nuevo territorio y a moldearlo con su forma, como se moldea, poco a poco, el fondo de un sillon. Asi ocupo cada uno el mismo lugar en la sala de reuniones, aquel lunes, para escuchar al superintendente. Tras la exploracion del terreno, se acudia al laboratorio, se extraian las muestras y se colocaban en los medallones, dos milimetros de diametro, y se procedia al deposito en los noventa y seis alveolos de las placas de tratamiento. Consignas que Adamsberg anoto vagamente, para su correo diario a Mordent.

Adamsberg dejo que Fernand Sanscartier dispusiera los cartones, preparara los medallones y pusiera en marcha los punzones robotizados. Ambos, acodados en una barandilla blanca, contemplaban el vaiven de las puntas. Hacia dos dias que Adamsberg dormia mal y el monotono movimiento de las decenas de punzones sincronizados le atontaba.

– Eso adormece a cualquiera, ?verdad? ?Quieres que vaya a buscar un cafe solo?

– Uno doble, Sanscartier, y muy cargado.

El sargento regreso llevando con precaucion los vasos.

– No te quemes -dijo tendiendo el cafe a Adamsberg.

Los dos hombres volvieron a su puesto, inclinados sobre el parapeto.

– Llegara el dia -dijo Sanscartier- en que no podremos ya mear tranquilamente en la nieve sin que aparezca un codigo de barras y tres helicopteros de cops.

– Llegara el dia -repitio Adamsberg como un eco- en que ni siquiera necesitaremos interrogar a los tipos.

– Llegara el dia en que ni siquiera necesitaremos verlos. Oir su voz, preguntarse si por casualidad… Nos plantaremos en la escena del crimen, tomaremos un humillo de sudor, y el tipo sera pescado a domicilio con una pinza y metido en una caja a su medida.

– Y llegara el dia en que nos tocaremos las narices.

– ?Te parece bueno este brebaje?

– No mucho.

– No es nuestra especialidad.

– ?Y te aburres aqui, Sanscartier?

El sargento sopeso su respuesta.

– Me daria gusto volver al terreno, donde podria utilizar mis ojos y, luego, mear en la nieve, si entiendes lo que quiero decir. Sobre todo porque mi rubia se ha quedado en Toronto. Pero no se lo digas al boss, me echaria un rapapolvo.

Una senal roja se encendio y ambos permanecieron unos instantes sin moverse, contemplando los punzones inmoviles. Luego, Sanscartier se aparto perezosamente de la barandilla.

– Hay que moverse. Si el boss nos pesca agitando el aire, se arremangara los calzones.

Evacuaron la paleta y colocaron nuevos cartones. Medallones, alveolos. Sanscartier puso de nuevo en marcha los punzones.

– ?Trabajas mucho sobre el terreno en Paris? -pregunto.

– Lo mas posible. Y ademas, camino, deambulo, sueno.

– Tienes suerte. ?Resuelves tus casos dando paladas en las nubes?

– En cierto modo -dijo Adamsberg con una sonrisa.

– ?Tienes algo bueno ahora?

Adamsberg hizo una mueca.

– La palabra no es esa, Sanscartier. Se trataria, mas bien, de dar paladas de tierra.

– ?Te ha tocado un hueso?

– Muchos huesos. Me ha tocado todo un muerto. Pero el muerto no es la victima, es el asesino. Es un viejo muerto que mata.

Adamsberg miro los ojos pardos de Sanscartier, casi tan redondos como las aterciopeladas bolas que se ponen en la cara de los munecos.

– Bueno -respondio Sanscartier-, si sigue matando es que no esta del todo muerto.

– Si -insistio Adamsberg-. Te digo que esta muerto.

– Entonces es que resiste -declaro Sanscartier abriendo los brazos-. Se debate como diablo en agua bendita.

Adamsberg se acodo en la barandilla. Por fin una mano que se le tendia, inocentemente, despues de la de Clementine.

– Eres un tipo inspirado, Sanscartier. En efecto, necesitas el terreno.

– ?Eso crees?

– Estoy seguro.

– En todo caso -dijo el sargento inclinando la cabeza-, en un momento dado te vas a pillar los dedos con lo de tu diablo. Ten cuidado, si me lo permites. No va a faltar una tropa de tipos para decir que, de pronto, se te ha ido la pinza.

– ?Que quieres decir?

– Que diran que flipas en colores, vamos, que has perdido la chaveta.

– Ah, bueno. Ya lo han dicho, Sanscartier.

– Entonces, cierra el pico y no intentes hacerselo creer. Pero, yo pienso que tienes huevos y vas por buen camino. Busca tu maldito demonio y, mientras no le tengas agarrado por la cocorota, no des el cante.

Adamsberg permanecio inclinado sobre el parapeto, sensible al alivio que proporcionaban las palabras de su colega de mente clara.

– Pero tu, Sanscartier, ?por que no me tomas por un pirado?

– Porque no lo eres, asi de facil. ?Quieres comer? Es mas de mediodia.

Al dia siguiente, por la noche, despues de una jornada transcurrida en la cadena de extraccion automatica, Adamsberg se separo a reganadientes de su benefico colega.

– ?Con quien formas equipo manana? -le pregunto Sanscartier acompanandole hasta el coche.

– Ginette Saint-Preux.

– Es una buena chica. Puedes estar tranquilo.

– Pero te echare de menos -dijo Adamsberg estrechandole la mano-. Me has prestado un gran servicio.

– ?Como es posible?

– Es posible, eso es todo. ?Y tu? ?Con quien trabajas?

– Con la de mantenimiento tierno. ?Puedes recordarme su nombre?

– ?Mantenimiento tierno?

– La gorda -tradujo Sanscartier, turbado.

– Ah, Violette Retancourt.

– Perdona que vuelva a la cuestion, pero cuando hayas pescado al maldito muerto, aunque sea dentro de diez anos, ?podras hacermelo saber?

– ?Tanto te interesa?

– Si. Y me has caido bien.

– Te lo dire. Aunque sea dentro de diez anos.

Adamsberg se encontro atrapado con Danglard en el ascensor. Sus dos dias con Sanscartier el Bueno le habian dulcificado y dejo para mas tarde el deseo de verselas, una vez mas, con su adjunto.

– ?Sale esta noche, Danglard? -pregunto con tono neutro.

– Estoy reventado. Como un bocado y me acuesto.

– ?Y los ninos? ?Todo va bien?

– Si, gracias -respondio el capitan, algo sorprendido.

Adamsberg sonreia al regresar a su casa. Danglard no estaba muy receptivo, ultimamente, para los arrumacos. La vispera le habia oido arrancar el coche, a las seis y media, y regresar casi a las dos de la madrugada. Tiempo suficiente para ir a Montreal, escuchar el mismo concierto y llevar a cabo sus buenas obras. Unas cortas noches que coloreaban sus ojeras. El bueno de Danglard, tan seguro de su incognito. Apretando los labios para no dejar escapar el secreto que habia descubierto. Esta noche, ultima representacion y nueva ida y vuelta para el fiel capitan.

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