La temperatura habia caido a menos cuatro grados por la manana y Adamsberg corrio a ver su rio. En el sendero, los bordes de los pequenos estanques se habian helado y se entretuvo rompiendo el hielo con sus gruesos zapatos, ante la atenta mirada de las ardillas. Iba a seguir adelante cuando el recuerdo de Noella apostada en la piedra le retuvo como una cuerda. Dio marcha atras y se sento en una roca para observar la competicion entablada entre una colonia de patos y una bandada de ocas marinas. Territorios y guerras por todas partes. Una de las ocas desempenaba, visiblemente, el papel de gran poli y volvia malignamente a la carga extendiendo sus alas y chasqueando el pico, con una constancia de despota. A Adamsberg no le gustaba esa oca. La distinguio de las demas por una marca bajo el plumaje, con la idea de ir a ver si, al dia siguiente, mantendria el papel de autocrata o si las ocas practicaban una alternancia democratica. Dejo que los patos continuaran con su resistencia y regreso al coche. Una ardilla se habia metido debajo, veia su cola sobresaliendo junto al neumatico trasero. Arranco poco a poco, a sacudidas, para no aplastarla.
El superintendente Laliberte recupero su buen humor cuando supo que Jules Saint-Croix habia cumplido con su deber de ciudadano y habia llenado su probeta, que habia guardado en un gran sobre. Fundamental, el esperma, fundamental, le gritaba Laliberte a Adamsberg, mientras rompia el sobre sin consideracion alguna por la pareja Saint-Croix, acurrucada en un rincon.
– Dos experimentos, Adamsberg -proseguia Laliberte agitando la probeta en medio del salon-: toma en caliente y en seco. En caliente como si hubiera permanecido en la vagina de la victima. En seco, el soporte plantea problemas. La toma no se realiza del mismo modo si el esperma se encuentra en un tejido, en una carretera, en la hierba o en una alfombra. Lo mas jodido es la hierba. ?Me sigues? Repartiremos las dosis en cuatro lugares estrategicos, en la carretera, en el jardin, en la cama y en la alfombra del salon.
Los Saint-Croix desaparecieron de la estancia como cogidos en falta y los policias pasaron la manana poniendo gotitas de esperma aqui y alla y rodeandolas con un circulo de tiza para no perderlas de vista.
– Mientras se seca -declaro Laliberte-, nos largamos a los aseos y nos encargamos de los orines. Toma tu carton y tu estuche.
Los Saint-Croix pasaron una jornada dificil que lleno de satisfaccion al superintendente. Habia hecho llorar a Linda para recoger sus lagrimas y correr a Jules con aquel frio para obtener sus mocos. Todas las tomas habian sido validas y regreso a la GRC como un cazador victorioso, con sus cartones y estuches etiquetados. Solo hubo una contrariedad aquel dia: habian tenido que hacer cambios de ultima hora, pues dos voluntarios se habian negado, obstinadamente, a confiar su probeta a los equipos femeninos. Lo que habia sacado de quicio a Laliberte.
– ?Maldita sea, Louisseize! -habia aullado al telefono-. ?Que quieren hacernos creer, esos tipos, con su jodido esperma? ?Que es oro liquido? Son muy duenos de soltarselo a las rubias por placer, pero cuando se trata de curro, ?ya no importa quien seas! Diselo a la cara a tu maldito voluntario.
– No puedo, superintendente -habia respondido la delicada Berthe Louisseize-. Esta empecinado como un oso. Tengo que cambiarme con Portelance.
Laliberte habia tenido que ceder pero, por la noche, todavia rumiaba la ofensa.
– Los hombres -dijo a Adamsberg entrando por delante en la GRC- son bobos como bisontes, a veces. Ahora que hemos terminado las tomas, voy a cantarles las cuarenta a esos perros de voluntarios. Las mujeres de mi escuadra saben sobre su maldito esperma cien veces mas que estos dos botarates.
– Dejalo estar, Aurele -sugirio Adamsberg-. Esos tipos te importan un pimiento.
– Me lo tomo como algo personal, Adamsberg. Vete a ver mujeres esta noche, si te apetece, pero yo, despues de cenar, voy a hacerles una visita y a cantarles las cuarenta a esas dos mulas.
Aquel dia, Adamsberg comprendio que la expansiva jovialidad del superintendente venia tambien acompanada de un reverso ardiente. Un tipo caliente, directo y desprovisto de tacto, al mismo tiempo que un colerico obtuso y tenaz.
– Al menos, ?no habras sido tu el que le has puesto asi? -pregunto el sargento Sanscartier, inquieto, a Adamsberg.
Sanscartier hablaba en voz baja, con la pose algo encorvada de los timidos.
– No, es por culpa de dos cretinos que se han negado a dar sus probetas a los equipos femeninos.
– Mejor asi. ?Puedo darte un consejo? -anadio posando en Adamsberg sus ojos saturados.
– Te escucho.
– Es un buen tipo pero, cuando bromea, es mejor reir hasta descoyuntarse las mandibulas. Quiero decir que no lo provoques. Porque cuando el boss se pone como un basilisco puede hacer temblar los arboles.
– ?Y le ocurre a menudo?
– Si le llevan la contraria o si se ha levantado con mal pie. ?Ya sabes que, el lunes, los dos formamos equipo?
Tras una cena en grupo organizada en Los cinco domingos para festejar la primera semana, Adamsberg regreso por el bosque. Conocia bien su sendero, ahora, adivinando las grietas y los hundimientos, viendo el brillo de los lagos de ribera, y lo recorrio mas deprisa que a la ida. Se habia detenido a medio camino para atarse el cordon del zapato cuando un rayo de luz cayo sobre el.
– Hey, man! -solto una voz gruesa y agresiva-. ?Que haces aqui? ?Estas buscando algo?
Adamsberg dirigio su linterna a su vez y descubrio a un tipo robusto que le observaba con las piernas abiertas, vestido como un guardabosques y tocado con un gorro de orejeras encasquetado hasta los ojos.
– ?Que ocurre? -pregunto Adamsberg-. El sendero es de libre paso, segun creo.
– Ah -dijo el hombre tras una pausa-. ?Eres del viejo pais? Frances, ?no?
– Si.
– ?Y como lo se yo? -dijo el hombre riendose esta vez y acercandose a Adamsberg-. Porque cuando hablas, no creo oirte, creo leerte. ?Que estas haciendo por aqui? ?Buscas hombres?
– ?Y tu?
– No me ofendas, vigilo la obra. No podemos dejar las herramientas por la noche, valen mucho.
– ?Que obra?
– ?No la ves? -dijo el hombre paseando su linterna a sus espaldas.
En aquel aparte del bosque que dominaba el camino, Adamsberg distinguio un pick-up en la oscuridad, un barracon desmontable y algunas herramientas apoyadas en los arboles.
– ?Una obra de que? -pregunto Adamsberg con amabilidad.
Parecia bastante delicado, en Quebec, interrumpir sin cortesia una conversacion.
– Arrancan los arboles muertos y vuelven a plantar arces -explico el vigilante nocturno-. He creido que le echabas el ojo al material. Oye, perdona que te haya trincado pero es mi curro, man. ?Deambulas a menudo, asi, por la noche?
– Me gusta.
– ?Estas de visita?
– Soy poli. Trabajo con la GRC de Gatineau.
Aquella declaracion acabo de pronto con las ultimas sospechas del guarda.
– Ok, man, todo correcto. ?Te apetece una cerveza en la cabina?
– Gracias, tengo que largarme. He de darle al callo.
– Peor para ti, man. Bienvenido y bye.
Adamsberg redujo el paso cuando se acerco a la piedra Champlain. Alli estaba Noella, en su piedra, embutida en un grueso anorak. Distinguio la brasa de su cigarrillo. Retrocedio sin hacer ruido y trepo por el bosque para rodearla. Recupero el sendero treinta metros mas alla y apresuro el paso hacia el edificio. Joder con esta muchacha, a fin de cuentas no era el diablo. Diablo que le devolvio brutalmente la imagen del juez Fulgence. Uno cree que sus pensamientos se esfuman cuando estan clavados ahi, en pleno centro de tu frente, como tres agujeros alineados. Apenas velados por una efimera nube atlantica.
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