caido sobre la Brigada durante la quincena. Un tipo habia aporreado a otro en el bulevar Ney y se le habia meado encima para ponerle la guinda. «La cagarias meandote en el cadaver, man.» Agarraria al tipo por las narices, y bien agarrado, gracias a su meada. Adamsberg firmo los informes de sus tenientes y dejo el trabajo para hacer una visita a la maquina de cafe, por lo de tomarse un solo. Mordent bebia un chocolate, encaramado en uno de los altos taburetes, como un gran pajarraco gris sobre una chimenea.
– Me he permitido seguir un poco su asunto en las
– No fue el, Mordent. Trate por todos los medios de convencer a Trabelmann, pero ni por esas, no me cree. Nadie.
– ?No tienes pruebas suficientes?
– Ni una sola. El asesino es una especie de espectro y hace anos ya que galopa entre brumas.
No iba a confiarle a Mordent que habia muerto y perder asi la confianza de sus hombres, uno tras otro. «No intentes que te crean», habia dicho Sanscartier.
– ?Y como piensa hacerlo? -pregunto Mordent, interesado.
– Esperando un nuevo crimen e intentando saltar sobre el antes de que se desvanezca.
– Que mediocre -comento Mordent.
– Evidentemente. Pero ?como hace uno para agarrar a un fantasma?
Curiosamente, Mordent penso en la cuestion. Adamsberg se acomodo en un taburete contiguo, con las piernas colgando en el vacio. Habia ocho de esos altos taburetes atornillados a lo largo de la pared de la Sala de los Chismes, y Adamsberg pensaba a menudo que si ocho de ellos se instalaban alli al mismo tiempo tendrian todo el aspecto de un batallon de golondrinas en un hilo electrico a la espera de emprender el vuelo. Caso que no se habia dado aun.
– ?Como? -insistio Adamsberg.
– I-rri-tan-do-le -declaro Mordent.
El comandante hablaba siempre de un modo muy pausado, separando exageradamente las silabas, haciendo mas hincapie aun, a veces, en una de ellas, como un dedo eternizandose en una tecla de piano. Un ritmo de elocucion entrecortado y lento, que perturbaba la impaciencia de muchos pero que convenia al comisario.
– ?Mas concretamente?
– En las historias, una familia se instala en una casa encantada. Hasta entonces, el fantasma del lugar se mantiene tranquilo y no jode a na-die.
Estaba claro que no solo a Trabelmann le gustaban los cuentos. A Mordent tambien. A todo el mundo quizas, incluso a Brezillon.
– ?Y luego? -pregunto Adamsberg, que se sirvio un segundo solo, a causa de la diferencia horaria, y volvio a encaramarse a su percha.
– Luego, los recien llegados i-rri-tan al fantasma. ?Por que? Porque tras-la-dan, limpian los armarios, sacan los viejos baules, vacian el desvan, le expulsan de su lugar. En resumen, le echan de sus escondrijos. Si, le roban su secreto mas in-ti-mo.
– ?Que secreto?
– Bueno, siempre el mismo: su falta o-ri-gi-nal, su primer crimen. Pues si no hubiera una falta gravisima, el tipo no estaria condenado a recorrer la choza durante tres siglos. Emparedamiento de la esposa, fratricidio, ?que se yo? La clase de asunto que produce fantasmas, vamos.
– Es cierto, Mordent.
– Luego, acorralado, privado de su refugio, el fantasma se enfada. Y ahi comienza todo. Se muestra, se venga, en fin, se vuelve alguien. A partir de entonces, puede empezar el combate.
– Por el modo en que habla de ello, lo cree. ?Conoce alguno?
Mordent sonrio y se paso la mano por la calva.
– Es usted el que habla de fantasmas. Yo solo le cuento una historia. Es divertida. E interesante, ademas. En el fondo de los cuentos hay siempre algo muy pesado. Limo, un limo eterno.
El lago Pink cruzo por el pensamiento de Adamsberg.
– ?Que limo? -pregunto.
– Una verdad tan cruda que solo se osa decirla disfrazandola de cuento. Todo esta detras de castillos con ropas del color del tiempo, espectros y asnos que cagan oro.
Mordent se divertia y lanzo su vaso a la basura.
– Todo estriba en no equivocarse al descifrar, y en apuntar bien.
– Irritarle, cerrar sus escondrijos, expulsar el pecado original.
– Es mas facil decirlo que hacerlo. ?Ha leido usted mi informe sobre el cursillo quebeques?
– Leido y firmado. Se podria decir que estuvo usted alli. ?Sabe quien hace guardia en la puerta de los
– Si. Una ardilla.
– ?Quien se lo ha dicho?
– Estalere. Es lo que mas le ha deslumbrado. ?Lo hacia de buen grado o por la fuerza?
– ?Estalere?
– No, la ardilla.
– De buen grado, por vocacion. Tambien se encapricho de una rubia y su trabajo se vio asi perturbado.
– ?Estalere?
– No, la ardilla.
Adamsberg volvio a su mesa, con la imaginacion ocupada con los comentarios de Mordent. Vaciar los armarios, expulsar, acorralar, provocar. Irritar al muerto. Detectar con el laser la falta o-ri-gi-nal. Vaciarlo todo, sacarlo todo. Vasta empresa digna de un heroe de leyenda y en la que habia fracasado durante catorce anos. Sin caballo, sin espada, sin armadura.
Y sin tiempo. La emprendio con el segundo monton de expedientes. Al menos, esa obligacion justificaba que no le hubiera dirigido aun la palabra a Danglard. Se preguntaba como gestionar ese nuevo mutismo. El capitan le habia presentado sus excusas, pero el hielo seguia siendo solido. Adamsberg habia escuchado el parte meteorologico internacional, por la manana, impulsado por cierta nostalgia. Las temperaturas en Ottawa seguian oscilando entre menos ocho grados de dia y menos doce por la noche. El deshielo no estaba a la vista.
Sujeto a su segundo monton, el comisario sentia, al dia siguiente, una leve turbacion que susurraba en el como un insecto atrapado en su cuerpo, que zumbaba entre sus hombros y su vientre. Una sensacion bastante familiar. Nada que ver con el malestar que le habia atacado cuando el juez reaparecio como un torpedo. No, era solo aquel insecto zumbando, una naderia que golpeaba aqui y alla como una contrariedad malhumorada que exigiera su atencion. De vez en cuando, sacaba su ficha de cartulina, a la que habia anadido las sugerencias de Mordent referentes al mejor modo de irritar a los fantasmas. Y la recorria, con los ojos hechos manteca, como habia dicho el barman de La Esclusa.
Un leve dolor de cabeza le lanzo hacia la maquina de cafe, alrededor de las cinco. Bien, se dijo Adamsberg frotandose la frente, tengo al insecto por las dos alas. La trompa de la noche del 26 de octubre. No era la trompa lo que zumbaba sino aquellas jodidas dos horas y media de olvido. La pregunta aparecia de nuevo, vibrante. ?Que cono habia podido hacer todo aquel tiempo en el sendero de paso? ?Y que podia importarle aquel minusculo fragmento de vida que escapaba? Habia clasificado la brizna que faltaba en el anaquel de su porosa memoria, por empapamiento alcoholico. Pero, era evidente, aquella clasificacion no le agradaba y la brizna que faltaba no dejaba de abandonar su anaquel para venir a acosarle, discretamente.
?Por que?, se preguntaba Adamsberg removiendo su cafe. ?Acaso la idea de haber perdido una parcela de su vida le contrariaba, como si le hubieran mutilado sin preguntarle su opinion? ?O era que la simple explicacion del alcohol no le convencia? ?O, mas grave aun, es que lo que habia podido decir o hacer durante aquellas horas borradas le preocupaba? ?Por que? Aquella preocupacion le parecia tan absurda como alarmarse por las palabras pronunciadas durante el sueno. ?Que mas habia podido hacer que tambalearse con el rostro lleno de sangre, caer, dormir y retomar la senda, a cuatro patas? ?Por que no? Nada mas. Pero el insecto vibraba. ?Para tocarle