Danglard ilustro lo que acababa de exponer, y anadio rojo en el craneo y los organos genitales, verde en las claviculas, las orejas, los gluteos. Una vez coloreado el dibujo, expresaba una logica aberrante pero indudable, que demostraba que el asesino habia decidido destruir o salvar de un modo no aleatorio. Y el sentido de esa extravagancia no era accesible.
– En lo referente a los organos, tambien se detecta una seleccion -prosiguio Danglard-. Los intestinos, el estomago y el bazo no interesaron al asesino, tampoco los pulmones ni los rinones. Se centro en el higado, el corazon y el cerebro, del cual una parte fue quemada en la chimenea.
Danglard dibujo tres flechas que partian del cerebro, del corazon y del higado, sacandolos del cuerpo.
– Es una destruccion de su espiritu -aventuro Mercadet, rompiendo el silencio un tanto aturdido de los agentes, cuyas miradas se habian quedado prendidas de los dibujos.
– ?El higado? -dijo Voisenet-. ?Para ti el higado es el espiritu?
– Mercadet tiene razon -dijo Danglard-. Antes de la cristiandad, pero tambien mas tarde, se creia en la presencia de varias almas en un cuerpo:
– Ah -concedio Voisenet, pues todo el mundo consideraba que el saber de Danglard no era discutible.
– En cuanto a la destruccion de las articulaciones -dijo Lamarre con su rigidez habitual-, ?seria para que el cuerpo ya no funcionara? ?Como si se rompieran los engranajes?
– ?Y los pies? ?Por que los pies y no las manos?
– Igual -dijo Lamarre-, ?para que no ande?
– No -dijo Froissy-. Eso no explica el pulgar. ?Por que destruye sobre todo el pulgar?
– Pero ?que estamos haciendo? -pregunto Noel levantandose-. ?Que demonios hacemos buscando buenas razones plausibles a toda esta mierda? No hay buenas razones. Hay la del asesino, y no podemos tener la menor idea de cual es, ni el menor atisbo.
Noel volvio a sentarse, y Adamsberg asintio.
– Es como el tipo que se comio el armario.
– Si -aprobo Danglard.
– ?Para que? -pregunto Gardon.
– Precisamente. No lo sabemos.
Danglard volvio a la pizarra y destapo una hoja de papel en blanco.
– Peor aun -prosiguio-, el asesino no dispuso los elementos de cualquier manera. El doctor Romain tenia razon, los disperso. Seria una pesadez dibujarlo todo, ya veran la reparticion espacial en el informe. Por poner un ejemplo, una vez separados y aplastados los cinco metatarsos, el asesino los lanzo a los cuatro rincones del salon. Lo mismo con cada parte del cuerpo, dos trozos aqui, uno alla, otro en otra parte, otros dos bajo el piano.
– Igual es un tic -dijo Justin-. O una chifladura. El tipo lo tira todo en circulo a su alrededor.
– No hay una buena razon -repitio Noel rezongon-. Estamos perdiendo el tiempo. De nada sirve interpretar. El asesino esta rabioso, lo destroza todo, se ensana aqui y alli, no sabemos por que y nos atenemos a eso. A la ignorancia.
– Una rabia capaz de arder durante horas -preciso Adamsberg.
– Precisamente -dijo Justin-. Si la ira no se apaga, es quiza la razon de esa carniceria. El asesino no puede detenerse, quiere seguir y seguir, y todo acaba en pure. Es como uno que bebe hasta caer redondo.
O que se rasca la picadura de arana, penso Adamsberg.
– Pasemos al material -dijo Danglard.
Una llamada lo interrumpio, el comandante se alejo casi con viveza, aplastando el telefono contra su oreja. Abstract, diagnostico Adamsberg.
– ?Lo esperamos? -pregunto Voisenet.
Froissy se revolvio en su silla. La teniente se alarmaba por la hora de la comida -ya eran las dos treinta y cinco-, se retorcia en su asiento. Todos sabian que la idea de saltarse una comida desencadenaba en ella una reaccion de panico, y Adamsberg habia pedido a los agentes que tuvieran cuidado con eso porque, en tres ocasiones en plena mision, Froissy se habia desmayado de miedo.
16
Se reunieron en un barucho mugriento al final de la calle, El Cubilete, porque a esas horas la elegante Brasserie des Philosophes, que estaba enfrente, no servia, puesto que solo funcionaba a las horas convencionales. Segun el humor de cada cual y su dinero, podia, con solo cruzar la calle, optar por la vida burguesa o proletaria, pensarse rico o pobre, elegir el te o el vaso de tintorro.
El dueno distribuyo catorce bocadillos -solo quedaban de gruyere, no se podia escoger- y otros tantos cafes. Sin preguntar a nadie, puso tres jarras de tinto en la mesa, no le gustaban los clientes que rechazaban su vino, cuyo origen era, por lo demas, desconocido. Danglard decia que era un mal Cotes-du-Rhone, y lo creian.
– El pintor que se suicido en la carcel, ?han avanzado? -pregunto Adamsberg.
– No ha habido tiempo -dijo Mordent rechazando su bocadillo-. Mercadet se pone a ello esta tarde.
– El estiercol, los pelos, el panuelo, las huellas, ?que han dicho?
– Son estiercoles diferentes, es verdad -dijo Justin-. El de Emile no se corresponde con los pegotes del salon.
– Que tomen muestras del perro para comparar -dijo Adamsberg-. Hay un noventa por ciento de posibilidades de que Emile lo trajera de la granja.
Cupido estaba detras de sus piernas. Adamsberg no habia intentado todavia ningun cara a cara con el gato.
– Apesta ese perro -dijo Voisentet al final de la mesa-. Apesta hasta aqui.
– Primero las muestras, luego lo lavamos.
– Lo que quiero decir -insistio Voisenet- es que apesta de verdad.
– Cierra el pico -dijo Noel.
– En cuanto a las huellas, no hay sorpresas -prosiguio Justin-. Por toda la casa son las de Vaudel y Emile, muchas de las de este en la mesa de juego, en el manto de la chimenea, las manecillas de las puertas, la cocina. Emile limpiaba concienzudamente, no hay muchas huellas, los muebles estan limpios. No obstante, tenemos una mala huella de Pierre hijo en el escritorio, otra bastante buena en el respaldo de una silla. Debia de acercarla a la mesa cuando trabajaba con su padre. Cuatro dedos masculinos desconocidos en la habitacion, sobre la trampa del secreter.
– El medico -dijo Adamsberg-. Debia de pasar consulta en ese cuarto.
– Por ultimo, otra mano de hombre en la cocina y una de mujer en un mueble del cuarto de bano.
– Ya esta -dijo Noel-. Una mujer en casa de Vaudel.
– No, Noel. No hay ninguna huella de mujer en su habitacion. Los vecinos aseguran que apenas salia. Hacia que le entregasen las compras a domicilio y recibia alli a la peluquera, al banquero y al sastre de la avenida. Lo mismo para sus aparatos telefonicos, nada personal. El hijo, una o dos veces al mes. Y aun era el joven el que hacia el esfuerzo de llamar. Su conversacion mas larga fue de cuatro minutos y dieciseis segundos.
– ?Ninguna llamada de Colonia? -pregunto Adamsberg.
– ?Alemania? No, ?por que?
– Parece que Vaudel amo hace tiempo a una anciana alemana. Una tal senora Abster, en Colonia.
– Eso no le impedia acostarse con la peluquera.
– No he dicho eso.
– No, no hay visitas de mujeres, los vecinos estan seguros. Y en esa puta avenida, lo saben todo unos de otros.
– ?Como sabe lo de la senora Abster?
– Emile me confio un mensaje de amor que tenia que mandar por correo si Vaudel moria.
– ?Que decia?
– Esta en aleman -dijo Adamsberg sacandoselo del bolsillo y poniendolo en la mesa-. Froissy, ?puede hacer