– Pero yo si -dijo ella barriendo la objecion con un ademan distendido-. No la miran, les interesa tanto como un baul, y la olvidan. Con eso cuento. Anada la apatia, una espalda encorvada, y te aseguraras poder verlo todo sin ser vista. No todo el mundo puede hacerlo y eso me ha prestado considerables servicios.

– ?Habia convertido usted su energia? -pregunto Adamsberg, sonriendo.

– En invisibilidad, si -confirmo Retancourt seriamente-. Pude observar a Mitch y a Philippe-Auguste con toda tranquilidad. Durante los dos primeros actos, descubrimiento de las heridas y, luego, del rostro, se lanzaron rapidas senales de connivencia. E hicieron lo mismo durante el tercer acto, en la GRC.

– ?En que momento?

– Cuando Laliberte le comunico la fecha del crimen. Tambien entonces les decepciono su falta de reaccion. A mi, no. Dispone usted de una gran capacidad interpretativa, comisario, tanto que parecia autentica aunque fuese trabajada. Pero necesito saber para seguir currando.

– Usted solo me acompana, Retancourt. Su mision se reduce a eso.

– Pertenezco a la Brigada y efectuo mi trabajo. Tengo una idea de lo que buscan, pero necesito su version. Deberia usted confiar en mi.

– ?Por que, teniente? No le gusto.

La brusca acusacion no turbo a Retancourt.

– No mucho -confirmo-. Pero eso no tiene nada que ver. Es usted mi jefe y hago mi trabajo. Laliberte intenta cazarle, esta convencido de que conocia usted a la muchacha.

– Es falso.

– Deberia confiar en mi -repitio pausadamente Retancourt-. Solo se apoya en si mismo. Es su estilo, pero hoy es un error. A menos que tenga una buena coartada para la noche del 26, a partir de las diez y media.

– ?Hasta ese punto?

– Eso creo.

– ?Sospechoso de haber matado a la muchacha? Divaga usted, Retancourt.

– Digame si la conocia.

Adamsberg guardo silencio.

– Digamelo, comisario. El torero que no conoce a su animal recibira, sin duda, una cornada.

Adamsberg observo el rostro redondo de la teniente, decidido e inteligente.

– De acuerdo, teniente, la conocia.

– Mierda -dijo Retancourt.

– Me acechaba, desde los primeros dias, en el sendero de paso. Decirle por que me la lleve al estudio, el domingo siguiente, no viene a cuento. Pero eso es lo que hice. Lamentablemente para mi, estaba como una cabra. Seis dias mas tarde, me anunciaba un embarazo acompanado de chantaje.

– Feo -declaro Retancourt tomando un segundo panecillo.

– Decidida a subir a nuestro avion, a seguirme hasta Paris, a instalarse en mi casa y compartir mi vida, dijera yo lo que dijese. Un viejo outaouais, instalado en Sainte-Agathe, le habia predicho que yo le estaba destinado. Y ella se habia agarrado con unas y dientes.

– Nunca he conocido esa situacion, pero la imagino. ?Que hizo usted?

– Intente hacerla razonar, me negue, la rechace. A fin de cuentas, hui. Salte por la ventana y corri como una ardilla.

Retancourt asintio con un gesto y la boca llena.

– ?Por eso estaba usted ojo avizor en el aeropuerto?

– Me habia asegurado que estaria alli. Ahora se por que no vino.

– Muerta desde hacia dos dias.

– Si Laliberte conociese esta relacion, habria vaciado su cartuchera y me lo habria dicho de entrada. De modo que Noella no revelo nada a sus amigos, en cualquier caso, no mi nombre. El superintendente no esta seguro. Da palos de ciego.

– Pero posee otro elemento que le permite apretarle las tuercas: el tercer acto, sin duda. La noche del 26.

Adamsberg miro fijamente a Retancourt. La noche del 26. No habia pensado en ello, aliviado solo por el hecho de que el crimen no se hubiera cometido el viernes 24 por la noche.

– ?Esta usted al corriente de lo de aquella noche?

– Lo ignoro todo, salvo su hematoma. Pero como Laliberte se guardo la carta hasta el final, deduzco que es importante.

Se acercaba la hora en la que los inspectores de la GRC irian a ocuparse de ellos. Adamsberg resumio rapidamente a su teniente la borrachera del domingo por la noche y sus dos horas y media de amnesia.

– Mierda -repitio Retancourt-. No comprendo que le lleva a establecer un vinculo entre una muchacha desconocida y un hombre borracho como una cuba en un sendero. Tiene otras bazas, y no tiene por que mostrarlas. Laliberte utiliza metodos de cazador, y sin duda goza con la captura. Puede hacer que la prueba sea larga.

– Cuidado, Retancourt. No sabe nada de mi amnesia. Solo Danglard esta al corriente.

– Pero sin duda ha recogido algunos datos desde entonces. Su salida de La Esclusa a las diez y cuarto, su llegada al inmueble a las dos menos diez. Es mucho tiempo para un hombre que camina con la cabeza despejada.

– No se preocupe por eso. No olvide que conozco al asesino.

– Es cierto -reconocio Retancourt-. Eso resolvera la cuestion.

– Salvo por un detalle. Una naderia con respecto al asesino, pero que puede funcionar mal.

– ?No esta seguro de usted mismo?

– Si. Pero mi hombre murio hace dieciseis anos.

XXXIII

Fernand Sanscartier y Ginette Saint-Preux se encargaban, esta vez, de acompanar al superintendente. Adamsberg imagino que se habian presentado voluntarios, el domingo, tal vez para demostrarle su apoyo. Pero sus dos antiguos aliados mostraban una actitud forzada y molesta. Solo la ardilla de guardia, con su companera aun, le habia saludado amablemente frunciendo el hocico. Un pibe pequeno y bueno, fiel.

– Esta vez te toca a ti, Adamsberg -comenzo Laliberte, cordial-. Exponme los hechos, tus conocimientos, tus sospechas. Right, man?

Amabilidad, apertura. Laliberte utilizaba viejas tecnicas. Aqui, la de alternar fases de hostilidad y de relajacion. Desestabilizar al detenido, tranquilizarlo, alertarlo de nuevo, desorientarlo. Adamsberg reafirmo sus pensamientos. El superintendente no le haria descarrilar como a un animal asustado, y menos aun con Retancourt a sus espaldas, en la que tenia la extrana sensacion de estar apoyandose.

– ?Dia de gracia? -pregunto Adamsberg, sonriendo.

– Dia de escucha. Sueltame el rosario.

– Te aviso, Aurele, que la historia es larga.

– Ok, man, pero, de todos modos, no alargues en exceso tus ideas.

Adamsberg se tomo mucho tiempo para hacer el relato de la sangrienta andadura del juez Fulgence, desde el crimen de 1949 hasta su despertar en Schiltigheim. Sin omitir nada del personaje, de su tecnica, de los chivos expiatorios, del travesano del tridente y del cambio de hojas. Sin ocultar tampoco su impotencia para atrapar al asesino, protegido tras los altos muros de su poder, de su organizacion y de su extremada movilidad. El superintendente habia tomado nota con cierta impaciencia.

– No me tomes por un criticon, pero en tu historia veo tres embrollos -dijo finalmente levantando tres dedos.

«Rigor, rigor y rigor», penso Adamsberg.

– ?No pretenderas hacerme creer que un asesino se mueve entre vosotros desde hace cincuenta anos?

– ?Sin que lo hayamos agarrado, quieres decir? Ya te he hablado de su influencia y de los cambios de hoja. Nadie penso nunca en dudar de la reputacion del juez, ni relaciono entre si los ocho asesinatos. Nueve con el de

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