– No me pongas de los nervios, Adamsberg. Escribimos para recordarlo, eso es todo.

– No me toques las narices tu tampoco, Aurele. Hace veintidos horas que estoy de pie y lo sabes. La carta - anadio-. Ensename esta carta.

– Voy a leertela -dijo Laliberte abriendo una gruesa carpeta verde-. «Crimen Cordel. Ver al comisario J.-B. Adamsberg, Paris, Brigada. Se ocupo de ello personalmente.»

– Tendencioso -comento Adamsberg-. ?Por eso te comportas como un puerco? En Paris, dijiste que yo me habia encargado del caso. Aqui, pareces pensar que yo me cargue a la mujer.

– No me hagas decir lo que no he dicho.

– No me tomes entonces por gilipollas. Ensename la carta.

– ?Quieres verificarla?

– Eso es.

No habia ni una sola palabra mas en la hoja, procedente de una impresora ordinaria.

– Sacaste huellas, supongo.

– Virgen.

– ?Cuando la recibiste?

– Cuando el cuerpo subio.

– ?De donde?

– Del agua donde lo habian tirado. Se habia helado. ?Recuerdas el frio de la semana pasada? El cuerpo permanecio atrapado hasta que comenzo el deshielo, y el miercoles encontraron el cadaver. La carta la recibimos al dia siguiente por la manana.

– De modo que la mataron antes de la helada, para que el asesino pudiera arrojarla al agua.

– No. El asesino rompio la superficie helada y la hundio alli, lastrada con unas veinte piedras. El hielo volvio a cerrarse luego, durante la noche, como una tapa.

– ?Como puedes saberlo?

– A Noella Cordel le habian regalado un cinturon nuevo aquel mismo dia. Lo llevaba. Sabemos donde ceno y que comio. Comprenderas que, con el frio, el contenido del tubo digestivo se conservo como el primer dia. Ahora, conocemos la fecha del crimen y la hora. No me toques las narices con eso, te recuerdo que aqui somos unos especialistas.

– ?Y no te huele mal esa carta anonima que te llega a la manana siguiente? ?En cuanto el crimen es anunciado por la prensa?

– Pues no. Recibimos muchas. A la gente le gusta tratar personalmente con los cops.

– Y se entiende.

La expresion de Laliberte se desvio levemente. El superintendente era un habil jugador pero Adamsberg sabia descubrir los cambios en las miradas con mayor rapidez que el detector de la GRC. Laliberte pasaba al ataque y Adamsberg acrecento su flema, cruzando los brazos y apoyandose en el respaldo.

– Noella Cordel murio la noche del 26 de octubre -dijo simplemente el superintendente-. Entre las diez y media y las once y media de la noche.

Perfecto, si asi puede decirse. La ultima vez que habia visto a Noella fue cuando huyo por la ventana de guillotina, el viernes 24 por la noche. Habia temido que la maldita guillotina cayera sobre el y que Laliberte le anunciara la fecha del 24.

– ?Es posible ser mas preciso con la hora?

– No. Habia cenado hacia las siete y media de la tarde y la digestion estaba demasiado avanzada.

– ?En que lago la encontrasteis? ?Lejos de aqui?

En el lago Pink, claro, penso Adamsberg. ?Que otro podia ser?

– Manana continuaremos -decidio Laliberte levantandose de pronto-. De lo contrario, arremeteras contra los cops quebequeses y diras que son unos asquerosos. Tenia ganas de contartelo, eso es todo. Os hemos reservado dos habitaciones en el hotel Brebeuf, en el parque del Gatineau. ?Os parece bien?

– ?Lo de Brebeuf es el nombre de un tipo?

– Si, de un frances tozudo como una mula al que los iraqueses se jalaron porque queria predicarles mentiras. Vendremos a buscaros a las dos, para que os recupereis.

De nuevo amable, el superintendente le tendio la mano.

– Y me soltaras esa historia del tridente.

– Si eres capaz de oirla, Aurele.

A pesar de sus resoluciones, Adamsberg no tuvo la capacidad de pensar en la pasmosa conjuncion que le hacia encontrarse con el Tridente en la otra punta del mundo. Los muertos viajan deprisa, como el relampago. Habia presentido el peligro en la pequena iglesia de Montreal, mientras Vivaldi le susurraba que Fulgence estaba informado de que volvia a emprender la caceria y le aconsejaba que tuviera cuidado. Vivaldi, el juez, el quinteto, es todo lo que tuvo tiempo de pensar antes de dormirse.

Retancourt llamo a la puerta a las seis de la madrugada, hora local. Con el pelo mojado aun, acababa apenas de vestirse y la perspectiva de iniciar aquella dificil jornada con una conversacion con su teniente de acero no le agradaba. Habria preferido tenderse y pensar, es decir, vagabundear entre los millones de particulas de su espiritu, totalmente enmaranadas en sus jodidos alveolos. Pero Retancourt se sento pausadamente en la cama, dejo en la mesilla un termo de verdadero cafe -?como se las habia arreglado?-, dos tazas y algunos panecillos frescos.

– He ido a buscarlo abajo -explico-. Si los dos puercos aparecen, estaremos mas tranquilos aqui para charlar. La jeta de Mitch Portelance me cortaria el apetito.

XXXII

Retancourt trago sin decir palabra la primera taza de cafe y un panecillo. Adamsberg no ponia nada de su parte para iniciar el dialogo, pero el silencio no molestaba a la teniente.

– Me gustaria comprender -dijo Retancourt tras haber terminado el primer panecillo-. En la Brigada nunca hemos oido hablar de ese asesino con tridente. Es un caso antiguo, supongo. Y, por la mirada que le dirigio usted a la muerta, diria que personal incluso.

– Retancourt, le han asignado esta mision porque Brezillon no permite que sus hombres vayan solos. Pero no le han encargado que recoja mis confidencias.

– Perdon -objeto la teniente-. Estoy aqui para protegerle, o eso me dijo usted. Y si no se nada, no puedo asegurar la defensa.

– No la necesito en absoluto. Hoy transmitire mis informaciones a Laliberte y eso sera todo.

– ?Que informaciones?

– Usted las oira, como el. Las acepte o no, hara lo que quiera, eso es cosa suya. Y manana haremos las maletas.

– ?Ah, si?

– ?Por que no, Retancourt?

– Es usted listo, comisario. No me haga creer que no se ha dado cuenta de nada.

Adamsberg la interrogo con la mirada.

– Laliberte no es ya el mismo hombre -prosiguio-. Ni Portelance, ni Philippe-Auguste. El superintendente se quedo de una pieza cuando usted efectuo aquellas mediciones en el cuerpo. Esperaba otra cosa.

– Ya lo vi.

– Esperaba que usted se desmoronara. Viendo la herida y, luego, viendo el rostro, que procuro desvelar en dos actos. Pero no sucedio asi y eso le desconcerto. Le desconcerto, pero no le desanimo. Tambien los inspectores estaban al corriente. No aparte los ojos de ellos.

– Pues no daba esa impresion. Sentada en un rincon y mordisqueando su aburrimiento.

– Era pura astucia -dijo Retancourt sirviendo dos tazas mas de cafe-. Los hombres no prestan atencion a una mujer gorda y fea.

– Eso es falso, teniente, y no es lo que yo queria decirle.

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