– «?Que Dios, que segador del eterno estio, habia, alejandose, arrojado negligentemente aquella hoz de oro en el campo de estrellas?»

– ?Quien es la hoz de oro?

– Mi hermano.

– ?O usted mismo, ahora? La hoz no es solo la bondadosa luna. Tambien corta. Puede cortar una cabeza, un vientre, ser dulce o cruel. Una pregunta, Adamsberg, ?no duda de usted mismo?

Por el modo en que Brezillon se inclino hacia delante, Adamsberg considero que aquella banal pregunta era decisiva. De su respuesta dependia la extradicion o las manos libres. Vacilo. Como era logico, Brezillon desearia una gran seguridad que le pusiera a salvo de problemas. Pero Adamsberg barruntaba una expectativa de mayor magnitud.

– Sospecho de mi a cada segundo -respondio.

– Es la mejor garantia de un hombre y de una lucha autentica -enuncio con sequedad Brezillon, apoyandose de nuevo en el respaldo-. A partir de esta noche, queda usted libre, armado e invisible. No para la eternidad, Adamsberg. Seis semanas. Transcurrido este tiempo, volvera usted aqui, a esta habitacion y a este sillon. Y la proxima vez, llame antes de entrar.

XLIII

La ultima mision de Jean-Pierre Emile Roger Feuillet fue adquirir un nuevo telefono movil. Luego, Adamsberg se libero con alivio de aquella identidad en la ducha de Clementine. Con cierta pesadumbre tambien. No es que se sintiera vinculado a aquel ser algo comprimido, pero le parecia una desverguenza dejar que se diluyera en un hilillo de agua blanca aquel Jean-Pierre Emile que tan inapreciables servicios le habia prestado. Le rindio pues un breve homenaje antes de recobrar su pelo castano, su silueta y su tez habituales. Quedaba la calva y seria necesario disimularla hasta que el pelo volviera a crecer.

Seis semanas de plazo, un inmenso margen de libertad cedido por Brezillon pero un estrechisimo plazo para acosar al diablo o a su propio demonio.

Desalojarlo de sus antiguos refugios, habia dicho Mordent, quitar el polvo a sus desvanes, taparle sus escondrijos, echar llave a los viejos baules y los chirriantes armarios del fantasma. Es decir, colmar el vacio de sus investigaciones entre la muerte del juez y el asesinato de Schiltigheim. Aquello no le ayudaria a localizar su nuevo refugio, pero ?quien sabe si el juez no iba a visitar, de vez en cuando, sus antiguos desvanes?

Exponia esta cuestion mientras cenaba con Clementine y Josette, ante la chimenea: no esperaba que Clementine le proporcionase sugerencias tecnicas, pero escuchar a la anciana le relajaba y, tal vez por capilaridad, le fortalecia.

– ?Es importante? -pregunto Josette con su vocecilla vacilante-. ?Lo de esas viviendas? ?Esas moradas del pasado?

– Eso creo -respondio Clementine en lugar de Adamsberg-. Tiene que conocer todos los lugares donde vivio el monstruo. Los rincones de las setas son siempre los mismos, no cambian.

– Pero ?es importante? -repitio Josette-. ?Para el comisario?

– Ya no es comisario -corto Clementine-. Por eso esta aqui, Josette, eso es lo que dice.

– Cuestion de vida o muerte -dijo Adamsberg sonriendo a la fragil Josette-. Su cabeza o la mia.

– ?Hasta ese punto?

– Hasta ese punto. Y no puedo seguir su rastro con la nariz por todo el pais.

Clementine sirvio autoritariamente pastel de semola con uvas. Y una racion doble obligatoria para Adamsberg.

– Y, si lo comprendo bien, no puede ya poner a sus hombres en el asunto -dijo timidamente Josette.

– Te he dicho que ya no es nada -dijo Clementine-. No tiene ya hombres. Esta solo.

– Me quedan dos agentes, a titulo oficioso. No puedo asignarles una mision, tengo los movimientos bloqueados por todas partes.

Josette parecia reflexionar construyendo una casita con su porcion de pastel.

– Bueno, Josette -dijo Clementine-, si tienes una idea no dejes que se enmohezca. Nuestro muchacho solo tiene seis semanas.

– ?Es de confianza? -pregunto Josette.

– Come en nuestra mesa. No hagas preguntas tontas.

– Es decir -prosiguio Josette, ocupada aun en levantar su vacilante edificio de semola-, que tiene que desplazarse y desplazarse. Si el comisario no puede ya moverse, si es una cuestion de vida o muerte…

Se interrumpio.

– Asi es Josette -declaro Clementine-. Restos de su educacion, no podemos hacer nada. Los ricos charlan como caminan, con precauciones. Hierven de miedo. Bueno, ahora eres pobre, Josette, de modo que habla.

– Es posible desplazarse de un modo distinto que con las piernas -dijo Josette-. Eso es lo que queria decir. Y mas deprisa y mas lejos.

– ?Como? -le pregunto Adamsberg.

– Con el teclado. Si se trata de encontrar viviendas, por ejemplo, puede recurrir a la red.

– Ya lo se, Josette -respondio con amabilidad Adamsberg-. Por Internet. Pero las viviendas que estoy buscando no estan a disposicion del publico. Estan ocultas, son secretas, subterraneas.

– Si -vacilo Josette-. Pero yo estaba hablando de la red subterranea. De la red secreta.

Adamsberg guardo silencio, no estaba seguro de comprender las palabras de Josette. Clementine lo aprovecho para servir un vaso de vino.

– No, Clementine, desde aquella borrachera ya no bebo.

– Oiga, ?no va usted a coger una alergia ademas? Un vaso en la mesa es obligado.

Y Clementine sirvio. Josette golpeaba los precarios muros de su casa de semola, empotrando unas uvas como si fueran ventanas.

– ?La red secreta, Josette? -pregunto con dulzura Adamsberg- ?Por ahi viaja usted?

– Josette va a donde quiere por sus subterraneos -declaro Clementine-. Y a veces esta en Hamburgo y otras en Nueva York.

– ?Pirata informatico? -pregunto Adamsberg, pasmado-. ?Hacker?

– Hackera, eso es -confirmo Clementine con satisfaccion-. Josette roba a los gordos y da a los flacos. Por los tuneles. Tiene que beber ese vaso, Adamsberg.

– ?Esos eran, Josette, las «transferencias» y los «repartos»? -pregunto Adamsberg.

– Si -dijo ella encontrando, con rapidez, su mirada-. Nivelo.

Josette estaba hundiendo ahora una uva en el tejado para que representara la chimenea.

– ?Y adonde van los fondos malversados?

– A una asociacion, y a mi salario.

– ?De donde toma los fondos?

– Un poco por todas partes. De donde los escondan las grandes fortunas. Entro en las cajas de caudales y hago una puncion.

– ?Sin rastros?

– Solo he tenido un problema en diez anos, hace tres meses, porque tuve que actuar con prisas. Por eso estoy en casa de Clementine. Hago desaparecer mis pasos, casi he terminado ya.

– Apresurarse no sirve de nada -dijo Clementine-. Pero con el es especial, solo tiene seis semanas. No hay que olvidarlo.

Adamsberg miraba estupefacto a aquel pirata, a aquel hacker encorvado a su lado, una mujercita de edad avanzada y flaca, de gestos temblorosos. Y que se llamaba Josette.

– ?Donde lo aprendio?

– La cosa viene sola cuando tienes destreza. Clementine me dijo que estaba usted en un lio. Y, por Clementine, si puedo prestarle algun servicio…

– Josette -interrumpio Adamsberg-, ?seria usted capaz de entrar en los ficheros de un notario, por ejemplo? ?De consultar sus expedientes?

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