capta?» Trabelmann se habria reido. Torre de Estrasburgo, ciento cuarenta y dos metros. «Me hace usted reir, Adamsberg, al menos me hace reir.»
A las dos de la tarde, los siete miembros de la mision de Quebec se habian reunido para una serie de instrucciones tecnicas y de conducta. Adamsberg habia distribuido reproducciones de los grados y las insignias de la Gendarmeria Real de Canada, que ni siquiera el habia memorizado aun.
– Nada de meter la pata, esa es la consigna general -comenzo Adamsberg-. Revisen a fondo las insignias. Se las veran con cabos, sargentos, inspectores y superintendentes. No confundan los rangos. El responsable que nos recibira es el superintendente principal Aurele Laliberte, es decir, la libertad es su apellido.
Hubo algunas risitas.
– Eso es lo que debemos evitar: las risas. Sus nombres y apellidos no se parecen a los nuestros. Encontraran ustedes, en la GRC, apellidos que sonaran como «ladulzura», «francias» e, incluso, a «luiscatorce». Nada de risas. Conoceran a algunas Ginette o algunos Philibert mas jovenes que ustedes, pese a lo anticuado de los nombres. Nada de risas tampoco, ni cuando se trate de su acento, sus expresiones o su modo de hablar. Cuando un quebeques habla deprisa, no es tan facil de seguir.
– ?Por ejemplo? -pregunto el preciso Justin.
Adamsberg se volvio hacia Danglard, interrogativo.
– Por ejemplo -respondio Danglard-: «?Quieres que andemos brincando toda la noche?».
– ?Que significa eso? -pregunto Voisenet.
– «No vamos a darle vueltas toda la noche.»
– Eso es -dijo Adamsberg-. Intenten comprender y eviten el chiste facil, o toda la mision se ira a pique.
– Los quebequeses -interrumpio Danglard con voz blanda- consideran Francia como la madre patria pero no aprecian demasiado a los franceses, y desconfian de ellos. Los encuentran despectivos, altivos y burlones, con razon, como si consideraran Quebec una capital de provincias de lenadores y pazguatos.
– Cuento con ustedes -prosiguio Adamsberg- para que no se comporten como turistas, parisinos por anadidura, que hablan en voz alta y lo denigran todo.
– ?Donde nos alojaremos? -pregunto Noel.
– En un edificio de Hull, a seis kilometros de la GRC. Cada cual tendra su habitacion, con vistas al rio y a las ocas marinas. Tendremos a nuestra disposicion coches oficiales. Alli no se camina, se rueda.
La reunion duro todavia casi una hora, luego el grupo se disperso con murmullos de satisfaccion, salvo por parte de Danglard, que se arrastro como un condenado fuera de la sala, palido de ansiedad. Si por un milagro los estorninos no se metian en el reactor izquierdo a la ida, lo harian, a la vuelta, las ocas marinas, y en el reactor de la derecha. Y una oca marina vale por diez estorninos. Todo es mas grande alli, en Canada.
XV
Adamsberg ocupo buena parte de su sabado telefoneando a las agencias inmobiliarias de la lista, muy larga, que habia elaborado para los alrededores de Estrasburgo, sin incluir la propia ciudad. La tarea era un fastidio y siempre hacia la misma pregunta, en los mismos terminos. ?Habia algun hombre de edad avanzada que hubiera alquilado o comprado, en fecha indeterminada, una propiedad o, mas exactamente, una gran mansion aislada? ?Y el adquisidor habia cancelado su arrendamiento o puesto en venta su mansion hacia poco tiempo? Justo al final de su busqueda, dieciseis anos antes, las pesquisas de Adamsberg habian inquietado al Tridente lo bastante para incitarle a cambiar de region en cuanto habia cometido el crimen, escurriendose asi entre sus dedos. Adamsberg se preguntaba si el juez, incluso muerto, habria conservado aquel reflejo de prudencia. Las distintas residencias que Adamsberg le habia conocido habian resultado, todas ellas, casas particulares, lujosas y senoriales. El juez habia reunido una considerable fortuna y aquellas mansiones habian sido siempre suyas, y no de alquiler, pues Fulgence preferia evitar la mirada de un propietario.
A Adamsberg no le costaba adivinar la manera en que aquel hombre habia podido amasar semejante capital. Las notables cualidades de Fulgence, la profundidad de sus analisis, su temible habilidad y su excepcional memoria de los procesos del siglo, todo ello acompanado de una belleza memorable y carismatica, le habian procurado una fuerte popularidad. Tenia una reputacion de «hombre que sabe», al igual que san Luis bajo su roble, decidiendo entre el bien y el mal. Lo mismo entre el publico que entre sus colegas, desbordados o irritados por su excesiva influencia. El integro magistrado nunca traspasaba los limites del derecho y la deontologia. Pero si le apetecia, durante un proceso, le bastaba hacer saber, por un sutil movimiento, hacia donde se inclinaba su juicio para que el rumor se propagase y los jurados le siguieran como un solo hombre. Adamsberg sospechaba que las familias de muchos acusados, e incluso algunos magistrados, habian pagado generosamente al juez para que su juicio se inclinara de un lado mas que del otro.
Hacia mas de cuatro horas que estaba telefoneando obstinadamente a las agencias sin obtener respuesta positiva alguna. Hasta su cuadragesima segunda llamada, cuando un joven admitio haber vendido una casa senorial, rodeada por un parque, entre Haguenau y Brumath.
– ?A cuantos kilometros de Estrasburgo?
– Veintitres a ojo de buen cubero, hacia el norte.
El adquisidor, Maxime Leclerc, habia comprado la propiedad -Der Schloss, Le Chateau- hacia casi cuatro anos, pero la habia puesto en venta la vispera por la manana, por graves motivos de salud. El traslado se habia efectuado enseguida y la agencia acababa de recuperar las llaves.
– ?Se las ha entregado personalmente? ?Le ha visto usted?
– Las ha traido su asistenta. Nadie lo ha visto nunca por la agencia. La venta se llevo a cabo a traves de su representante legal, por correspondencia, con envios y contraenvios de documentos de identidad y firma. Por aquel entonces, el senor Leclerc no podia desplazarse a causa de las secuelas de una operacion.
– ?Ah, caramba! -dijo simplemente Adamsberg.
– Es legal, comisario. Los documentos estaban certificados por la policia.
– ?Sabe usted el nombre y la direccion de esta asistenta?
– La senora Coutellier, en Brumath. Puedo obtener sus senas.
Denise Coutellier gritaba por telefono para superar los chillidos de una pandilla de ninos peleandose.
– Senora Coutellier, ?podria describirme usted a su empleador? -pregunto Adamsberg con voz fuerte, por puro mimetismo.
– Bueno, comisario -grito la mujer-, nunca le veia. Hacia tres horas el lunes por la manana y tres horas el jueves, al mismo tiempo que el jardinero. Dejaba listas las comidas y almacenaba las provisiones para los demas dias. Me habia avisado de que estaria ausente, era un hombre muy ocupado en sus asuntos. Tenia algo que ver con el Tribunal de Comercio.
Evidentemente, penso Adamsberg. Un fantasma es invisible.
– ?Algunos libros en la casa?
– Muchos, comisario. No podria decirle cuales.
– ?Periodicos?
– Estaba suscrito. A un diario y a las
– ?Correo?
– Eso no formaba parte de mis atribuciones, y su escritorio estaba siempre cerrado. Con lo del tribunal, es comprensible. Su marcha ha sido una verdadera sorpresa. Me ha dejado una nota muy amable, dandome las gracias y deseandome un monton de cosas buenas, con todas las instrucciones y una indemnizacion muy generosa.
– ?Que instrucciones?
– Bueno, que fuera este sabado para una limpieza a fondo, sin escatimar horas puesto que el castillo iba a ser puesto en venta. Luego, tenia que dejar las llaves en la agencia. Ni siquiera hace una hora que he estado alli.
– ?Escribio la nota a mano?