– ?No se trata de Favre! -grito Brezillon-. Ocurre que manana tomara usted el avion de las dieciseis cincuenta. ?De modo que haga la maleta y en marcha!
– ?El avion hacia donde, senor jefe de division? -pregunto Adamsberg con calma.
– ?Hacia donde quiere usted que sea? Hacia Montreal, ?hostia! Acabo de hablar por telefono con el superintendente Legalite.
– Laliberte -rectifico Adamsberg.
– Me importa un bledo. Tienen alli un crimen entre manos y le necesitan. Punto final, y no tenemos eleccion.
– Lo siento, no lo comprendo. No nos ocupamos de los homicidios de la GRC, sino de las huellas geneticas. No es la primera vez en la vida que Laliberte tiene un crimen entre manos.
– Pero es la primera vez que le necesita a usted, cojones.
– ?Desde cuando la Brigada de Paris se encarga de los asesinatos quebequeses?
– Desde que han recibido una carta, anonima, claro esta, indicandoles que era usted el hombre adecuado. Su victima es francesa y esta vinculada a no se que caso que, al parecer, instruyo usted en el territorio nacional. En resumen, hay vinculo y reclaman su competencia.
– Pero, carajo -se enojo a su vez Adamsberg-, que me envien su informe y les proporcionare los datos desde Paris. No voy a pasarme la vida yendo y viniendo.
– Se lo he dicho ya a Legalite, puede figurarselo. Pero ni por esas, necesitan sus ojos. Y no suelta prenda. Quiere que vea usted a la victima.
– Ni hablar. Hay un monton de curro por aqui. Que el superintendente me envie su expediente.
– Escucheme bien, Adamsberg, le repito que no tenemos eleccion, ni usted ni yo. El Ministerio tuvo que insistir mucho para que ellos cooperasen en lo del sistema ADN. Al principio no estaban por la labor. Estamos en deuda. Es decir, atrapados. ?Comprende? Obedeceremos pues, cortesmente, y despegara usted manana. Pero se lo he avisado a Legalite, no ira solo. Llevese a Retancourt como acompanante.
– No hace falta, soy capaz de viajar sin guia.
– Ya lo imagino. Va usted acompanado, eso es todo.
– ?Es decir, escoltado?
– ?Por que no? Me han dicho que persigue usted a un muerto, comisario.
– Decididamente -comento Adamsberg bajando la voz.
– Eso es. Tengo un buen amigo en Estrasburgo que se encarga de informarme de sus correrias. Le recomende que desapareciese, ?lo recuerda?
– Perfectamente. ?Y Retancourt se encargara de controlar mis movimientos? Me marcho porque me lo ordenan y vigilado, ?no es eso?
Brezillon suavizo su voz.
– Con proteccion seria mas exacto -dijo.
– ?Motivo?
– No dejo partir solos a mis hombres.
– Entonces, asigneme a otro. A Danglard.
– Danglard le sustituira durante su ausencia.
– Entonces, asigneme a Voisenet. Retancourt no me quiere demasiado. Nuestras relaciones son buenas, pero frias.
– Eso bastara, y de sobra. Ira Retancourt y nadie mas. Es un oficial polivalente que convierte su energia en lo que quiere.
– Si, eso lo sabemos. En menos de un ano, se ha convertido casi en un mito.
– No es hora de discutirlo, y me gustaria volver a la cama. Es usted el encargado de la mision y la llevara a cabo. Los papeles y los billetes estaran en la Brigada a la una. Buen viaje, librese de esta historia y regrese.
Adamsberg permanecio con el telefono en la mano, sentado en la cama, atonito. Victima francesa, ?y que? Era cosa de la GRC. ?Que le pasaba a Laliberte? ?Por que le hacia recorrer todo el Atlantico para que viera con sus propios ojos? Si se trataba de una identificacion, que le enviara las fotos por correo electronico. ?A que estaba jugando? ?Al boss de las ocas marinas?
Desperto a Danglard y, luego, a Retancourt para pedirles que estuvieran en su puesto al dia siguiente, sabado, orden del jefe de division.
– ?A que juega? -pregunto a Danglard a la manana siguiente-. ?Al boss de las ocas marinas? ?Cree, acaso, que no tengo otra cosa que hacer que ir y venir de Francia a Quebec?
– Sinceramente, le compadezco -se apiado Danglard, que se habria sentido incapaz de afrontar un nuevo vuelo.
– ?A que viene eso? ?Se le ocurre algo, capitan?
– Realmente no.
– Mis ojos. ?Que tienen mis propios ojos?
Danglard permanecio callado. Los ojos de Adamsberg eran indiscutiblemente singulares. Hechos de una materia tan fundida como la de las algas pardas y que, como ellas, podian brillar brevemente bajo las luces rasantes.
– Con Retancourt, ademas -anadio Adamsberg.
– Lo que tal vez no sea una opcion tan mala. Empiezo a creer que Retancourt es una mujer excepcional. Consigue convertir su ener…
– Lo se, Danglard, lo se.
Adamsberg suspiro y se sento.
– Puesto que no tengo eleccion, como Brezillon me grito, tendra usted que llevar a cabo, en mi lugar, una investigacion urgente.
– Digame.
– No quiero mezclar a mi madre en todo esto, comprendalo. Bastante dificil es ya para ella.
Danglard entorno los ojos, comiendose la punta de su lapiz. Estaba muy acostumbrado a las frases sueltas del comisario, pero el exceso de sinsentidos y los bruscos saltos de su pensamiento le alarmaban cada dia mas.
– Lo hara usted, Danglard. Esta especialmente dotado para ello.
– ?Hacer que?
– Encontrar a mi hermano.
Danglard arranco toda una astilla de su lapiz y la mantuvo entre sus dientes. Ahora habria bebido, de buena gana, un vaso de vino blanco, asi, a las nueve de la manana. Encontrar a su hermano.
– ?Donde? -pregunto con delicadeza.
– Ni la menor idea.
– ?Cementerios? -murmuro Danglard, escupiendo la astilla en la palma de su mano.
– ?Y eso? -dijo Adamsberg lanzandole una ojeada sorprendida.
– Se relaciona con el hecho de que busca usted, ahora, a un asesino muerto desde hace dieciseis anos. No trago.
Adamsberg miro al suelo, desconcertado.
– No me esta siguiendo, Danglard. Se ha desvinculado.
– ?Adonde quiere que le siga? -dijo Danglard levantando el tono-. ?A los sepulcros?
Adamsberg sacudio la cabeza.
– Desvinculado, Danglard -repitio-. Me vuelve usted la espalda, diga yo lo que diga. Porque ha tomado ya partido. Por el otro.
– Eso nada tiene que ver con el otro.
– Entonces, ?con quien?
– Estoy ya harto de buscar las palabras.
Adamsberg se encogio de hombros con un gesto indolente.
– No importa, Danglard. Si no quiere usted ayudarme, lo hare solo. Debo verle y debo hablarle.
– ?Como? -pregunto Danglard entre dientes-. ?Haciendo bailar las mesas?
– ?Que mesas?