fascinaba. El benjamin del capitan miraba, alternativamente, a su padre y al extrano tipo del traje beige.

– Voy a contarle una nueva historia, Danglard. Pero mejor seria que alejase a su hijo con un libro. Es algo sangriento.

Danglard alejo al nino susurrandole unas palabras, sin apartar la mirada de Adamsberg.

– Se trata de una pequena pelicula de miedo, capitan. O de una emboscada, como usted quiera. Pero tal vez sepa ya la historia…

– La lei en los periodicos -dijo prudentemente Danglard, espiando la mirada fija del comisario-. Supe los cargos que pesan sobre usted, y lo de su huida.

– ?Lo ignora entonces? ?Como un recien llegado?

– Si lo quiere asi.

– Voy a proporcionarle los detalles, capitan -dijo Adamsberg acercando su sillita.

Mientras duro su relato, expuesto sin omitir el menor detalle, desde su primera entrevista con el superintendente hasta su estancia en casa de Basile, Adamsberg escrutaba las expresiones del capitan. Pero el rostro de Danglard solo reflejaba inquietud, escrupulosa atencion y, a veces, asombro.

– Ya le dije que era una mujer excepcional -dijo Danglard cuando Adamsberg concluyo su historia.

– No he venido a charlar sobre Retancourt. Hablemos mas bien de Laliberte. Es muy fuerte, ?no? Todo lo que ha podido averiguar sobre mi en tan poco tiempo. Hasta el hecho de que yo no recordara las dos horas y media pasadas en el sendero. Esta amnesia me resulto fatal. Una buena prueba de cargo.

– Por fuerza.

– Pero ?quien lo sabia? Ni un solo miembro de la GRC estaba al corriente. Ni un solo miembro de la Brigada.

– ?Acaso lo supuso? ?Lo adivino?

Adamsberg sonrio.

– No, en el expediente estaba mencionado como una certeza. Cuando digo «ni un solo miembro de la Brigada» exagero. Usted, Danglard, estaba al corriente.

Danglard inclino lentamente la cabeza.

– De modo que sospecha usted de mi -dijo tranquilamente.

– Eso es.

– Pura logica -advirtio Danglard.

– Por una vez que doy pruebas de ello, debiera sentirse satisfecho.

– No, por una vez, mejor habria hecho absteniendose.

– Estoy en un infierno y todos los medios son buenos. Incluso esta jodida logica que tanto ha intentado usted ensenarme.

– Como en la guerra. Pero ?que dice su intuicion? ?Y sus vagabundeos? ?Y sus suenos? ?Que dicen de mi?

– ?Me pide usted que los convoque?

– Por una vez, si.

El dominio de su adjunto y la constancia de su mirada afectaban a Adamsberg. Conocia de memoria los limpios ojos de Danglard, que no eran aptos para enmascarar la menor emocion. En ellos podia verse todo, miedo, reprobacion, placer, desconfianza, tan facilmente como si se tratase de peces nadando en un estanque. Y nada encontraba en ellos que indicase la menor retraccion. Curiosidad y reflexion eran los unicos peces que nadaban, de momento, en los ojos de Danglard. Mezclado, de vez en cuando, con un discreto alivio al volver a verle.

– Mis suenos me dicen que no esta usted metido en eso. Pero son suenos. Mis vagabundeos me cuentan que no lo habria hecho usted, o no asi.

– ?Y que dice su intuicion?

– Me habla de la mano del juez.

– Tozuda, ?no es cierto?

– Usted me ha hecho la pregunta. Y sabe muy bien que mis respuestas no le gustan. Sanscartier me aconsejo que subiera la cuesta y me aferrara. Por lo tanto, me aferro.

– ?Puedo hablar ahora? -pregunto Danglard.

Entretanto, el nino, cansado de la lectura, se habia acercado a ellos y se habia sentado en el regazo de Adamsberg, al que habia acabado identificando.

– Hueles a sudor -le dijo interrumpiendo la conversacion.

– Es posible -respondio Adamsberg-. He viajado.

– ?Por que vas disfrazado?

– Para jugar en el avion.

– ?A que?

– A policias y ladrones.

– Tu eras el ladron -afirmo el mocoso.

– Es cierto.

Adamsberg paso la mano por el pelo del muchacho, para terminar la conversacion, y levanto la cabeza hacia su adjunto.

– Alguien ha registrado su casa -dijo Danglard-. No es seguro.

Adamsberg le indico por signos que siguiera.

– Hace mas de una semana, el lunes por la manana, encontre su fax pidiendo que enviara las carpetas a la GRC. Con las P y O mayores que de costumbre. Al principio pense en «POcO» o en «POdadO», Como si fuese una llamada, es decir, «Que sea poco, Danglard, podelo». Es decir, «Tenga cuidado, Danglard». Luego pense «PeligrO», lo que viene a ser lo mismo.

– Bien visto, capitan.

– ?Aquel dia no sospechaba aun de mi?

– No. El espiritu logico solo me visito al dia siguiente, por la noche.

– Lastima -murmuro Danglard.

– Continue. ?Y las carpetas?

– Yo estaba alerta, pues. Tome la copia de su llave de donde esta siempre, en el primer cajon de su despacho, en la caja de los clips.

Adamsberg asintio con un parpadeo.

– La llave estaba alli, si, pero al lado de la caja. Habria podido usted moverla con las prisas de la partida. Pero desconfie, por lo de la P y la O.

– E hizo bien. Meto siempre la llave en la caja, hay una hendidura en el cajon.

Danglard lanzo una ojeada al blanco comisario. La mirada de Adamsberg habia recuperado, casi, su habitual dulzura. Y, curiosamente, el capitan no le reprochaba haber sospechado que era un traidor. Tal vez el hubiera hecho lo mismo.

– Una vez en su casa, mire pues cuidadosamente. ?Recuerda usted que yo mismo habia guardado las carpetas y la caja?

– Si, por lo de mi herida.

– Creo que yo las habia dejado mejor colocadas. Habia puesto la caja muy atras, en el armario. Aquel lunes, no estaba en el fondo. ?La toco usted luego? ?Por lo de Trabelmann?

– No, la caja no.

– Digame, ?como se las arregla?

– ?Para que?

Danglard senalo a su chiquillo que, con la cabeza puesta aun bajo la mano de Adamsberg, se habia dormido en su vientre.

– Ya lo sabe usted, Danglard. Adormezco a la gente. Tambien a los ninos.

Danglard le lanzo una mirada de envidia. Hacer que Vincent se durmiera resultaba siempre un problema.

– Todo el mundo sabe donde esta la copia de la llave -prosiguio.

– ?Un topo, Danglard? ?En la Brigada?

Danglard vacilo y dio una leve patada a un globo, que volo a traves de la sala.

– Es posible -dijo.

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