– Las victimas no solo fueron asesinadas, sus cuerpos fueron aniquilados. Ayer pregunte a Vladislav como se mata a un vampiro.
Arandjel asintio varias veces, empujo el plato y se lio un grueso cigarrillo.
– El objetivo no es tanto matar al vampiro como hacer que no vuelva nunca mas. Que quede bloqueado, impedido. Existen muchisimas maneras de hacerlo. Se cree que la mas corriente es la que consiste en atravesar el corazon. Pero no. Por todas partes, lo mas importante son los pies.
Arandjel solto un humo denso y hablo bastante rato con Vladislav.
– Voy a hacer el cafe -dijo Vladislav Plogerstein. Arandjel te ruega que disculpes la ausencia de postre, es que cocina sus comidas solo y no le gusta el dulce. Tampoco la fruta. No le gusta que el jugo se le derrame por las manos y queden pegajosas. Pregunta que te ha parecido la col rellena, porque solo te has servido una vez.
– Estaba deliciosa -dijo Adamsberg sinceramente, incomodo por haber olvidado comentar la comida-. Nunca como mucho a mediodia. Ruegale que no se lo tome mal.
Tras haber escuchado la respuesta, Arandjel asintio, dijo que Adamsberg podia llamarlo por su nombre y reanudo su exposicion.
– La medida mas urgente es impedir al cuerpo que ande. Si habia alguna duda sobre un difunto, la gente se ocupaba en primer lugar de sus pies, para que ya no pudiera desplazarse.
– ?Como llegaban las dudas, Arandjel?
– Habia senales durante el velatorio. Si el cadaver conservaba una tez roja, si tenia en la boca una punta del sudario en la boca, si sonreia, si tenia los ojos abiertos. Entonces se le ataban los pulgares de los pies con un cordel, o se le mordian, o se le clavaban alfileres en la planta de los pies, o se le ataban juntas las piernas. Todo eso viene a ser lo mismo.
– ?Podian tambien cortarle los pies?
– Por supuesto. Era un metodo mas radical que se vacilaba en emplear sin certeza. La iglesia castigaba ese sacrilegio. Tambien podian cortarle la cabeza, era frecuente, y colocarla entre los dos pies en la tumba, para que el muerto no pudiera recuperarla. O atarle las manos a la espalda, cortarlo a trocitos en una camilla, taparle las narices, meterle piedras en todos los orificios, boca, ano, orejas. El cuento de nunca acabar.
– ?Se hacia algo con los dientes?
– La boca, joven, es un punto crucial en el cuerpo de un
Arandjel se callo mientras Vladislav servia cafe.
Vladislav y Arandjel se echaron a reir a carcajadas al unisono, y Adamsberg se pregunto, una vez mas, como conseguian divertirse con tan poco. Le habria gustado ser capaz.
– El
– Tambien hay gente que come armarios -murmuro Adamsberg.
Vlad se interrumpio, inseguro.
– ?Que come armarios? ?Es eso?
– Si. Tecofagos.
Vladislav tradujo, y Arandjel no parecio sorprendido.
– ?Ocurre a menudo en su pais? -se informo.
– No, pero tambien hubo un hombre que se comio un avion. Y en Londres, un lord que quiso comerse las fotos de su madre.
– Yo conozco un hombre que se comio su propio dedo -dijo Arandjel levantando el pulgar-. Se lo corto y lo cocio. Lo que pasa es que al dia siguiente no se acordaba, y fue por todas partes reclamando su dedo. Eso fue en Ruma. La gente estuvo un tiempo dudando si decirle la verdad o que un oso se lo habia comido en el bosque. Al final, murio una osa poco despues. Llevaron la cabeza al hombre, y el se quedo tranquilo pensando que el dedo estaba dentro. Y conservo la cabeza podrida.
– Como el oso polar -dijo Adamsberg-. El que se comio al tio de uno en los hielos y que el sobrino llevo a Ginebra, para entregarselo a la viuda, que lo guardo en el salon.
– Extraordinario -juzgo Arandjel-. Completamente extraordinario.
Y Adamsberg se sintio fortificado a pesar de haber tenido que ir tan lejos para encontrar a un hombre que apreciara en su valor la historia del oso. Pero habia olvidado en que punto habia dejado la conversacion, y Arandjel lo leyo en sus ojos.
– Comerse a los vivos, el sudario, la tierra -le recordo-. Por eso la gente desconfiaba mucho de quienes tenian una dentadura anormal, tanto los que tuvieran dientes mas largos que los demas como los que hubieran nacido con uno o dos dientes.
– ?Nacido?
– Si, no es tan raro. En vuestra zona, Cesar nacio con un diente, su Napoleon y su Luis XIV tambien. Y todos los que no conocemos. No era senal de vampirismo, sino senal de ser de una esencia superior. Pero -anadio haciendo tintinear sus dientes grises con el vaso- yo naci como Cesar.
Adamsberg espero a que pasara la doble y ruidosa risa de Vladislav y Arandjel y pidio papel. Reprodujo el dibujo que habia hecho en la Brigada, marcando las zonas del cuerpo mas danadas.
– Es esplendido -dijo Arandjel cogiendo el dibujo-. Las articulaciones, si, para impedir que el cuerpo se despliegue. Los pies, por supuesto, los pulgares todavia mas, para que no ande, el cuello, la boca, los dientes. El higado, el corazon, el alma dispersada. El corazon, sede de la vida de los
– Puesto que no podia quemar el cuerpo.
– Exactamente. Pero lo que ha hecho equivale exactamente a lo mismo.
– Arandjel, ?es posible que aun ahora haya alguien que crea lo suficiente como para destruir los renuevos de los Plogojowitz?
– ?Como «creer»? Todo el mundo cree, joven. Todo el mundo teme por las noches que se levante la lapida, que le pase una exhalacion fria por el cuello. Y nadie piensa que los muertos sean buena compania. Creer en los
– No hablo del viejo terror, Arandjel. Sino de alguien que creyera estrictamente, para quien los Plogojowitz fueran autenticos
– Sin duda alguna, si se piensa que de eso precisamente viene su desgracia. Uno busca una causa externa del sufrimiento y, cuanto mas duro es el sufrimiento, mayor debe ser la causa. En este caso, el sufrimiento del asesino es inmenso.
Y su respuesta, prodigiosa.
Arandjel se dio la vuelta para hablar a Vladislav, metiendose el dibujo de Adamsberg en el bolsillo. Sacar las sillas fuera, bajo el tilo y delante del meandro del rio, aprovechar el sol, traer vasos.
– Nada de
– Si, si Arandjel no se ofende.
– No hay peligro. Le caes bien. Hay poca gente que venga a hablarle de sus
Los tres hombres se pusieron en circulo bajo el arbol al calor del sol y el chapoteo del Danubio. La bruma se habia disipado, y Adamsberg miraba, en la otra orilla, las cimas de los Carpatos.
– Date prisa antes de que se quede dormido -previno Vladislav.
– Aqui es donde me echo la siesta -confirmo el anciano.
– Arandjel, tengo otras dos preguntas, las ultimas.