las narices o por alguna razon precisa? De aquellas horas olvidadas no conservaba ninguna imagen, pero si una sensacion. Y, se atrevio a formular, una sensacion de violencia. Debia de ser la rama que le habia golpeado. Pero ?podia guardarle rencor a una rama que, por su parte, no habia bebido ni una sola gota? ?A un enemigo pasivo y sobrio? ?Podia decirse que la rama le habia violentado? ?O era a la inversa?

En vez de regresar a su despacho, fue a sentarse en la esquina de la mesa de Danglard y tiro el vaso vacio al fondo de la papelera.

– Danglard, tengo un insecto metido en el cuerpo.

– ?Si? -dijo prudentemente Danglard.

– Aquel domingo 26 de octubre -prosiguio lentamente Adamsberg-, la noche en que me dijo que yo era un verdadero gilipollas, comisario, ?la recuerda?

El capitan asintio con un gesto y se preparo para el enfrentamiento. Adamsberg, evidentemente, iba a vaciar el saco de los truenos, como decian en la GRC, y el saco era pesado. Pero el resto del discurso no tomo la direccion prevista. Como de costumbre, el comisario le sorprendia por donde no lo esperaba.

– Aquella misma noche, me di con una rama en el sendero. Un golpe violento, un mazazo. Ya lo sabe usted.

Danglard asintio. El hematoma en la frente era muy visible aun, untado con la pomada amarilla de Ginette.

– Lo que no sabe es que, despues de nuestra conversacion, me largue directamente a La Esclusa con la intencion de emborracharme. Y lo hice con rigor hasta que el atento barman me echo a la calle. Yo desvariaba sobre mi abuela y el estaba harto.

Danglard asintio discretamente, sin saber adonde queria llegar Adamsberg.

– Cuando tome el sendero, iba de un arbol a otro y por eso no supe evitar la rama.

– Comprendo.

– Usted no sabe tampoco que, cuando recibi el golpe, eran las once de la noche, no mas tarde. Me encontraba casi a la mitad del recorrido, probablemente no muy lejos de la obra. Donde estan replantando los pequenos arces.

– De acuerdo -dijo Danglard, que nunca habia deseado meterse por aquel camino silvestre y que ensuciaba.

– Cuando desperte, habia llegado a la salida. Me arrastre hasta el edificio, le dije al guarda que habia habido una pelea entre los puercos y una pandilla.

– ?Que le molesta? ?La purga?

Adamsberg movio lentamente la cabeza.

– Lo que usted no sabe es que entre la rama y mi despertar transcurrieron dos horas y media. Lo supe por el guarda. Dos horas y media para un camino que, en tiempo normal, yo habria recorrido en media hora.

– Bien -resumio Danglard, con la misma voz neutra-. Digamos, por lo menos, que fue un recorrido dificil.

Adamsberg se inclino levemente hacia el.

– Del que no guardo el menor recuerdo -martilleo-. Nada. Ni una imagen, ni un ruido. Dos horas y media en el sendero sin que yo sepa nada de nada. Un blanco absoluto. Y estabamos a doce grados bajo cero. No permaneci sin sentido dos horas. Me habria congelado.

– El golpe -propuso Danglard-, la rama.

– No hay traumatismo craneal. Ginette lo comprobo.

– ?El alcohol? -sugirio tranquilamente el capitan.

– Evidentemente. Por eso le consulto.

Danglard se irguio, sintiendose en su terreno, y aliviado por evitar el combate.

– ?Que habia bebido usted? ?Lo recuerda?

– Lo recuerdo todo hasta la rama. Tres whiskies, cuatro copas de vino y un buen trago de conac.

– Buena mezcla y generosas dosis, pero he visto cosas peores. Sin embargo, su cuerpo no esta acostumbrado y hay que tenerlo en cuenta. ?Cuales eran sus sintomas, por la noche y al dia siguiente?

– Como si no tuviera piernas. A partir de la rama, tambien. Casco de acero, vomitos, vientre slac, la cabeza dando vueltas, vertigos de toda clase.

El capitan hizo una pequena mueca.

– ?Que es lo que le mosquea, Danglard?

– Hay que tener en cuenta el hematoma. Nunca habia estado, a la vez, borracho y sin sentido. Pero, con el golpe en la frente y el desvanecimiento que debio de seguirle, la amnesia alcoholica es muy probable. Nada nos dice que no caminara usted, arriba y abajo por aquel sendero, durante dos horas.

– Y media -completo Adamsberg-. Esta claro que camine. Sin embargo, cuando desperte estaba de nuevo en el suelo.

– Caminar, caer, deambular. Hemos recogido muchos tipos como una cuba que, de pronto, se derrumbaban entre nuestros brazos.

– Lo se, Danglard. Y, sin embargo, esta historia me confunde.

– Es comprensible. Ni siquiera a mi, y sabe dios que estaba acostumbrado, me resultaron nunca agradables esas horas que faltan. Siempre preguntaba a los que habian estado bebiendo conmigo para saber lo que habia dicho y hecho. Pero cuando estaba solo, como usted aquella noche, sin nadie que pudiera informarme, el disgusto por aquella perdida duraba entonces mucho tiempo.

– ?Es cierto?

– Es cierto. La impresion de haber perdido algunos peldanos de tu vida. Te sientes atrapado, desposeido.

– Gracias, Danglard, gracias por echarme una mano.

Los montones de expedientes disminuian poco a poco. Consagrandoles el fin de semana, Adamsberg esperaba estar listo el lunes para retomar terreno y tridente. El incidente del sendero habia despertado en el una necesidad irracional, la de deshacerse urgentemente de su antiguo enemigo, que acababa siempre arrojando su sombra sobre el menor de sus actos, sobre los zarpazos de un oso, sobre un lago inofensivo, sobre un pez, sobre una banal borrachera. El Tridente metia sus puntas por todas las fisuras del casco.

Se incorporo de pronto y volvio a entrar en el despacho de su adjunto.

– Danglard, ?y si yo no hubiera empinado el codo como un bruto para olvidar al juez o al nuevo padre? -dijo omitiendo a proposito a Noella de la lista de sus tormentos-. ?Y si todo hubiera surgido desde que el Tridente emergio de la tumba? ?Y si hubiera empinado el codo para vivir lo que vivio mi hermano, la bebida, el camino del bosque, la amnesia? ?Por mimetismo? ?Para encontrar un camino y reunirme con el?

Adamsberg hablaba con voz entrecortada.

– ?Por que no? -respondio Danglard, evasivo-. Un deseo de fundirse con el, el encuentro, una necesidad de seguir sus pasos. Pero eso en nada cambia los acontecimientos de aquella noche. Coloquelo en el cajon «trompa y vomitos» y olvidelo.

– No, Danglard, creo que esto lo cambia todo. El rio ha roto su dique y la embarcacion hace aguas. Tengo que seguir la corriente, empezar por ahi, dominarla antes de que me arrastre. Y luego colmar, achicar.

Adamsberg permanecio dos largos minutos de pie, reflexionando silenciosamente ante la preocupada mirada de Danglard. Luego se marcho arrastrando los pies hasta su despacho. A falta de Fulgence en persona, ya sabia por donde comenzar.

XXX

Una llamada de Brezillon desperto a Adamsberg a la una de la madrugada.

– Comisario, ?es corriente entre los quebequeses no preocuparse de la diferencia horaria cuando nos llaman?

– ?Que ocurre? ?Favre? -pregunto Adamsberg, que despertaba tan rapidamente como se dormia, como si, en el, el limite entre el sueno y lo real no estuviera muy marcado.

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