menos? Para el dolor de cuernos.
– Nada.
Laliberte aparto el receptor y llamo a Ginette. Adamsberg escucho su voz resonando en el despacho.
– Ginette, iras a cuidar al comisario. Esta espachurrado como un buey, la panza slac y dolor en la cocorota.
– Saint-Preux te llevara lo necesario -dijo el superintendente de nuevo al telefono-. No te muevas de casa, ?eh? Nos veremos manana cuando te hayas mejorado.
Adamsberg paso por la ducha para que Ginette no le viera el rostro y las manos cubiertas de sangre seca. Se cepillo las unas y, una vez vestido, salvo por el azulado chichon, estaba casi presentable.
Ginette le administro distintos remedios, para la cabeza, el vientre y las piernas. Desinfecto la herida de la frente y aplico en ella una pomada viscosa. Luego, con gesto experto, examino sus pupilas y controlo sus reflejos. Adamsberg la dejaba hacer como si fuera un trapo. Tranquilizada por su examen, le hizo unas recomendaciones para la jornada. Tomar los medicamentos cada cuatro horas. Beber mucho; agua, por supuesto. Limpiarse el cuerpo y soltar el agua.
– ?Soltar el agua?
– Orinar -explico Ginette.
Adamsberg asintio pasivamente.
Discreta esta vez, le dejo algunos periodicos que habia traido para distraerle, en un momento dado, si se sentia capaz de leer, y provisiones para la tarde. Unos colegas de lo mas previsores, ciertamente, habria que indicarlo en el informe.
Dejo los periodicos en la mesa y volvio a acostarse empilchado. Durmio, sono, contemplo el ventilador del techo, levantandose cada cuatro horas para tragar los medicamentos de Ginette; beber, soltar el agua y tenderse enseguida. Se sintio mejor hacia las ocho de la tarde. El dolor de cabeza se escurria por la almohada y sus piernas recuperaban consistencia.
Laliberte le llamo entonces para tener noticias y se levanto casi con normalidad.
– ?No estas peor? -pregunto el superintendente.
– Mucho mejor, Aurele.
– ?Has soltado la cogorza? ?La resaca?
– Del todo.
– Me alegro. No te des demasiada prisa, manana os llevaremos al aeropuerto. ?Quieres que vengan a ayudarte con las maletas?
– Ira bien. Casi estoy recuperado.
– Pasa buena noche entonces, y recupera el aplomo.
Adamsberg se obligo a tragar parte de la cena que Ginette le habia dejado; luego decidio ir hasta su rio, para verlo por ultima vez. El termometro marcaba menos diez grados.
El guarda le detuvo en la puerta.
– ?Va todo mejor? -pregunto-. Ayer por la noche estaba usted en muy mal estado. Cuadrilla de mierda. ?Los agarro, al menos?
– Si, a toda la banda. Siento haberle despertado.
– No es nada, no dormia. Eran casi las dos de la madrugada. Actualmente, tengo insomnio.
– ?Casi las dos de la madrugada? -dijo Adamsberg regresando sobre sus pasos-. ?Tan tarde?
– Las dos menos diez, exactamente. Y yo no dormia, es asqueroso.
Preocupado, Adamsberg se hundio los punos en los bolsillos, bajo hacia el Outaouais y tomo de inmediato a la derecha. Nada de sentarse con ese frio y nada de encontrarse con aquella furia de Noella.
Las dos menos diez de la madrugada. El comisario iba y venia por la corta playa que flanqueaba la ribera. El boss de las ocas marinas se empenaba aun, alineando sus tropas para pasar la noche, llamando al orden a los fugados y los extraviados. Escuchaba el imperioso graznido a sus espaldas. He aqui un tipo que no se andaba por las ramas y que, ciertamente, no se agarraria una borrachera el domingo por la noche en un cafe de la calle Laval. Podia estar seguro de eso. Adamsberg detesto mas aun, por ello, al impecable boss. Un ganso que debia de comprobar el orden de sus plumas cada manana y atarse los cordones. Se levanto el cuello de la chaqueta. Deja en paz a ese tipo y reflexiona, devanate los sesos, como habia dicho Clementine, no debe de ser dificil la comprension. Tenia que seguir los consejos de Sanscartier y de Clementine. De momento, esos eran sus unicos angeles custodios: una anciana insolita y un sargento inocente. A cada cual sus angeles. Piensalo.
Las dos menos diez de la madrugada. Antes de la rama, lo recordaba todo. Habia preguntado la hora al barman. Las diez y cuarto, hora de que vayas a acostarte, man. Por vacilante que fuera, no debia de haber tardado mas de cuarenta minutos en llegar a la rama. Pongamos tres cuartos de hora con las eses. No mas, pues sus piernas le soportaban entonces sin problema alguno. Habia chocado, pues, con la rama hacia las once. Y luego aquel despertar, fuera ya del camino, y veinte minutos como maximo para llegar al inmueble. Lo que significaba que habia recuperado el conocimiento a la una y media de la madrugada. Es decir, que habian transcurrido dos horas y media entre la rama y su nauseabundo despertar en el lindero del camino. Carajo, dos horas y media para un tramo que recorria, normalmente, en media hora.
?Que cono habia podido hacer durante dos horas y media? Ni el menor recuerdo. ?Todo aquel tiempo sin sentido? ?A menos doce grados? Se habria helado alli. Habia tenido que caminar, se habia movido. A menos que no hubiera dejado de caer durante todo el camino, en una progresion discontinua, interrumpida por desvanecimientos.
El alcohol, las mezclas. Habia conocido tipos que se pasaban toda una noche berreando sin recordar, luego, nada en absoluto. Tipos en la celda de recuperacion que preguntaban por sus andanzas de la vispera, tras haber zurrado a su mujer y tirado el perro por la ventana. Unas lagunas en la memoria de dos o tres horas antes del sueno que te fulmina. Actos, palabras, profusion de gestos que no se habian grabado en su memoria degollada por el alcohol. Como si aquella impregnacion impidiera cualquier huella del recuerdo, como la tinta del boligrafo babea por un papel empapado.
?Que habia tragado? Tres whiskies, cuatro copas de vino, conac. Y si el barman, un especialista sin duda, habia considerado necesario darle puerta, debia de tener excelentes razones para hacerlo. Los barmans son tipos que evaluan el grado de alcohol con la misma seguridad que los detectores de la GRC. El camarero habia visto que su cliente cruzaba la linea roja, y ni siquiera por algunas piastras mas le habria servido una sola copa. Son gente asi, con su apariencia de comerciantes, son quimicos, vigilantes filantropicos, salvadores en plena mar. Por lo demas, le habia encasquetado el gorro en la cabeza, lo recordaba muy bien.
Eso era todo lo que podia decir, concluyo Adamsberg poniendose en camino hacia el estudio. Una trompa monumental y un golpe en la frente. Borracho y sin sentido. Habia tardado dos horas y media en recorrer aquel jodido sendero, avanzando y derrumbandose. Tan ebrio que su empapada memoria se habia negado a tomar nota de nada. Habia entrado en un bar buscando el famoso olvido agazapado en el fondo de las copas. Pues bien, habia logrado su objetivo y lo habia superado con creces.
Al regresar, se sentia lo bastante bien para hacer sus maletas y dejar como una patena el estudio blanco. Un espacio limpio, eso es lo que hubiera deseado encontrar en Paris. Se sentia saturado de aquellas turbulencias en las nubes, de aquellos oscuros cumulos que chocaban unos con otros como sapos hinchados, sin olvidar el rayo, por supuesto. Era preciso disociar, cortar las nubes en pedacitos, depositar cada una de las briznas en un alveolo, en una plaqueta de tratamiento, en lugar de llevarselo todo amontonado en un gran saco, intransportable. Se enfrentaria a los escollos como le habian ensenado aqui, dando paladas a las nubes, muestra tras muestra y por orden de longitud. Si era capaz de hacerlo. Penso en el proximo escollo que se anunciaba: la presencia de Noella, al dia siguiente, en el aeropuerto, preparada para el vuelo de las veinte y diez.
XXVIII
Liberado de su dolor de cabeza por la manana, Adamsberg llego puntual a la GRC, estacionando su coche