– Entre solo -dijo ella-. Yo regresare al coche. Hagame una senal cuando pueda reunirme con ustedes. Quisiera verlo.

– ?A Raphael?

– Si, a Raphael.

Adamsberg empujo la puerta de cristal con las piernas entumecidas aun. Se acerco a Raphael y puso las manos en sus hombros. El hombre de espaldas no se altero. Examino las manos morenas que se habian posado en el.

– ?Me has encontrado? -pregunto sin moverse.

– Si.

– Has hecho bien.

Desde el otro lado de la estrecha calle, Retancourt vio que Raphael se levantaba y los hermanos se abrazaban, mirandose, con los brazos entrelazados y agarrados al cuerpo del otro. Saco de su bolsa unos pequenos gemelos y los enfoco sobre Raphael Adamsberg, cuya frente tocaba la de su hermano. El mismo cuerpo, la misma cara. Pero mientras la belleza mudable de Adamsberg emergia como un milagro de sus rasgos caoticos, la de su hermano era inmediata y de trazo regular. Como dos gemelos que hubieran brotado de la misma raiz, uno en pleno desorden, el otro en armonia. Retancourt se movio para tener a Adamsberg de tres cuartos en su linea de vision. Aparto bruscamente los gemelos, alarmada por haberse atrevido a ir demasiado lejos, a traves de una emocion robada.

Ahora que estaban sentados, los dos Adamsberg no conseguian soltar sus brazos, formando un circulo cerrado. Retancourt volvio a instalarse en el coche, con un leve estremecimiento. Guardo los gemelos y cerro los ojos.

Tres horas mas tarde, Adamsberg habia golpeado el cristal del coche y recuperado a su teniente. Raphael les dio de comer y les sirvio cafe en el sofa. Los dos hermanos no se alejaban, el uno del otro, mas de cincuenta centimetros, habia advertido Retancourt.

– ?Jean-Baptiste sera condenado? ?Seguro? -pregunto Raphael a la teniente.

– Seguro -confirmo Retancourt-. Queda la huida.

– Huir con una decena de polis vigilando el hotel -explico Adamsberg.

– Es posible -dijo Retancourt.

– ?Tiene una idea, Violette? -pregunto Raphael.

Raphael, alegando que no era policia ni militar, se habia negado a llamar a la teniente por su apellido.

– Esta noche regresamos a Gatineau -explico Retancourt-. Llegamos al hotel Brebeuf por la manana, hacia las siete, candidos y ante sus ojos. Usted, Raphael, se pone en camino tres horas y media despues de nosotros. ?Es posible?

Raphael asintio.

– Llega a ese hotel hacia las diez y media. ?Que veran los cops? Un nuevo cliente, y les importa un bledo, no le buscan a el. Tanto mas cuanto, a esas horas, hay muchas idas y venidas. Los dos puercos que nos siguen no estaran manana de guardia. Ninguno de los polis al acecho le identificara. Se registra usted con su nombre y toma posesion de su habitacion, sencillamente.

– De acuerdo.

– ?Tiene usted trajes? ?Trajes de hombre de negocios, con camisa y corbata?

– Tengo tres. Dos grises y uno azul.

– Perfecto. Pongase un traje y lleve otro consigo. El gris. Y tambien dos abrigos, dos corbatas.

– Retancourt, ?no ira usted a meter a mi hermano en un lio? -interrumpio Adamsberg.

– No, solo a los polis de Gatineau. Usted, comisario, en cuanto lleguemos, vacia su habitacion, exactamente como si se hubiera largado a toda prisa. Nos libraremos de sus cosas. Tiene usted pocas y eso va bien.

– ?Hacemos albondigas con ellas? ?Nos las comemos?

– Las meteremos en el contenedor de basura del piso, aquel cacharro de acero con un batiente.

– ?Todo? ?La ropa, los libros, la maquinilla de afeitar?

– Todo, incluso su arma de servicio. Tiramos sus cosas y salvamos su piel. Nos quedaremos con la cartera y las llaves.

– La bolsa no entrara en el contenedor.

– La dejaremos en mi armario, vacia, como si fuera mia. Las mujeres llevan mucho equipaje.

– ?Puedo conservar mis relojes?

– Si.

Los dos hermanos no apartaban los ojos de ella, el uno con una mirada difusa y dulce, el otro clara y brillante. Raphael Adamsberg tenia la misma flexibilidad apacible que su hermano, pero sus movimientos eran mas vivos, sus reacciones mas rapidas.

– Los cops nos aguardan en la GRC a las nueve -prosiguio Retancourt, cuya mirada iba del uno al otro-. Tras veinte minutos de retraso, creo que no mas, Laliberte intentara ponerse en contacto con el comisario, en el hotel. Al no obtener respuesta, dara la alerta. Los tipos correran a su habitacion. Vacia. El sospechoso habra desaparecido. Hay que dar esta impresion: que se ha marchado ya, que se ha escurrido entre sus dedos. Hacia las nueve y veinticinco, se plantan en mi habitacion, por si usted se hubiera escondido alli.

– Pero ?escondido donde, Retancourt? -pregunto Adamsberg con inquietud.

Retancourt levanto la mano.

– Los quebequeses son pudicos y reservados -dijo-. Nada de mujeres desnudas en la primera pagina de los periodicos o en las orillas de sus lagos. Contaremos con eso, con su pudor. En cambio -dijo volviendose hacia Adamsberg-, usted y yo tendremos que dejarlo a un lado. No sera momento para mostrarnos mojigatos. Y si lo es usted, recuerde simplemente que se juega la cabeza.

– Lo recuerdo.

– Cuando los puercos entren, yo estare en el cuarto de bano y, mas exactamente, en la banera, con la puerta abierta. No tenemos eleccion.

– ?Y Jean-Baptiste? -pregunto Raphael.

– Escondido detras de la puerta abierta. Al verme, los polis retroceden por la habitacion. Yo grito, les insulto por su falta de consideracion. Desde la habitacion, se excusan, farfullan, me explican que buscan al comisario. Yo no estoy al corriente de nada, me ha ordenado que permanezca en el hotel. Quieren registrar el hotel. Muy bien, pero que me dejen al menos tiempo para vestirme. Retroceden un poco mas para dejarme salir de la banera y cerrar la puerta. ?Todo va bien, hasta aqui?

– La sigo -dijo Raphael.

– Me pongo un albornoz, un albornoz muy grande que me llega hasta los pies. Raphael tendra que comprarlo aqui. Le dare mis medidas.

– ?De que color? -pregunto Raphael.

Lo precavido de la pregunta freno el impulso tactico de Retancourt.

– Amarillo palido, si no le molesta.

– Amarillo palido -confirmo Raphael-. ?Y luego?

– El comisario y yo estamos en el cuarto de bano, con la puerta cerrada. Los cops estan en la habitacion. ?Capta bien la situacion, comisario?

– Precisamente, me pierdo aqui. En estos cuartos de bano hay un armario de espejo, otro empotrado y nada mas. ?Donde quiere usted que me meta? ?En el bano de espuma?

– Ya se lo he dicho, sobre mi. O, mas bien, detras de mi. Formaremos un solo cuerpo, de pie. Les hago entrar y me mantengo, escandalizada, en la esquina del fondo, con la espalda en la pared. No son imbeciles, examinan a fondo el cuarto de bano, miran detras de la puerta, meten el brazo en el agua de la banera. Yo aumento su turbacion dejando que el albornoz se abra. No se atreveran a echarme una ojeada, no se atreveran a dar la impresion de ser unos mirones. Se muestran muy melindrosos en ese punto y sera nuestra mejor baza. Una vez registrado el cuarto de bano, salen y dejan que me vista, con la puerta cerrada de nuevo. Mientras registran la habitacion, yo salgo, vestida esta vez, dejando la puerta abierta con naturalidad. Usted se ha vuelto a esconder detras de esa puerta.

– Teniente, no he captado la etapa de «ser un solo cuerpo» -dijo Adamsberg.

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