falta de colera, un interes sin entusiasmo recorria el rostro del capitan.
– Es interesante, ?no? -dijo Adamsberg-. Ese hombre invisible para todos, esa impalpable presencia.
– Misantropo -objeto Danglard con voz contenida.
– Pero ?un misantropo que borra cada una de sus huellas? ?Que solo deja tras de si, y ademas por mala suerte, algunos pelos blancos como la nieve?
– Nada podra hacer con esos pelos -murmuro Danglard.
– Si, Danglard, puedo compararlos.
– ?Con que?
– Con los que estan en la tumba del juez, en Richelieu. Bastaria con solicitar una exhumacion. El pelo se conserva mucho tiempo. Con un poco de suerte…
– ?Que es eso? -interrumpio Danglard con voz alterada-. ?Ese silbido que se oye?
– Es la presurizacion de la cabina, normal.
Danglard se apoyo de nuevo en el respaldo con un largo suspiro.
– Pero me resulta imposible recordar lo que dijo usted sobre el significado de
– De
Adamsberg almaceno, de paso, los nuevos significados que su adjunto sacaba de sus bobinas de erudicion.
– ?Y
– No me diga que no lo sabe -mascullo Danglard-.
– No le he revelado con que nombre compro el Schloss nuestro tipo. ?Le interesa?
– En absoluto.
Danglard, en realidad, se daba perfecta cuenta de los esfuerzos que Adamsberg desplegaba para distraerle de su angustia y, aunque contrariado por la historia del Schloss, le estaba agradecido por su atencion. Ya solo seis horas y doce minutos de vuelo. Estaban ahora sobre el Atlantico, y por un buen rato aun.
– Maxime Leclerc. ?Que le parece eso?
– Que Leclerc es un apellido muy corriente.
– Tiene usted mala fe. Maxime Leclerc: «el mas grande», «el mas claro», «el fulgurante». El juez no pudo decidirse a tomar un nombre comun.
– Con las palabras podemos jugar como con las cifras, hacerles decir lo que deseemos. Pueden retorcerse hasta el infinito.
– Si no se agarrara usted a su racionalidad -insistio Adamsberg por puro deseo de provocacion-, admitiria que hay cosas interesantes en mi punto de vista sobre el asunto de Schiltigheim.
El comisario detuvo a una bienhechora azafata que pasaba con unas copas de champan ante la inconsciente mirada del capitan. Froissy la habia rechazado, el tomo dos y las puso en las manos de Danglard.
– Beba -ordeno-. Las dos, pero solo una por vez, como se lo tenia prometido.
Danglard hizo un movimiento con la cabeza como gesto de leve gratitud.
– Pues, desde mi punto de vista -prosiguio Adamsberg-, no es que sea verdadero, pero tampoco falso.
– ?Quien se lo dijo?
– Clementine Courbet. ?La recuerda? Fui a visitarla.
– Si elige usted las sentencias de la vieja Clementine como punto de referencia, toda la brigada se precipitara al abismo.
– Nada de pesimismo, Danglard. Pero es cierto que podriamos jugar con los nombres hasta el infinito. Con el mio, por ejemplo. Adamsberg, «la montana de Adan». El primero de los hombres. Eso le sienta bien a un tipo, ?no? Y en una montana, ademas. Me pregunto si no vendra de eso la…
– Catedral de Estrasburgo -interrumpio Danglard.
– ?Verdad? ?Y su nombre, Danglard, que hacemos con el?
– Es el nombre del traidor en
– Es interesante, evidentemente.
– Y hay algo mejor -dijo Danglard, que se habia ventilado las dos copas de champan-. Viene de D’Anglard, y Anglard viene del germanico
– Vamos, amigo, traduzca.
–
– Lo que produce una especie de angel inflexible con espada. Mucho mas grave que el pobre primer hombre gesticulando a solas en su montana. La catedral de Estrasburgo parece demasiado menesterosa para oponerse a su angel vengador. Y ademas, la han tapado.
– ?Ah, si?
– Si, con un dragon.
Adamsberg lanzo una ojeada a sus relojes. Solo cinco horas y cuarenta y cuatro minutos y medio de vuelo.
Sentia que iba por buen camino, pero ?cuanto tiempo podria aguantar asi? Nunca habia hablado siete horas seguidas.
De pronto, el buen camino se vio cortado en seco por las senales luminosas que parpadearon en la parte frontal de la cabina.
– ?Que pasa ahora? -se alarmo Danglard.
– Abrochese el cinturon.
– Pero ?por que he de abrocharme el cinturon?
– Turbulencias, no pasa nada. Puede moverse un poco, eso es todo.
Adamsberg rogo al primer hombre de la montana que procurara que las sacudidas fueran minimas. Pero, entregado a otros asuntos, al primer hombre la cosa parecia importarle un pimiento. Y, por desgracia, las turbulencias fueron de gran intensidad, lanzando al aparato a unos baches de varios metros. Los viajeros mas veteranos tuvieron que dejar de leer, las azafatas se sujetaron a los estribos y una muchacha lanzo un grito. Danglard habia cerrado los ojos y respiraba con mucha rapidez. Helene Froissy le observaba con inquietud. Por una inspiracion, Adamsberg se volvio hacia Retancourt, sentada detras del capitan.
– Teniente -le dijo en voz baja entre los asientos-, Danglard no va a aguantarlo. ?Sabria hacerle un masaje que le durmiera? ?O cualquier otro truco que le atonte, que le embobe, que le anestesie?
Retancourt asintio, sin que a Adamsberg le sorprendiera demasiado.
– Funcionara -dijo ella-, siempre que no sepa que procede de mi.
Adamsberg inclino la cabeza.
– Danglard -le dijo tomandole la mano-, mantenga los ojos cerrados, una azafata se encargara de usted.
Indico a Retancourt que podia empezar.
– Desabrochese tres botones de la camisa -solicito ella soltando su cinturon.
Luego, con la punta de los dedos, como si solo posara la yema en una danza rapida y pianistica, Retancourt la emprendio con el cuello de Danglard, siguiendo el trayecto de la columna vertebral e insistiendo en las sienes. Froissy y Adamsberg observaban la operacion entre las sacudidas del avion, contemplando alternativamente las manos de Retancourt y el rostro de Danglard. El capitan parecio tranquilizar su respiracion, luego sus rasgos se relajaron y, menos de quince minutos despues, dormia.
– ?Ha tomado calmantes? -pregunto Retancourt separando uno a uno sus dedos de la nuca del capitan.
– Todo un carro -dijo Adamsberg.
Retancourt miro su reloj.
– No ha debido de pegar ojo en toda la noche. Al menos dormira cuatro horas, estaremos tranquilos. Cuando despierte, sobrevolaremos Terranova. La tierra tranquiliza.
Adamsberg y Froissy se miraron.
– Me deja pasmada -murmuro Froissy-. Acabaria con una pena de amor como con un pulgon en el camino.