que en casa del cura del pueblo. Hojeo los tomos de Hugo, procurando no dejar restos de base de maquillaje en las preciosas encuadernaciones. Buscando aquella hoz arrojada al campo de estrellas. Un campo que ahora habia localizado por encima de Detroit, aunque sin haber podido encontrar la hoz. Simultaneamente recitaba para si el discurso que habia preparado para el jefe de division, una version en la que apenas creia, o en la que no creia ni un apice, pero era la unica que podia convencer a su superior. Se repetia en voz baja frases enteras, procurando enmascarar los vacios de sus dudas y adoptar el tono de la sinceridad.
La llave giro en la cerradura menos de una hora mas tarde y Adamsberg dejo el libro sobre sus rodillas. Brezillon dio un verdadero respingo, e hizo ademan de soltar un grito cuando vio a un desconocido Jean-Pierre Emile Roger Feuillet plantado en su salon. Adamsberg se puso un dedo en los labios y, acercandose a el, le tomo suavemente del brazo y le acompano hasta el sillon que estaba frente al suyo. El jefe de division estaba mas estupefacto que asustado, sin duda porque el aspecto de Jean-Pierre Emile era poco alarmante. Por efecto de la sorpresa, tambien, que le arrebato las palabras por unos instantes.
– Shtt, senor. Evitemos el jaleo. Eso solo podria perjudicarle.
– Adamsberg -dijo Brezillon, reaccionando ante el sonido de su voz.
– Llegado de muy lejos por el placer de una entrevista.
– Eso no va a resultar tan sencillo, comisario -dijo Brezillon, dueno otra vez de si mismo-. ?Ve usted este timbre? Lo pulso y llegan los muchachos en paquetes de doce dentro de dos minutos.
– Concedame esos dos minutos antes de pulsarlo. Fue usted jurista, debe escuchar los testimonios de ambas partes.
– ?Dos minutos con un asesino? Es usted muy exigente, Adamsberg.
– Yo no mate a la muchacha.
– Todos dicen eso, ?no es cierto?
– Pero no todos tienen un topo en su equipo. Alguien entro en mi casa la antevispera de su visita, con la copia de mi llave que se queda en la Brigada. Alguien consulto las carpetas sobre el juez y se intereso por ellas desde antes de mi primer viaje.
Agarrandose a su dudoso relato, Adamsberg hablaba rapidamente, consciente de que Brezillon le daria poco tiempo y de que debia conmoverlo muy deprisa. Aquel ritmo de elocucion no le convenia y tropezaba con las palabras como un corredor que acelera y tropieza con las piedras.
– Alguien sabia que yo tomaba el sendero de paso. Sabia que tenia una amiguita alli. Alguien la mato al modo del juez y puso mis huellas en el cinturon, dejo la prueba en el suelo y no en el agua helada. Son demasiados indicios, senor. El expediente esta demasiado completo, sin claroscuros. ?Ha visto usted alguna vez algo semejante?
– O es la lamentable verdad. Era su amiguita, eran las huellas de sus manos, era su borrachera. El sendero que usted tomaba y su obsesion con el juez.
– No es una obsesion, es un asunto policial.
– Segun usted. Pero ?quien nos dice que no es usted un enfermo, Adamsberg? ?Debo recordarle el asunto Favre? Peor aun, y signo de un mayor extravio: ha borrado usted de su mente esa noche asesina.
– ?Y como lo han sabido? -pregunto Adamsberg inclinandose hacia Brezillon-. Solo Danglard estaba al corriente y no dijo nada. ?Como lo han sabido?
Brezillon fruncio el ceno y se aflojo el nudo de la corbata.
– Solo otra persona podia saber que yo habia perdido la memoria -prosiguio Adamsberg, copiando la frase de su adjunto-. La que me la arrebato. Prueba de que no estoy solo en el asunto ni en el sendero.
Brezillon se levanto pesadamente, tomo un cigarrillo de su anaquel y volvio a sentarse. Indicio de un atisbo de interes por el jefe de division, de un momentaneo olvido del timbre de alarma.
– Tambien mi hermano habia perdido la memoria, como todos los que fueron detenidos despues de los crimenes del juez. Leyo usted los expedientes, ?no es cierto?
El jefe inclino la cabeza encendiendo su grueso cigarrillo, sin filtro, algo parecido a los de Clementine.
– ?Alguna prueba?
– Ninguna.
– Todo lo que tiene usted, como defensa, es un juez muerto desde hace dieciseis anos.
– El juez o su discipulo.
– Pura quimera.
– Las quimeras merecen un poco de atencion, como las figuras poeticas -aventuro Adamsberg. Ganarse al hombre por su otra faceta. ?Acaso un poeta pulsa sin vacilar un timbre de alarma?
Brezillon, arrellanado ahora en su gran sillon, exhalo una bocanada e hizo una mueca.
– La GRC -dijo, pensativo-. Lo que no me gusta, Adamsberg, es el procedimiento. Le convocaron como auxiliar, y lo crei. No me gusta que me mientan y tiendan trampas a uno de mis hombres. Metodo perfectamente ilicito. Legalite me engano con falsos motivos. Una extradicion antes de hora y una estafa juridica.
El orgullo y la rectitud profesional de Brezillon lastimados por el cepo del superintendente. Adamsberg no habia pensado en este elemento favorable.
– Ciertamente -anadio Brezillon-, Legalite me aseguro que solo mas tarde habia descubierto las pruebas de la acusacion.
– Eso es falso. Habia constituido ya su expediente.
– Desleal -dijo Brezillon con una expresion desdenosa-. Pero huyo usted de la justicia y no espero semejante actitud por parte de uno de mis comisarios.
– No he huido de la justicia porque no se habia puesto en marcha. No se habia hecho acusacion alguna, no se me leyeron mis derechos. Era libre aun.
– Juridicamente exacto.
– Era libre de estar harto, libre de desconfiar y de partir.
– Con maquillaje y documentacion falsa, comisario.
– Llamemoslo una experiencia necesaria -improviso Adamsberg-. Un juego.
– Juega usted a menudo con Retancourt?
Adamsberg se interrumpio, pues la imagen del cuerpo a cuerpo turbaba su pensamiento.
– Solo cumplio con su mision de proteccion. Le obedecio a usted estrictamente.
Brezillon aplasto la colilla con una presion del pulgar. Un padre cinquero y una madre planchadora, imagino Adamsberg, como los padres de Danglard. Un origen del que nadie puede renegar pese al terciopelo de los sillones, una especie de nobleza de espada que se lleva en el ojal y a la que se honra al elegir los cigarrillos y con el rudo movimiento de un pulgar.
– ?Que espera de mi, Adamsberg? -prosiguio el jefe de division frotandose el dedo-. ?Que crea en su palabra? Demasiadas pruebas contra usted. Su visita a este domicilio es un leve punto a su favor. Como el hecho de que Legalite conociera su amnesia. Dos puntos, muy tenues.
– Si me entrega usted, la credibilidad de su Brigada caera conmigo. Es un escandalo que podria evitarse si yo tuviera las manos libres.
– ?Para que declare la guerra al Ministerio y a la GRC?
– No. Solo pido que se levante la vigilancia policial.
– ?Solo eso? Piense que he firmado acuerdos.
– Que tiene usted el poder de evitar. Certificando que estoy en territorio extranjero. Seguire escondido, evidentemente.
– ?Es seguro el lugar?
– Si.
– ?Que mas?
– Un arma. Una placa nueva con otro nombre. Dinero para sobrevivir. Que Retancourt se reintegre en la Brigada.
– ?Que estaba usted leyendo? -pregunto Brezillon senalando el pequeno libro de cuero.
– Buscaba
– ?Por que?
– Por dos versos.
– ?Cuales?