– Me dolia la frente, la cabeza y el vientre, se lo repito. Pero ?por que le molesta lo de mis piernas?

– Un eslabon de mi logica que falta. Dejelo correr.

– Capitan, ?podria darme usted su ganzua?

Danglard vacilo, luego abrio su bolsa y saco la herramienta, poniendola en el bolsillo del traje de Adamsberg.

– No corra riesgos. Y guardese esto -dijo anadiendo un fajo de billetes-. No es momento para que saque dinero de un cajero automatico.

– Gracias, Danglard.

– ?Podria devolverme al nino antes de marcharse?

– Perdon -dijo Adamsberg tendiendole a su hijo.

Ninguno dijo «hasta la vista». Una frase inconveniente cuando uno ignora si volvera a ver al otro. Una frase banal y cotidiana, penso Adamsberg sumiendose en la noche, y que ahora le era inaccesible.

XLI

Clementine le habia recibido, agotado, sin demostrar la menor sorpresa. Le habia instalado ante la chimenea y le habia obligado a comer pasta con jamon.

– Esta vez, Clementine, no se trata ya solo de cenar -dijo Adamsberg-. Necesito que me esconda usted. Tengo a toda la pasma del pais pisandome los talones.

– Bueno, eso pasa -dijo Clementine sin conmoverse y obligandole a tomar un yogur, con la cuchara plantada en el centro-. La policia no tiene siempre las mismas ideas que nosotros, es su profesion. ?Por eso va usted maquillado?

– Si, he tenido que escapar de Canada.

– Esta muy bien su traje.

– Y yo soy poli -prosiguio Adamsberg, siguiendo con su idea-. De modo que me persigo a mi mismo. He hecho una tonteria, Clementine.

– ?Cual?

– Una enorme gilipollez. En Quebec, empine el codo como un loco, me encontre con una chica y la mate con un tridente.

– Se me ocurre una idea -dijo Clementine-. Abriremos el sofa cama y lo acercaremos a la chimenea. Con dos buenos edredones, estara usted como un principe. Y es que tengo a la Josette durmiendo en el despacho, de modo que no tengo nada mejor que ofrecerle.

– Estara perfecto, Clementine. ?No se ira de la lengua su amiga Josette?

– Josette ha conocido dias mejores. Vivio incluso a todo tren hace algun tiempo, una verdadera dama. Pero ahora se ocupa de otras cosas, seguro. No hablara de usted como tampoco usted hablara de ella. Basta ya de bobadas. ?Lo de ese tridente no sera, por casualidad, una jugada de su monstruo?

– Eso es lo que no se, Clementine. Fue el o fui yo.

– Es toda una pelea -aprobo Clementine sacando los edredones-. Eso anima.

– No lo habia visto de ese modo.

– Claro que si, de lo contrario acabas aburriendote. No podemos estar haciendo siempre pasta con jamon. ?No tiene la menor idea de si fue el o fue usted?

– Hablando claro -dijo Adamsberg tirando del sofa-, que habia bebido tanto que no recuerdo nada.

– Me paso cuando estaba prenada de mi hija. Cai al suelo y luego no pude recordar nada de nada.

– ?Y le flaqueaban las piernas?

– Ni hablar. Al parecer corria por los bulevares como un conejo. ?Que estaba yo buscando? Misterio.

– Misterio -repitio Adamsberg.

– Bueno, no es grave, ?eh? Nunca se sabe muy bien que estamos buscando en la vida. De modo que un poco mas o un poco menos no cambia nada.

– ?Puedo quedarme, Clementine? ?No molestare?

– Muy al contrario, voy a devolverle las alas. Hay que recuperar las fuerzas para correr.

Adamsberg abrio su maleta y le tendio el bote de jarabe de arce.

– Le he traido esto de Quebec. Se come con yogur, pan, crepes… Ira muy bien con sus tortas.

– Que amable. Con todos sus problemas, es todo un detalle. El bote es muy bonito. ?Lo sacan de sus arboles?

– Si. Y en toda esta historia, el bote es lo mas dificil de hacer. Para lo demas, cortan los troncos y recogen el jarabe.

– Bueno, es practico. Si pudiera hacerse eso con las costillas de cerdo…

– O con la verdad.

– Ah, la verdad no va a encontrarla asi. La verdad se camufla como las setas, y nadie sabe por que.

– ?Y como se encuentra, Clementine?

– Bueno, exactamente como las setas. Hay que levantar las hojas, una a una, en lugares sombrios. A veces resulta largo.

Adamsberg desperto a mediodia, por primera vez en su vida. Clementine habia alimentado el fuego y cocinado sin hacer ruido.

– Tengo que devolver una visita importante, Clementine -dijo Adamsberg bebiendo su cafe-. ?Podria usted renovar mi maquillaje? Puedo afeitarme el craneo pero no se como renovar la blancura de mis manos.

La ducha habia puesto al descubierto la piel mate de Adamsberg, que contrastaba con su rostro palido.

– No es mi especialidad -reconocio Clementine-. Mejor seria confiarle a Josette, tiene toda una panoplia de pintor. Pasa horas maquillandose.

Josette, con sus gestos algo vacilantes, procuro aclarar la base de maquillaje en las manos del comisario, luego arreglo los destrozos en el rostro y el cuello, y volvio a colocar en el vientre el almohadon que le daba la panza.

– ?Que esta haciendo usted todo el dia con esos ordenadores, Josette? -pregunto Adamsberg mientras la anciana peinaba cuidadosamente su blanqueado pelo.

– Transfiero, igualo, distribuyo.

Adamsberg no intento profundizar en esa enigmatica respuesta. Las actividades de Josette habrian podido interesarle en otras circunstancias, pero no en esas condiciones extremas. Mantenia la conversacion por cortesia y porque habia sido sensible a los reproches de Retancourt. Josette modulaba delicadamente su voz temblorosa, y Adamsberg reconocia en ello los persistentes acentos de la alta burguesia.

– ?Siempre trabajo en informatica?

– Comence a hacerlo hacia los sesenta y cinco anos.

– No es facil lanzarse a ello.

– Me las arreglo -dijo la anciana con su voz fragil.

XLII

El jefe de division Brezillon estaba suntuosamente alojado en la avenida de Breteuil y no regresaba a su casa antes de las seis o las siete. Y se sabia de buena fuente, es decir, por la Sala de los Chismes, que su mujer pasaba el otono bajo la lluvia de Inglaterra. Si habia en toda Francia un lugar donde la pasma no buscaria al fugitivo, era precisamente alli.

Adamsberg entro tranquilamente en el apartamento, con su ganzua, a las cinco y media. Se instalo en un opulento salon con las paredes cargadas de libros, derecho, administracion, pasmerio y poesia. Cuatro centros de interes bien determinados, muy bien separados en las estanterias. Seis estantes de poesia, mucho mas abundante

Вы читаете Bajo los vientos de Neptuno
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату