autentico resentimiento hacia su adjunto. El benefactor de pelo canoso que se escurria por la puerta que la pesadumbre de Camille le dejaba entreabierta.
La rapidez con la que se esfumo Danglard sorprendio a Adamsberg. El capitan habia rodeado la iglesia y aguardaba la salida de los musicos. Para felicitarles, sin duda. Pero Danglard cargo el material en un coche y se puso al volante, llevandose consigo a Camille. Adamsberg arranco tras ellos, deseoso de saber hasta donde llevaba su adjunto su plan secreto. Tras un alto y diez minutos de camino, el capitan se detuvo y abrio la portezuela a Camille, que le tendio un paquete envuelto en una manta. Aquella manta y el hecho de que el paquete lanzara un grito le hicieron comprender, en un instante, la magnitud de la situacion.
Un nino, un bebe. Y, por su tamano y su voz, un bebe minusculo de un mes de edad. Inmovil, contemplo la puerta de la casa que se cerraba tras la pareja. Danglard, infame cabron, innoble ladron.
El capitan salio rapidamente, y saludando a Camille con un gesto amistoso se metio en un taxi.
Dios mio, un nino, rumiaba Adamsberg por la carretera que le llevaba hacia Hull. Ahora que Danglard habia abandonado el papel de sobornador para volver a ser el bueno y benevolente capitan -lo que en nada atenuaba su resentimiento hacia el-, sus pensamientos se concentraron como un haz sobre la muchacha. ?Por que inconcebible truco de prestidigitacion volvia a encontrar a Camille con un nino? Un truco que exigia, advirtio en aquel instante, el desvergonzado paso de un hombre. Un bebe de un mes, calculo. Mas nueve, igual a diez. Camille no habia esperado, pues, mas de diez semanas despues de su partida para encontrarle un sucesor. Adamsberg piso el acelerador, impaciente de pronto por adelantar a aquellos jodidos carros que circulaban, docilmente, a la sagrada velocidad de 90 km/h. El hecho era ese, y Danglard lo habia sabido desde el principio sin decirle ni una palabra. Comprendia, sin embargo, que su adjunto le hubiera evitado aquella noticia que, incluso hoy, le laceraba el espiritu. ?Y por que? ?Que habia esperado? ?Que Camille llorara mil anos sin moverse por su amor perdido? ?Que se petrificara en una estatua que el pudiera reanimar a su antojo? ?Como en los cuentos?, habria dicho Trabelmann. No, ella habia vacilado, vivido y encontrado un tipo, sencillamente. Cruda realidad sobre la que percutia secamente.
No, penso tendiendose en su cama. Nunca habia comprendido realmente que al perder a Camille, perdia a Camille. Simple logica que no le servia de nada. Y ahora estaba ese jodido padre que le expulsaba de la escena. Hasta Danglard habia tomado partido contra el. No le costaba imaginar al capitan entrando en la maternidad y estrechando la mano al recien llegado, un hombre fiable, un hombre seguro, que ofrecia toda su rectitud en beneficioso contraste. Un tipo irreprochable y rectilineo, un industrial con un perro labrador, dos perros labradores, zapatos y cordones nuevos.
Adamsberg le odiaba ferozmente. Aquella noche, habria acabado, en un instante, con el tipo y sus perros. El, el poli; el, el buey, el puerco, le habria matado. Y con un golpe de tridente, ?por que no?
XXII
Adamsberg se levanto tarde y no fue a desafiar al boss de las ocas marinas, abandonando asi cualquier proyecto de visita contemplativa a los lagos. Se dirigio de inmediato hacia el sendero. La joven no trabajaba en domingo y tenia posibilidades de encontrarla en la piedra Champlain. Estaba alli, en efecto, con la ambigua sonrisa y el cigarrillo en los labios, dispuesta a seguirle hasta el estudio.
Adamsberg encontro en el entusiasmo de su companera un parcial consuelo para el disgusto que habia sufrido la vispera.
Fue dificil desalojarla a las seis de la tarde. Sentada y desnuda en la cama, Noella no queria ni oirle, decidida a pasar la noche alli. Ni hablar de eso, le explico con dulzura Adamsberg vistiendola poco a poco, sus colegas iban a regresar de inmediato. Tuvo que ponerle la blusa y llevarla del brazo hasta la puerta.
Cuando Noella hubo salido, sus pensamientos no se demoraron por mas tiempo en la muchacha y llamo a Mordent a Paris. El comandante era un hombre nocturno y no le despertaria a las doce y cuarto de la noche. A su rigor de aficionado al papeleo se unia una antigua inclinacion hacia el acordeon y la cancion popular, y esa noche regresaba de un baile que parecia haberle alegrado.
– A decir verdad, Mordent -dijo Adamsberg-, no le llamo para darle noticias. Todo marcha, el equipo sigue bien y nada que comentar.
– ?Y los colegas? -se intereso a pesar de todo el comandante.
– Correcto, como dicen por aqui. Agradables y competentes.
– ?Veladas libres o se apagan las luces a las diez?
– Libres, pero no se pierde usted nada por ese lado. Hull-Gatineau no es, exactamente, un vasto escenario de cabarets y ferias. Es bastante plano, como dice Ginette.
– Pero ?es bonito?
– Mucho. ?No hay lios en la Brigada?
– Nada complicado. ?Cual es el objeto de la llamada, comisario?
– El ejemplar de las
– ?Y el objeto de la busqueda?
– El asesinato cometido en Schiltigheim la noche del sabado 4 de octubre. Victima, Elisabeth Wind. Encargado de la investigacion, el comandante Trabelmann. Acusado, Bernard Vetilleux. Lo que busco, Mordent, es un articulo o un suelto que hable de la visita de un poli parisino y la sospecha de un asesino en serie. Algo de ese tipo. El viernes 10, no otro dia.
– ?Y el poli parisino es usted, supongo?
– Eso es.
– ?Informacion secreta en la Brigada o lo suelto en la Sala de los Chismes?
– Secreto absoluto, Mordent. Este asunto solo me esta jodiendo.
– ?Y es urgente?
– Prioritario. Tengame al corriente en cuanto averigue algo.
– ?Y si no logro nada?
– Es muy importante tambien. Llameme en cualquier caso.
– Un segundo -intervino Mordent-. ?Podria mandarme a diario un e-mail hablandome de sus actividades en la GRC? Brezillon espera un informe preciso cuando regresen de la mision y supongo que preferira usted que me encargue yo.
– Si, gracias por echarme una mano, Mordent.
El informe. Lo habia olvidado por completo. Adamsberg se obligo a redactar para el comandante un relato de las tomas de los dias anteriores, mientras recordara aun los esfuerzos de Jules y Linda Saint-Croix. Justo a tiempo: las recientes apariciones de Fulgence, del nuevo padre y de Noella le habian alejado bastante de los cartones de sudor y de orina. No le desagradaba deshacerse, manana, de su duro y jovial companero y de formar equipo con Sanscartier el Bueno.
Avanzada la noche, oyo un coche que frenaba en el aparcamiento. Echo una ojeada desde su balcon y vio bajar al grupo de Montreal, con Danglard a la cabeza, inclinado bajo la tempestad de nieve. A el le apeteceria cantarle las cuarenta, como habria dicho el superintendente.
XXIII
Es extrano hasta que punto tres dias bastan para disipar el asombro y para poner en marcha, de inmediato, la rutina, penso Adamsberg al estacionar ante los edificios de la GRC, a pocos metros de la diligente ardilla que custodiaba la puerta. La sensacion de extraneza se esfumaba, cada cuerpo comenzaba a hacer su nido en el