bajo el mismo arce, saludando a la ardilla, encontrando un purgante consuelo en aquel reencuentro con su corta rutina quebequesa. Todos los colegas le preguntaron como estaba pero sin hacer la menor alusion a su borrachera. Calidez y discrecion. Ginette le felicito por la reduccion del chichon en la frente y volvio a aplicarle su viscosa pomada. Tanta discrecion, se extrano, que Laliberte no habia considerado necesario poner al corriente a la brigada francesa del episodio de La Esclusa. El superintendente se habia limitado a la version sobria, la del accidente nocturno con la rama baja. Adamsberg aprecio la elegancia de la omision, con lo tentador que resulta regodearse con una buena historia de botella. Danglard hubiera sacado ventaja de su excursion alcoholica y Noel habria cedido a unos cuantos chistes pesados. Y, puesto que todo chiste acarrea otro, si el incidente hubiera llegado hasta el entorno de Brezillon, el habria sufrido sus efectos en el asunto Favre. Solo Ginette habia sido informada para procurarle sus cuidados, y habia permanecido muda tambien. Aqui, el pudor y la contencion debian de reducir la Sala de los Chismes al tamano de un medallon, mientras que, en Paris, tendia a desbordar los muros y correr por las aceras hasta la Cerveceria de los Filosofos.
Danglard fue el unico que no pregunto por su salud. La inminencia del despegue vespertino le habia sumergido, de nuevo, en un estado de estupor que intentaba disimular, del mejor modo, ante los quebequeses.
Adamsberg paso su ultima jornada como un alumno aplicado bajo la tutela de Alphonse-Philippe-Auguste, tan humilde como famoso era su nombre. A las tres de la tarde, el superintendente ordeno que cesaran las actividades y reunio a los dieciseis companeros para una sintesis y una copa de despedida.
El discreto Sanscartier se habia acercado a Adamsberg.
– Andabas de cotorreo por alli, ?no? -le pregunto.
– ?Como? -respondio prudentemente Adamsberg.
– No vas a hacerme creer que un tipo como tu choco con la rama. Eres un hombre de campo y conocias el sendero mejor que tus propias botas.
– ?Y entonces?
– Entonces en mi propio libro te las estabas viendo con tu asunto o con algo que te habia asqueado. Empinaste el codo y te la diste con la rama.
Un hombre de terreno, Sanscartier, un hombre observador.
– ?Que importa eso? -pregunto Adamsberg-. ?Que importa como te das con la rama?
– Precisamente. A veces, cuando uno se las esta viendo con un asunto propio es cuando mas choca con las ramas. Y tu, a causa de tu diablo, tienes que evitarlas. No debes esperar al hielo para cruzar a la otra orilla, ?me sigues? Echalo todo fuera, sube la cuesta y agarrate.
Adamsberg le sonrio.
– No lo olvides -dijo Sanscartier estrechandole la mano-. Prometiste que me avisarias cuando cogieras a tu maldito. ?Podrias mandarme un frasco de jabon con aroma a leche de almendras?
– ?Como?
– Conoci a un frances que lo tenia. Personalmente, el perfume me gustaba.
– De acuerdo, Sanscartier, te mandare un paquete.
La felicidad en el jabon. Durante algunos segundos, Adamsberg envidio los deseos del sargento. El perfume a leche de almendras le sentaria perfectamente. Seguro que lo habian inventado para el.
En el vestibulo del aeropuerto, Ginette comprobo por ultima vez el hematoma de la frente de Adamsberg, mientras el acechaba por todos lados la aparicion de Noella. Se acercaba la hora de embarcar y no se veia ninguna Noella. Comenzaba a respirar mas libremente.
– Si te da punzadas en el avion, por lo de la presion, tomas esto -dijo Ginette poniendole cuatro comprimidos en la mano.
Luego metio el tubo de pomada en su equipaje ordenandole que siguiera aplicandosela durante ocho dias.
– No lo olvides -anadio desconfiada.
Adamsberg la beso y fue, luego, a despedirse del superintendente.
– Gracias por todo, Aurele, y gracias por no haber dicho nada a los colegas.
– Criss, todos los hombres agarran, de vez en cuando, un buen pedo. Y no sirve de nada proclamar la noticia para que se escuche a traves de las ramas. Luego no hay modo ya de lograr que cierren el pico.
El impulso de los reactores produjo en Danglard el mismo efecto calamitoso que a la ida. Esta vez, Adamsberg habia evitado sentarse a su lado, pero habia puesto tras el a Retancourt, encargandole la mision. Que llevo a cabo dos veces durante el vuelo, de modo que cuando el aparato aterrizo, por la manana, en Roissy, todos estaban entumecidos salvo Danglard, descansado y en forma. Encontrarse intacto en el suelo de la capital le abria nuevos horizontes y visiones indulgentes y optimistas. Lo que le impulso, antes de subir al autobus, a acercarse a Adamsberg.
– Siento lo de la otra noche -le dijo-, le presento mis excusas. No es lo que queria decir.
Adamsberg movio ligeramente la cabeza y, luego, todos los miembros de la brigada se dispersaron. Jornada de descanso y recuperacion.
Y de adaptacion. En contraste con el inmenso espacio canadiense, Paris le parecio estrecho, los arboles flacos, las calles superpobladas, las ardillas con forma de palomas. A menos que fuera el quien hubiese regresado empequenecido. Tenia que reflexionar, cortar las muestras en tiras y briznas, lo recordaba.
En cuanto regreso, se preparo un autentico cafe, se sento ante la mesa de la cocina y comenzo aquella tarea, poco comun en el, de reflexion organizada. Ficha de cartulina, lapiz, plaqueta de alveolos, muestras de nubes. No obtuvo resultados dignos de un secuenciador laser. Tras una hora de esfuerzos, habia anotado muy pocas cosas.
«El juez muerto, el tridente. Raphael. Las zarpas del oso, el lago Pink, el diablo en agua bendita. El pez fosil. La advertencia de Vivaldi. El nuevo padre, dos labradores.
»Danglard: “En mi propio libro, es usted un verdadero gilipollas, comisario”. Sanscartier el Bueno: “Busca tu maldito demonio y, a la espera de agarrarlo por la cocorota, no des el cante”.
»Borrachera. Dos horas y media en el sendero.
»Noella. Liberado.»
Eso era todo. Y en desorden, ademas. Algo positivo salia de aquella mezcolanza: se habia librado de aquella muchacha pirada y era un punto final satisfactorio.
Al deshacer el equipaje, encontro la pomada de Ginette Saint-Preux. No era lo mejor que podia obtenerse como recuerdo de viaje, aunque en aquel tubo le parecia concentrarse toda la benevolencia de sus colegas quebequeses. Unos tipos del carajo. No debia olvidarse de ningun modo de mandar el jabon oloroso a Sanscartier. Y eso, de pronto, le hizo pensar que no habia traido nada para Clementine, ni siquiera un bote de jarabe de arce.
XXIX
La cantidad de trabajo que le aguardaba en la Brigada aquel jueves por la manana, con cinco altas pilas de papeles, estuvo a punto de hacerle huir a lo largo del Sena; aunque este le pareciese humildemente raquitico ante el poderoso Outaouais, el paseo le tentaba mucho mas que la limpieza de los expedientes. «Lipiar», decia Clementine. «Lipiar» lentejas, «lipiar» expedientes.
Su primer gesto fue colgar en el tablon de anuncios una postal del Outaouais haciendo rugir sus cascadas entre hojas rojas. Retrocedio y evaluo el efecto, que le parecio tan lamentable que la quito de inmediato. Una imagen no es capaz de aportar el viento gelido, el estruendo de las aguas, el furioso graznido del boss de las ocas marinas.
«Lipio» los expedientes durante todo el dia: controlo, firmo, selecciono, se entero de los casos que habian