Adamsberg se echo a reir. Los puercos. ?Que cona!

– Llama a los puercos y, si se acercan, te empitono.

– Criss -se enojo el barman-, no voy a estar horas dandole al palique. Ya he visto nevar, man, y comienzas a ponerme de los nervios. ?Te he dicho que te largues con viento fresco!

El hombre, del tamano de un lenador canadiense en los libros ilustrados, rodeo el mostrador y levanto a Adamsberg por los sobacos. Le llevo hasta la puerta y le puso de pie en la acera.

– No agarres tu carro -le dijo tendiendole la chaqueta.

El barman llevo a cabo su voluntad hasta encasquetarle el gorro en la cabeza.

– Esta noche va a hacer frio -explico-. Anuncian doce bajo cero.

– ?Que hora es? No veo ya mis relojes.

– Las diez y cuarto, hora de que vayas a acostarte. Se bueno y regresa a pata. No te preocupes, ya encontraras otra rubia.

La puerta del cafe chasqueo ante Adamsberg, a quien le costo recuperar su chaqueta caida en la acera y, luego, ponersela por el lado bueno. Rubia, rubia. ?Para que queria el encontrar una rubia?

– ?Me sobra ya una rubia! -grito a solas en la calle, dirigiendose al barman.

Sus pasos vacilantes le llevaron, mecanicamente, hasta la entrada del sendero de paso. Tuvo la vaga conciencia de que Noella podia esperarle alli, agazapada en las sombras como el lobo gris. Habia encontrado su linterna y la encendio, barriendo los alrededores con incierto gesto.

– ?Para que la quiero! -aullo solo en el sendero.

Un tipo que puede cargarse a los osos, los puercos, los peces, tambien puede deshacerse de una rubia, ?no?

Adamsberg se metio resueltamente en el sendero. A pesar del bamboleo de la embriaguez, la memoria del camino, acurrucada en la planta de sus pies, le conducia valerosamente, aunque se golpeara de vez en cuando con un tronco, debido a ciertos cambios de direccion. Creia estar ya a medio camino. Eres cojonudo, amigo, tienes huevos.

No lo bastante para evitar la rama baja que le cerraba el paso y bajo la que se deslizaba habitualmente. Se golpeo en plena frente y sintio como caia al suelo, primero las rodillas, luego el rostro, sin que sus manos pudieran hacer nada para amortiguar la caida.

XXVII

La nausea arranco a Adamsberg de su embotamiento. Su frente palpitaba con tanta violencia que le costo abrir los parpados. Cuando logro fijar su mirada, no vio nada. Solo negrura.

La negrura del cielo, comprendio por fin, mientras los dientes le castaneteaban. No estaba ya en el sendero. Estaba fuera del camino, en el asfalto, y el frio era glacial. Se incorporo sobre un brazo, aguantandose la cabeza. Luego permanecio sentado en el suelo, vacilante, incapaz de hacer nada mas. ?Que cono habia hecho, por dios? Reconocio el rumor del cercano Outaouais. Al menos era una orientacion. Se encontraba en el lindero del camino, a cincuenta metros de su edificio. Debia de haberse desvanecido despues de golpearse con la rama, luego se habria levantado y vuelto a caer, caminar y caer, para derrumbarse una vez alcanzada la salida. Puso sus manos en el suelo y se incorporo, apoyandose en un tronco de arbol para sobreponerse al vertigo. Cincuenta metros, cincuenta metros mas y estaria en su estudio. Avanzo torpemente por el lacerante frio, deteniendose cada quince pasos para recuperar el equilibrio y volviendo a caminar. Los musculos de sus piernas parecian haberse fundido.

La vision del vestibulo iluminado le guio en sus ultimos pasos. Empujo y sacudio la puerta de cristal. La llave, dios mio, la jodida llave. Apoyandose con un codo en el batiente, con el sudor helandose en su rostro, la agarro en un bolsillo y abrio la cerradura, ante la mirada del guarda que le observaba, estupefacto.

– Maldita sea, ?no se encuentra bien, senor comisario?

– No mucho -articulo Adamsberg.

– ?Necesita ayuda?

Adamsberg nego con la cabeza, lo que reavivo el dolor de su craneo. Solo deseaba una cosa, tenderse, dejar de hablar.

– Nada -dijo debilmente-. Ha habido una pelea. Una pandilla.

– Malditos perros. Siempre paseando, husmeando hasta encontrar el mamporro, ?es un asco!

Adamsberg asintio con un gesto y entro en el ascensor. En cuanto estuvo en su estudio, corrio al cuarto de bano y expulso alli todo el alcohol. Carajo, ?que porqueria le habian servido? Con las piernas hechas trizas, los brazos temblorosos, se arrojo en la cama, manteniendo los ojos abiertos para evitar que la habitacion se moviera.

Al despertar, tenia la cabeza casi igual de pesada pero le parecia que lo peor habia pasado. Se levanto y dio unos pasos. Sus piernas, mas solidas, todavia se doblaban. Se dejo caer de nuevo en la cama y dio un respingo al ver sus manos, sucias de sangre hasta en las unas. Se arrastro hasta el cuarto de bano y se examino. Aquello tenia mala pinta. El golpe en la frente habia formado un gran chichon violaceo. Seguramente habia brotado sangre, y al frotarse el rostro se la habia extendido por las mejillas. Formidable, penso al empezar a limpiarse, que jodida velada de domingo. Cerro bruscamente el grifo. El lunes, a las nueve, cita en la GRC.

El despertador marcaba las once menos cuarto. Dios mio, habia dormido casi doce horas. Tomo la precaucion de sentarse antes de llamar a Laliberte.

– Oh, ?que joke es esta? -respondio el superintendente con voz risuena-. ?Has pasado directamente sin ver el reloj?

– Perdoname, Aurele, no me encuentro bien.

– ?Pasa algo? -se preocupo Laliberte, cambiando de tono-. Pareces hecho polvo.

– Lo estoy. Esta vez me rompi realmente la cabeza en el sendero, anoche. Solte sangre por todas partes, vomite y, esta manana, apenas me sostengo sobre mis pies.

– Espera, man, ?recibiste una buena o mamaste como un loco? Porque todo eso no va junto.

– Las dos cosas, Aurele.

– Cuentame a lo largo y, luego, a lo ancho, ?te parece? En primer lugar, empaquetaste el bunuelo, ?correcto?

– Si. No estoy acostumbrado y me sacudio.

– ?Echabas una canita al aire con la pandilla de colegas?

– No, estaba solo, en la calle Laval.

– ?Por que bebiste? ?Te preocupaba algo?

– Eso es.

– ?Echabas de menos algo? ?Van bien las cosas por aqui?

– Van perfectamente, Aurele, tenia la moral por los suelos, eso es todo. Ni siquiera vale la pena hablar de ello.

– No quiero molestarte, man. ?Y luego?

– Volvi por el sendero de paso y me di contra una rama.

– Criss, ?donde recibiste el topetazo?

– En la frente.

– ?Y viste las estrellas?

– Cai como una piedra. Luego, me arrastre por el sendero y regrese al estudio. Acabo de emerger.

– ?Y te enfundaste empilchado?

– No te comprendo, Aurele -dijo Adamsberg con voz cansada.

– ?Te acostaste vestido? ?Tan mal estabas?

– Si. Esta manana tengo plomo en la cabeza y me fallan las piernas. Eso es lo que queria decirte. No puedo conducir enseguida, no llegare a la GRC antes de las dos.

– ?Me tomas por un asqueroso? Te quedaras en tu casa, relax, y te cuidaras. ?Tienes todo lo necesario, al

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