examen.
Exactamente. Raphael llevaba el pelo mas corto que el y limpiamente escalonado en la parte trasera.
Adamsberg se encontraba distinto, mas severo y mas presentable. Si, vestido con un traje y una corbata, y siendo tan pocos los metros que deberia recorrer hasta el coche, los cops no reaccionarian, sobre todo porque, a las once, estarian ya convencidos de que habia huido mucho antes.
– Era facil -dijo Retancourt, sonriente aun, sin que la inminente sucesion de operaciones pareciese preocuparla.
A las nueve y diez, la teniente estaba ya metida dentro del agua y Adamsberg escondido detras de la puerta, ambos en absoluto silencio.
Adamsberg levanto lentamente el brazo para echar una ojeada a sus relojes. Las nueve y veinticuatro y medio. Tres minutos mas tarde, los cops se plantaban en la habitacion. Retancourt le habia recomendado que se obligara a respirar lentamente, y lo hizo.
El retroceso de los polis ante el cuarto de bano abierto y los insultos de Retancourt por el ultraje se produjeron como estaba previsto. La teniente les cerro la puerta en las narices y, menos de veinte segundos mas tarde adoptaban la postura del cuerpo a cuerpo, pegado como un lenguado. Con voz maliciosa, Retancourt dio permiso para entrar y terminar de una vez, cielo santo. Adamsberg se agarraba firmemente al talle y al cinturon, sus pies no tocaban el suelo, su mejilla se aplastaba contra la espalda mojada. Habia previsto que su empapada teniente se derrumbaria en cuanto hubiera separado del suelo la planta de sus pies, pero nada de eso ocurrio. El efecto pilar anunciado por Retancourt actuaba de lleno. Se sentia suspendido tan solidamente como del tronco de un arce. La teniente ni siquiera vacilaba, no se apoyaba en la pared. Se mantenia erguida, con los brazos cruzados sobre el albornoz, sin que ni uno solo de sus musculos temblara. Aquella sensacion de perfecta solidez dejo pasmado a Adamsberg y le calmo subitamente. Tenia la impresion de que hubiera podido pasar una hora asi, comodamente instalado, sin correr riesgo alguno. Justo cuando acababa de impregnarse de aquella sensacion de inmutable estabilidad, el puerco concluyo su inspeccion y volvio a cerrar la puerta ante Retancourt. Ella se vistio rapidamente y regreso a la habitacion, sin dejar de abroncar a los tres polis por haberla sorprendido, sin miramientos, en su bano.
– Hemos llamado antes de entrar -decia una desconocida voz de puerco.
– ?No lo he oido! -grito Retancourt-. Y no desordenen mis cosas. Les repito que el comisario me ha dejado aqui. Queria estar solo con su superintendente, esta manana.
– ?Que hora marcaba su reloj cuando se lo ha dicho?
– Cuando hemos estacionado ante el hotel, hacia las siete. Ahora debe de estar con Laliberte.
– Criss! ?No esta en la GRC! ?Su boss ha puesto pies en polvorosa!
Desde la puerta tras la que se escondia, Adamsberg comprendio que Retancourt fingia un silencio sorprendido y extranado.
– Debia acudir a la cita a las nueve -afirmo-. De todos modos, lo se.
– ?No, maldita sea! ?Nos ha hecho el truco del oso y se ha largado!
– No, no me habria dejado aqui. Trabajamos siempre en pareja.
– Encienda sus lucecitas, teniente. Su boss del carajo es de la piel del diablo y le ha tomado el pelo.
– No comprendo -insistio Retancourt, tozuda.
Otro policia -la voz de Philippe-Auguste, le parecio a Adamsberg- la interrumpio.
– Nada en ninguna parte -dijo.
– Nada -confirmo el tercero, la seca voz de Portelance.
– No te preocupes -respondio el primero-. Cuando le agarremos, tendra lo suyo. Fuera, muchachos, a registrar el hotel.
Cerro la puerta, tras haberse excusado, una vez mas, por su torpe irrupcion.
A las once, con traje gris, camisa blanca y corbata, Adamsberg se dirigia tranquilamente hacia el coche de su hermano. Algunos puercos se movian en todas direcciones y ni siquiera les concedio una mirada. A las once y cuarenta, su autobus se ponia en marcha hacia Montreal. Retancourt le habia recomendado que bajara una parada antes de la terminal. Solo llevaba en el bolsillo la direccion de Basile y una nota de Retancourt.
Siguiendo con los ojos los arboles que desfilaban por la carretera, penso que nunca habia encontrado abrigo mas solido y protector que el blanco cuerpo de Retancourt. Que valia mucho mas, incluso, que las hondonadas montanosas donde se refugiaba el tio abuelo. ?Como habia podido aguantar su peso? La cosa seguia siendo un misterio. Que toda la quimica de Voisenet nunca podria aclarar.
XXXVII
Louisseize y Sanscartier iban a informar, sin conviccion, al despacho de Laliberte.
– El boss esta a punto de estallar -dijo Louisseize en voz baja.
– Maldice como un demonio desde esta manana -respondio Sanscartier sonriendo.
– ?Y eso te divierte?
– Lo que me divierte, Berthe, es que Adamsberg nos ha dado esquinazo. Le ha hecho una buena jugarreta a Laliberte.
– No te impido reir pero, ahora, nos tocara a nosotros aguantar el chaparron.
– No es culpa nuestra, Berthe, lo hemos hecho lo best que hemos podido. ?Quieres que hable con el? Yo no le temo.
De pie en su despacho, Laliberte terminaba de soltar sus ordenes: difusion de la fotografia del sospechoso, barreras en las carreteras, controles en todos los aeropuertos.
– ?Bueno? -grito mientras colgaba-. ?Como ha ido eso?
– Hemos registrado todo el parque, superintendente -respondio Sanscartier-. Nada. Tal vez haya querido dar una caminata y haya tenido un accidente. Tal vez haya encontrado un oso.
El superintendente se volvio como un bloque hacia el sargento.
– Te has vuelto completamente majara, Sanscartier. ?Sigues sin comprender que se ha dado el piro?
– No estamos seguros. Estaba decidido a regresar. Cumple sus promesas, nos hizo llegar las carpetas sobre el juez.
Laliberte dio un punetazo en su mesa.
– ? Su historia no es mas que un cuento! Check eso -le dijo tendiendole una hoja-. Su asesino murio hace dieciseis anos, de modo que sientate encima y dale un meneo.
Sanscartier comprobo sin ningun asombro la fecha del fallecimiento del juez, e inclino la cabeza.
– Tal vez el juez tenga un imitador -propuso suavemente-. La historia del tridente se sostenia.
– Es un caso del ano del catapun. ?Nos ha tomado el pelo, eso es todo!
– No tengo la sensacion de que mintiera.
– Pues si no queria colarnosla, peor aun. Es que tiene los sesos hirviendo y le ha dado un arrechucho.
– No me parece que este loco.
– No quieras que los peces se rian, Sanscartier. Es una historia sin ton ni son. No puedo tragarla ni como un cuento.
– De todos modos, no invento esos crimenes.
– Desde hace unos dias, sargento, pareces tener dos caras -dijo Laliberte ordenandole que se sentase-. Y el barril de mi paciencia comienza a sonar a hueco. De modo que escucha y emplea la logica. Aquella noche, Adamsberg se habia puesto las botas empinando el codo, ?correcto? Habia bebido tanto que se habia llenado como un huevo. Cuando salio de La Esclusa, caminaba haciendo eses, ni siquiera podia hablar. Eso dijo el camarero, ?correcto?
– Correcto.
– Y estaba agresivo. «Si los puercos se acercan, te empitono.» «Te empitono», Sanscartier, ?que te dice eso? ?Un arma?