La creperia bretona del centro procuraba recordar la tierra natal de los antepasados del propietario, con redes, boyas y pescado seco. Y tridente. Adamsberg quedo petrificado ante la herramienta que le desafiaba, con sus puas, desde la pared de enfrente. Tridente marino, arpon de Neptuno, con sus tres finas puas terminadas en garfios. Muy distinto de su tridente personal, que era una herramienta de labrador, gruesa y pesada, un tridente de tierra, si asi puede decirse. Como se habla de lombriz de tierra o de sapo de tierra, incluso. Pero estaban lejos esos feroces tridentes y esos sapos explosivos, abandonados en las brumas del otro lado del Atlantico.
El camarero le sirvio una crepe enorme, sin dejar de hablarle de la vida.
Abandonados al otro lado del Atlantico, los tridentes, los sapos, los jueces, las catedrales y los desvanes de Barba Azul.
Abandonados pero aguardandole, esperando su regreso. Todos aquellos rostros y aquellas heridas, todos aquellos temores unidos a sus pasos por el hilo inagotable de la memoria. Por lo que respecta a Camille, aparecia aqui mismo, en pleno corazon de una ciudad perdida del inmenso Canada. La idea de esos cinco conciertos que iban a darse a doscientos kilometros de la GRC le turbaba, como si corriera el riesgo de poder escuchar el son de la viola desde el balcon de su habitacion. Solo deseaba que Danglard no lo supiera. El capitan seria capaz de correr hasta Montreal, arrastrandose, y de mirarlo refunfunando durante todo el dia siguiente.
Pidio un cafe y un vaso de vino como postre y, sin levantar la mirada de la carta, se dio cuenta de que alguien se habia sentado a su mesa sin anunciarse. Era la muchacha de la piedra Champlain, que llamo de nuevo al camarero para encargar un segundo cafe.
– ?Has tenido un buen dia? -le pregunto sonriendo.
La muchacha encendio un cigarrillo y le miro con franqueza.
Mierda, se dijo Adamsberg, y se pregunto por que. En otro momento, habria aprovechado al vuelo la ocasion. Pero no sentia deseo alguno de llevarsela a la cama, quiza porque los tormentos de la semana pasada estaban actuando aun o, tal vez, porque intentaba desmentir las suposiciones del superintendente.
– Te molesto -afirmo ella-. Estas cansado. Los bueyes te han deslomado.
– Eso es -dijo el, y advirtio que habia olvidado su nombre.
– Tu chaqueta esta mojada -dijo ella tocandole-. ?Tiene goteras tu coche? ?Has venido en bici?
?Que queria saber? ?Todo?
– He venido a pie.
– Nadie va a pie por aqui. ?No te has fijado?
– Si. Pero he pasado por el sendero de paso.
– ?Lo has recorrido entero? ?Cuanto tiempo has tardado?
– Algo mas de una hora.
– Bueno, tienes huevos, como habria dicho mi chorbo.
– ?Y por que tengo huevos?
– Porque el sendero, por la noche, es la madriguera de los maricas.
– ?Y que? ?Que pueden hacerme?
– Y tambien de los violadores. No estoy segura, es un rumor. Pero cuando Noella va, por la noche, nunca pasa de la piedra Champlain. Eso le basta para contemplar el rio.
– Al parecer es un afluente.
Noella hizo una mueca.
– Cuando es asi, tan grande, yo lo llamo rio. Me he pasado el dia sirviendo a cretinos franceses y estoy reventada. Sirvo en el Caribu, ?te lo habia dicho? No me gustan los franceses cuando gritan en grupo, prefiero a los quebequeses, son mas amables. Salvo mi chorbo. ?Recuerdas que el muy cabron me ha largado?
La muchacha estaba lanzada de nuevo y Adamsberg no veia como librarse de ella.
– Toma, mira su foto. Guapo, ?no te parece? Tambien tu eres guapo, a tu manera. No muy comun, un poco de aca y de alla, y ya no eres joven. Pero me gustan tu nariz y tus ojos. Y me gusta cuando sonries -dijo rozando sus parpados y sus labios con el dedo-. Y tambien cuando hablas. Tu voz. ?Sabes lo de tu voz?
– Hey, Noella -intervino el camarero dejando las cuentas sobre la mesa-. ?Sigues currando en el Caribu?
– Si, tengo que reunir el dinero del billete, Michel.
– ?Y todavia estas colada por tu chorbo?
– A veces si, por la noche. Hay gente a la que le da la llorera por la manana, y a otra por la noche. Lo mio es la noche.
– Bueno, no lo lamentes. Lo han pescado los cops.
– No jodas -dijo Noella incorporandose.
– No digo tonterias. Robaba carros y los revendia con una nueva matricula, ?que te parece?
– No te creo -dijo Noella agitando la cabeza-. Trabajaba en informatica.
– Eres dura de entendederas, preciosa. Tu chorbo tenia dos caras, era un hipocrita. Enciende la luz, Noella. No son bobadas, lo he leido en el periodico.
– No lo sabia.
– En el periodico de Hull, negro sobre blanco. Se empaqueto el bunuelo y los cerdos le engomaron las munecas. Ya tiene lo suyo y te aseguro que tiene para rato. Era un perro de mierda, tu chorbo. De modo que sientate encima y luego dale vueltas. Queria decirtelo para que no lo lamentaras. Perdoname, me llaman de aquella mesa.
– No puedo creerlo -dijo Noella recogiendo con el dedo el fondo azucarado de su cafe-. ?Te molesta que tome una copa contigo? Debo sobreponerme.
– Diez minutos -concedio Adamsberg-. Luego me ire a dormir -insistio.
– Comprendo -dijo Noella pidiendo su copa-. Eres un hombre ocupado. ?Te das cuenta? ?Mi chorbo?
– «Sientate encima y luego dale vueltas» -repitio Adamsberg-. ?Que te ha aconsejado? ?Que lo olvides? ?Que lo borres?
– No. Quiere decir «detente un rato sobre la cosa y piensalo bien».
– ?Y lo de «empaquetar el bunuelo»?
– Pillarse un buen pedo. Ya basta, Noella no es un diccionario.
– Era solo para comprender tu historia.
– Pues bien, ya lo ves, es mas tonta aun de lo que yo creia. Tengo que ir a distraerme -dijo apurando la copa de un trago-. Te acompano.
Sorprendido, Adamsberg vacilo en responder.
– Voy en coche y tu a pie -explico Noella con impaciencia-. ?No pensaras regresar por el sendero?
– Esa era mi idea.
– Caen chuzos de punta. ?Te doy miedo? ?La chica da miedo a un hombreton de cuarenta anos? ?A un puerco?
– Claro que no -dijo Adamsberg sonriendo.
– Bueno. ?Donde vives?
– Cerca de la calle Prebost.
– Ya veo, yo estoy a tres manzanas. Ven.
Adamsberg se levanto, sin comprender su reticencia a seguir hasta su coche a una muchacha encantadora.
Noella freno ante su inmueble y Adamsberg le dio las gracias abriendo la portezuela.
– ?No me das un beso antes de marcharte? No eres muy cortes para ser frances.
– Perdon, soy un montanes, un bruto.
Adamsberg la beso en las mejillas, con el rostro rigido, y Noella fruncio el ceno, ofendida. Abrio la puerta del edificio y saludo al guardian, siempre al acecho pasadas las once. Despues de la ducha, se tendio en la ancha cama. En Canada, todo es mas grande. Salvo los recuerdos, que son mas pequenos.
XIX