– ?Nunca ha hecho usted un combate cerrado? ?Lo del agresor que te agarra por detras?
– No, nunca.
– Le ensenare la postura -dijo Retancourt, levantandose-. Despersonalicemos. Un individuo de pie. Yo. Grande y gorda, es una suerte. Otro individuo mas ligero y mas pequeno. Usted. Usted esta debajo del albornoz. La cabeza y los hombros se apoyan en mi espalda, sus brazos, muy apretados, me rodean la cintura, es decir, que se hunden en mi vientre, invisibles. Ahora, sus piernas. Estan apoyadas detras de las mias, con los pies levantados del suelo, pegados a mis pantorrillas. Me mantengo en un rincon de la estancia, con los brazos cruzados y las piernas algo abiertas, para que mi centro de gravedad quede mas bajo. ?Me sigue usted?
– Dios mio, Retancourt. ?Quiere usted que me pegue como un mono a su espalda?
– Que se pegue como un lenguado, incluso. «Pegarse», ese es el concepto. Durara pocos minutos, dos como maximo. El cuarto de bano es minusculo y el registro sera rapido. No me miraran. No me movere. Ni usted tampoco.
– Es absurdo, Retancourt, se vera.
– No se vera. Soy gorda. Ire envuelta en el albornoz, apostada en la esquina, de frente. Para que no resbale usted por mi piel, me pondre un cinturon debajo del albornoz, al que podra agarrarse. Con el sujetaremos tambien su cartera.
– Demasiado peso que soportar -dijo Adamsberg agitando la cabeza-. Peso setenta y dos kilos, ?se da usted cuenta? No va a funcionar, es una locura.
– Funcionara porque lo he hecho ya dos veces, comisario. Con mi hermano, cuando los maderos lo buscaban por una tonteria u otra. A los diecinueve anos, tenia aproximadamente su tamano y pesaba setenta y nueve kilos. Yo me ponia la bata de mi padre y el se pegaba a mi espalda. Aguantabamos cuatro minutos sin inmutarnos. Si eso puede tranquilizarle.
– Si Violette lo dice… -intervino Raphael, algo asustado.
– Si ella lo dice… -repitio Adamsberg.
– Debo precisar algo antes de que nos pongamos de acuerdo. No podemos permitirnos andar con astucias y fallar. La verosimilitud es nuestra arma. Estare realmente desnuda en el bano, claro esta, y por lo tanto realmente desnuda bajo el albornoz. Y usted se agarrara realmente a mi espalda. Aceptare el calzoncillo, pero ninguna prenda mas. Por una parte, la ropa resbala; por la otra, impide que el tejido del albornoz caiga con normalidad.
– Arrugas extranas -dijo Raphael.
– Exactamente. No correremos ese riesgo. Se lo que tiene de embarazoso, pero no creo que sea el momento de turbarse. Tenemos que ponernos de acuerdo en eso antes.
– Eso no me turba -vacilo Adamsberg-, si no le turba a usted.
– Crie a cuatro hermanos y, en ciertas condiciones extremas, considero que la turbacion es un lujo. Estamos en condiciones extremas.
– Pero carajo, Retancourt, aunque salgan de su habitacion con las manos vacias, no por ello aflojaran la vigilancia. Van a poner patas arriba todo el hotel Brebeuf, del sotano al desvan.
– Si, evidentemente.
– De modo que, con cuerpo a cuerpo o sin el, no podre salir del edificio.
– Saldra el -dijo Retancourt, senalando a Raphael-. Es decir, usted en el. Abandonara el hotel a las once, con su traje, su corbata, sus zapatos y su abrigo. Le cortare el cabello como a el, en cuanto lleguemos. Pasara perfectamente. De lejos, no es facil distinguirles. Y, para ellos, va usted vestido como un pordiosero. Los cops habran visto ya al hombre de negocios del traje azul entrando a las diez y media. Saldra a las once y les importara un pimiento. El hombre de negocios, es decir, usted, comisario, llegara tranquilamente a su coche.
Los dos Adamsberg, sentados uno junto a otro, escuchaban atentamente a la teniente, casi subyugados. Adamsberg comenzaba a evaluar el plan de Retancourt, basado en dos elementos por lo general contrarios: la enormidad y la finura. Aliados, componian una fuerza imprevisible, un golpe de ariete asestado con la minuciosidad de una aguja.
– ?Y luego? -pregunto Adamsberg, a quien el proyecto devolvia cierto vigor.
– Sube usted al coche de Raphael, lo deja en Ottawa, en la esquina de North Street y del bulevar Laurier. Alli, toma usted el autobus de las once cuarenta hacia Montreal. Raphael, el de verdad, partira mucho mas tarde, al anochecer o al dia siguiente por la manana. Los cops habran levantado la guardia. Recuperara su coche y regresara a Detroit.
– Pero ?por que no hacer algo mas simple? -propuso Adamsberg-. Raphael llega antes de que llame el superintendente. Me pongo su ropa, tomo su coche y me largo antes de la alerta. Y el se va inmediatamente despues, en el autobus. Nos ahorrariamos el riesgo del combate cuerpo a cuerpo en el cuarto de bano. Cuando aparezcan, no quedara ya nadie, ni el ni yo.
– Salvo su nombre en el registro o, si viene como visitante, ese rapidisimo paso. No lo complico por gusto, comisario, sino para no meter a Raphael en un lio. Si llega antes de que se advierta la fuga, lo descubriran inmediatamente. Los cops interrogaran al recepcionista y sabran asi que un tal Raphael Adamsberg se ha presentado por la manana, en el hotel, para marcharse enseguida. O que un visitante ha preguntado por usted. Es grave. Captaran la jugarreta de la sustitucion y Raphael sera detenido en Detroit, con una acusacion de complicidad encima. En cambio, si llega una vez hayan registrado las habitaciones y descubierto la fuga, pasara desapercibido entre los clientes y no se le considerara responsable de nada. En el peor de los casos, si los cops se fijan mas tarde en su nombre, solo podran reprocharle haber ido a visitar a su hermano y no haberlo encontrado, y eso no es un delito.
Adamsberg miro atentamente a Retancourt.
– Es evidente -dijo-. Raphael debe llegar mas tarde, tendria que haberlo pensado. Soy detective, a fin de cuentas. ?No se ya razonar, acaso?
– Como poli, no -respondio suavemente Retancourt-. Reacciona usted como un criminal acosado, no como un poli. Provisionalmente ha cambiado de terreno, esta del lado desfavorable, donde se tiene el sol de frente. Recuperara su punto de vista en cuanto llegue a Paris.
Adamsberg asintio. Criminal acorralado y reflejos de huida, sin vision de conjunto ni coordinacion de los detalles.
– ?Y usted? ?Cuando podra largarse?
– Cuando hayan acabado de explorar la zona y comprendido su desgracia. Levantaran la vigilancia para buscarle por carreteras y aeropuertos. Me reunire con usted en Montreal, en cuanto hayan levantado el cerco.
– ?Donde?
– En casa de un buen amigo. Carezco de talento para conseguir ligues de sendero, pero consigo amigos en cada puerto. Por una parte, porque me gusta; luego, porque puede ser util. Basile, sin duda, nos acogera.
– Perfecto -murmuro Raphael-, perfecto.
Adamsberg inclino la cabeza en silencio.
– Raphael -dijo Retancourt levantandose-, ?podria prestarme una habitacion? Me gustaria dormir. Debemos viajar toda la noche.
– Tu tambien -dijo Raphael a su hermano-. Mientras descansais ire a buscar el albornoz.
Retancourt anoto sus medidas en un papel.
– No creo que nuestros dos perseguidores le sigan -dijo-. Se quedaran vigilando el edificio. Pero vuelva con provisiones, pan, verdura. Eso lo hara mas verosimil.
Tendido en la cama de su hermano, Adamsberg no era capaz de dormir. Su noche del 26 le acosaba como un dolor fisico. Ebrio en aquel sendero y enfadado con Noella y con el mundo. Con Danglard, Camille, el nuevo padre y Fulgence. Una verdadera bola de odio que ya no controlaba, y desde hacia ya un buen rato. La obra. Sin duda, un tridente. Puede ser util para arrancar arboles. Lo habia visto al hablar con el guarda o al atravesar el bosque. Sabia que estaba alli. Andar borracho como una cuba por la noche, devorado por la obsesion del juez y la necesidad de encontrar a su hermano. Divisar a Noella acechandolo como una presa. La bola de odio estalla, se abre camino hacia su hermano, el juez entra en su piel. Toma el arma. ?Hay alguien mas en el sendero desierto? Deja sin sentido a la muchacha. Arranca aquel cinturon de cuero que le impide acceder al vientre. Lo arroja sobre las hojas. Y mata, clavandole el tridente. Rompe el hielo del lago, hunde alli a la muerta y arroja piedras encima.