho tu un testamento?

– No.

– ?No tienes a nadie que herede? ?No hay hijos, seguro?

– ?No te ha confiado nada el viejo? ?Papeles, expedientes, confesion, remordimientos?

– No. Igual te han seguido a ti tambien -expulso Emile.

– Solo lo sabia un hombre -dijo Adamsberg negando con la cabeza-. Un viejo espanol manco y sin coche. Y a el le dispararon hace tiempo.

– Ya solo quedan tres kilometros. Tambien a ti te pudieron seguir desde el hospital de Garches. Tres coches de policia en la zona indicaban que andabas por alli. ?Te escondiste en el hospital?

– Dos horas.

– ?Donde?

– En Urgencias. En la sala de espera, con todo el mundo.

– No es mala idea. ?No viste a nadie seguirte al salir?

– No. Una moto quiza.

Adamsberg aparco lo mas cerca posible de la entrada de Urgencias, empujo los batientes de plastico amarillo, alerto a un interno agotado, saco su carnet para acelerar el tramite. Al cabo de un cuarto de hora, Emile estaba en una camilla, con una via en el brazo.

– No podemos quedarnos con el perro, senor -dijo una enfermera dandole la ropa de Emile metida en una bolsa.

– Lo se -dijo Adamsberg apartando a Cupido de Emile-. Emile, escuchame bien: no aceptes ninguna visita, ni una sola. Avisare a recepcion. ?Donde esta el cirujano?

– En el quirofano.

– Sobre todo digale que conserve la bala que queda en la pierna.

– Un segundo -dijo Emile cuando la camilla se ponia en marcha-. Si la palmo, Vaudel me pidio una cosa si moria el.

– Ah, ?lo ves?

– Pero solo es una cosa de amor. Dijo que la mujer era vieja, pero que le haria ilusion de todos modos. Esta cifrada, no confiaba en mi. Al morir el, yo tenia que echarla al buzon. Me hizo jurarlo.

– ?Donde esta ese papel, Emile? ?Y la direccion?

– En mi pantalon.

13

Las latas de pate, las galletas, el tretrabrick de vino imbebible, el conac de munecas, Adamsberg solo pensaba en eso al ir hacia el parking. Un objetivo que en otro tiempo y otro lugar habria encontrado desolador, pero que en ese momento conformaba un nitido punto de belleza y de placer y focalizaba su energia. Instalado en la parte trasera del coche, dispuso las maravillas de Froissy en el asiento. Las conservas se abrian sin abrelatas, una pajita estaba pegada en el costado del carton de vino, se podia confiar en el talento practico de la teniente Froissy, que alcanzaba cimas en su especialidad de ingeniera de sonido. Unto el pate en una galleta, se lo metio todo en la boca, curiosa mezcla de dulce y salado. Otra para el perro, otra para el, hasta que las latas estuvieran vacias. No habia problema entre el perro y el. Parecia claro que habian ido juntos a la guerra, su amistad podia prescindir de comentario y de pasado. Adamsberg perdonaba, pues, a Cupido su olor a estiercol y el que esa peste hubiera invadido el habitaculo. Le sirvio agua en el cenicero del coche y abrio el carton de vino. El tintorro - pues no habia otra palabra para designarlo- se derramo en su organismo, dibujandole al acido todos los contornos de su sistema digestivo. Se lo bebio todo, bastante satisfecho de esa quemadura, tan verdad es que un sufrimiento leve hace que uno se sienta vivo. Tan verdad es que estaba feliz, feliz de haber encontrado a Emile antes de que este se vaciara en la hierba acompanado por el lamento del perro. Feliz, casi euforico, y se tomo el tiempo de admirar la perfeccion de las botellitas de conac para munecas antes de meterselas en el bolsillo.

Medio tendido en el asiento, tan a gusto como en el salon de un hotel, marco el numero de Mordent. Danglard solo pensaba en los pies de su tio, y queria dejar dormir a Retancourt, que llevaba dos dias sin parar. Mordent, en cambio, buscaba la accion para distraerse de su abatimiento, lo que explicaba probablemente su absurda precipitacion de esa manana. Adamsberg consulto sus relojes, de los cuales solo uno brillaba en la noche. Mas o menos la una y cuarto de la madrugada. Hacia una hora y media que habia encontrado a Emile, dos y media que le habian disparado.

– Espero a que se despierte, Mordent, tomese su tiempo.

– Hable, comisario, no estaba durmiendo.

Adamsberg puso la mano sobre Cupido para que cesaran sus ganidos y escucho el ligero ruido de fondo en el telefono. Era un ruido de mundo exterior, no de apartamento. Coches circulando, paso de un camion. Mordent no estaba en su casa. Estaba plantado en una avenida desierta en Fresnes y miraba los muros.

– Tengo a Emile Feuillant, comandante. Tiene dos balas en el cuerpo, esta en el hospital. La agresion tuvo lugar antes de las once a veinte kilometros de Chateaudun, en pleno campo. Localiceme a Pierre Vaudel, compruebe si volvio a su casa.

– Normalmente si, comisario. Debio de llegar a Avinon hacia las siete de la tarde.

– Pero no estamos seguros; si no, no le pediria que lo comprobara. Hagalo ahora, antes de darle tiempo a repatriarse. No por llamada telefonica, podria haberla desviado. Mande a la policia de Avinon.

– ?Con que motivo?

– Vaudel sigue estando bajo vigilancia, con prohibicion de abandonar el territorio.

– No gana nada matando a Emile. Segun el testamento, la parte de Emile va a su madre si el muere.

– Mordent, le estoy pidiendo que lo compruebe y que me mande la informacion. Llameme en cuanto la tenga.

Adamsberg saco la ropa de Emile, extirpo el pantalon pegado de sangre, extrajo el papel del bolsillo trasero derecho, intacto. Doblado en ocho y metido hasta el fondo. La escritura era aguda y bien formada, la de Vaudel padre. Una direccion en Colonia, Kirchstrasse 34, para la senora Absten Y luego: «Bewahre unser Reich,

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