– No te he dicho que vaya a hacer eso.

– No, no me lo has dicho.

Adamsberg conducia lentamente, consciente de que el cansancio y el vino habian mermado sus recursos. Habia apagado el movil y el GPS, por si existiera algun policia igual de listo que Lucio, lo cual no era facil, ni siquiera en los cuentos y leyendas de Mordent. Ningun plan preciso acerca de esa bestia parda que era Emile. Salvo lo que habia resumido Lucio: llegar a Chateaudun antes de que la pasma llegara al perro. ?Por que? ?Porque las bonigas eran diferentes? No. No sabia cuando habia dejado huir a Emile, suponiendo que lo hubiera hecho. ?Entonces? ?Porque Mordent se habia cruzado en su camino como un bufalo? No, Mordent desvariaba, eso era todo. ?Porque Emile era un buen tio? No, Emile no era un buen tio. ?Porque Emile corria el riesgo de morir de hambre como una rata en la maleza por la estupidez de un madero deprimido? Quiza. Y llevarlo al talego, ?acaso era mejor que la maleza?

Adamsberg no estaba muy dotado para las volutas que conllevaban los «quiza», mientras que a Danglard le encantaban hasta perder el equilibrio, atraido por el negro abismo de la anticipacion. Adamsberg conducia hacia la granja, eso es todo, rezando por que nadie hubiera oido su conversacion de esa manana con Emile la bestia, con Emile el heredero, propietario en Carches y Vaucresson. Mientras Danglard se debatia en ese mismo momento en el tunel de la Mancha, embebido en champan, y todo porque se habia preguntado, quiza, si un pirado habia cortado los pies a su tio, a menos que se tratara de los pies de un primo de su tio, alli, en los montes lejanos. Mientras Mordent miraba fijamente los muros de la prision de Fresnes y, maldita sea, ?que se podia hacer con Mordent?

Adamsberg aparco el coche en un arcen, a la sombra del bosque, e hizo los ultimos quinientos metros a pie, avanzando despacio, tratando de localizar las cosas. La valla que saltaba el perro, pero ?que valla? Estuvo media hora dando vueltas alrededor de la granja -tres cuartos de leche, un cuarto de carne-, con las piernas cansadas, antes de encontrar la valla mas probable. A lo lejos, otros perros ladraban al sentir que se aproximaba, y se pego a un arbol, se quedo inmovil, comprobo su bolsa y su arma. El aire olia a estiercol, lo cual lo reconforto, como a todo ser humano. No dormirse, acechar, con la esperanza de que Lucio tuviera razon.

Un debil gemido, un pequeno lamento irregular llegaba a el con el viento tibio, mas alla de la valla, posiblemente a unos cincuenta metros de alli. ?Un animal atrapado? ?Una rata en la maleza? ?Una garduna? En cualquier caso, asi de pequeno. Adamsberg se apoyo mejor contra el tronco, doblo las piernas, se balanceo suavemente para no dormirse, imagino el trayecto de Emile desde Garches hasta alli en autostop, con camioneros poco escrupulosos con el aspecto del tipo si este pagaba. Esa manana, Emile llevaba por encima de su mono una cazadora ligera bastante grasienta, con las mangas todas deshilachadas. Volvio a ver las manos de Emile antes de recordar su frase. Sus dos manos frente a frente, con los dedos abiertos dibujando el volumen del perro. «Asi de pequeno.» Adamsberg se enderezo y escucho el lamento persistente. Asi de pequeno. Su perro.

Progresando lentamente, se aproximo al lamento. A tres metros distinguio la pequena masa blanca del perro, sus movimientos enloquecidos alrededor de un cuerpo.

– ?Emile, mierda!

Adamsberg lo levanto por un hombro y aplico sus dedos a la base del cuello. Latia. A traves de las desgarraduras de la ropa, el perro lamia febrilmente el vientre del hombre, pasaba a su muslo, volvia a lamer, lanzaba su irrisorio quejido. Se interrumpio para observar a Adamsberg, emitio un ganido diferente que parecia decir: «Gracias por ayudarme, amigo». Y prosiguio su labor, arrancando tela del pantalon, lamiendo el muslo como si quisiera depositar en el la mayor cantidad posible de baba. Adamsberg encendio la linterna, ilumino el rostro de Emile, sudado y mugriento. Emile el Apaleador, caido, vencido, el dinero no hace la felicidad.

– No hables -ordeno Adamsberg.

Sosteniendo la cabeza con la izquierda, deslizo suavemente los dedos bajo la parte trasera del craneo, lo exploro de arriba abajo, delante y detras. No habia herida.

– Cierra los parpados para decir «si». ?Sientes el pie? Estoy apretandotelo.

– Si.

– ?Y el otro? Te lo aprieto.

– Si.

– ?Ves mi mano? ?Sabes quien soy?

– El comisario.

– Eso es, Emile. Estas herido en el vientre y en la pierna. ?Lo recuerdas todo? ?Te has peleado?

– Peleado no. Me han disparado. Cuatro tiros. Me han dado dos veces. Alla en la torre de aguas.

Emile tendio un brazo a la izquierda. Adamsberg escruto la oscuridad, apago la linterna. La torre de aguas se alzaba a un centenar de metros delante del bosque, el que Emile debio de recorrer arrastrandose hacia la valla hasta casi alcanzarla. El tirador podia volver.

– No hay tiempo de esperar una ambulancia. Vamonos inmediatamente.

Adamsberg palpo rapidamente la superficie de la espalda.

– Tienes suerte, la bala ha salido por el flanco sin tocar la columna. Traigo el coche en dos minutos. Di a tu perro que pare de gemir.

– Cierra el pico, Cupido.

Adamsberg aparco con los faros apagados lo mas cerca posible de Emile y bajo el respaldo del asiento del copiloto. Detras, alguien habia dejado una gabardina beige, seguramente la de la teniente Froissy, que siempre se vestia bastante estrictamente. La rasgo de varias cuchilladas, arranco las mangas, corto dos largas tiras, tropezo con los bolsillos internos y externos, llenos a rebosar. Adamsberg lo sacudio todo en la oscuridad, vio caer latas de pate, frutos secos, galletas, media botella de agua, caramelos, 25 el de vino en tetra brick y tres botellas de conac para munecas, como las que se encuentran en los bares de tren. Sintio compasion por la teniente, y luego gratitud. Las reservas neuroticas de Froissy iban a servir.

El perro, enmudecido, se aparto de las heridas para dejar trabajar a Adamsberg, dejandole el relevo. Adamsberg despejo rapidamente la herida ventral, limpia, puesto que la lengua de Cupido habia limpiado bien los bordes, apartado la camisa, quitado la tierra.

– Ha hecho un buen trabajo, tu perro.

– La saliva de perro es antiseptica.

– No lo sabia -dijo Adamsberg rodeando las heridas con las tiras de gabardina.

– Tengo la impresion de que no sabes gran cosa.

– ?Y tu? ?Sabes cuantos brazos tiene Shiva? Sabia al menos que estarias aqui esta noche. Voy a llevarte, intenta no gritar.

– Me muero de sed.

– Despues.

Adamsberg instalo a Emile en el coche, le estiro las piernas con precaucion.

– ?Sabes que? -dijo-. Nos llevamos al perro.

– Si -dijo Emile.

Adamsberg condujo sin luces durante cinco kilometros y se detuvo sin apagar el motor en la entrada de un camino. Destapo la botella de agua, pero suspendio el gesto.

– No puedo darte de beber -dijo renunciando-. ?Y si tuvieras el estomago agujereado?

Adamsberg embrago y salio a la carretera general.

– Tenemos 20 kilometros antes de llegar al hospital de Chateaudun. ?Crees que aguantaras?

– Hazme hablar, porque me da vueltas la cabeza.

– Fija la mirada hacia delante. Del tipo que te disparo ?viste algo?

– No. Los disparos venian de detras de la torre de aguas. Me esperaba, eso esta claro. Cuatro balas, te he dicho, y solo dos dieron en el blanco. No es un profesional. Me cai, lo oi venir corriendo. Me hice el muerto, trato de tomarme el pulso, de ver si habia acabado conmigo. El hombre estaba aterrorizado, pero era capaz de meterme otras dos balas en el cuerpo para asegurarse.

– No te embales, Emile.

– Ya. Un coche se paro en el cruce y el hombre se asusto, salio disparado como una liebre. Espere sin

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