alrededor de los terminos municipales de Saint-Fulgent, en Vendee, Pionsat, en Puy-de-Dome, y Solesmes, en el norte. ?Lo tiene?
– Asi sera mucho mas rapido. ?Tiene las fechas?
– Para el primer crimen, periodo de 1988 a 1993; para el segundo, de 1993 a 1997 y, para el tercero, de 1997 a 1999. No olvide que los ultimos crimenes, muy probablemente, se cometieron poco tiempo antes de la venta de las propiedades. Es decir, en la primavera de 1993, el invierno de 1997 y el otono de 1999. Centrese primero en esos periodos.
– Siempre anos impares -comento Danglard.
– Le gustan. Como el numero tres y el tridente.
– Tal vez la idea del Discipulo no sea tan mala, empieza a tomar forma.
La idea del fantasma, corrigio Adamsberg al colgar. Un espectro que comenzaba a tomar, violentamente, forma a medida que los manejos de Josette iban desvelando sus antros. Aguardo la llamada de Danglard con impaciencia, recorriendo de un lado a otro la pequena casa, con la lista en la mano. Clementine le habia felicitado por su crema de huevo. Al menos, algo bueno.
– Malas noticias -anuncio Danglard-. Brezillon se ha puesto en contacto con Laliberte -es decir, Legalite, con el no hay manera- para aclarar algunas cosas. Brezillon me anuncia que uno de los dos puntos en su favor acaba de derrumbarse. Laliberte asegura que sabia lo de su amnesia por el guarda del inmueble. Usted le hablo de una pelea entre puercos y chusma. Pero al dia siguiente, concreto el guarda, quedo usted muy sorprendido por la hora en que habia regresado. Sin mencionar que el enfrentamiento entre puercos y chusma era una mentira y que tenia usted las manos llenas de sangre. Asi pues, Laliberte llego a la conclusion de que habia perdido la memoria durante unas horas, puesto que creia haber regresado mucho antes y habia mentido al guarda. De modo que no hay llamada anonima, no hay denunciante, nada de nada. La cosa se derrumba.
– ?Y Brezillon retira su aplazamiento? -pregunto Adamsberg, conmocionado.
– No lo ha mencionado.
– ?Y los crimenes? ?Sabe usted algo?
– Solo se que Alexandre Clar nunca ha existido, ni tampoco Lucien Legrand o Auguste Primat. Son seudonimos, efectivamente. No he tenido tiempo para lo demas con todo este lio del jefe de division. Y acaba de caernos encima un homicidio en la calle Chateau. Personalidad relacionada con la politica. No se cuando encontrare tiempo para encargarme del Discipulo. Lo siento, comisario.
Adamsberg colgo, abofeteado por una sacudida de desesperacion. El guarda insomne, sencillamente. Y las muy evidentes deducciones de Laliberte.
Todo se derrumbaba, el delgado hilillo de su esperanza se rompia en seco. Si no habia denunciante, no habia jugada. Nadie habia informado al superintendente de que el habia perdido la memoria. Y nadie, por lo tanto, habia procurado arrebatarsela. No habia tercer hombre en el asunto, maquinando en las sombras. Estaba fatalmente solo en aquel sendero, con el tridente al alcance de la mano y Noella, amenazadora, frente a el.
Y con su locura asesina en el craneo. Como su hermano, tal vez. O tal vez siguiendo a su hermano. Clementine fue a colocarse a su lado tendiendole, silenciosa, un vaso de oporto.
– Cuenta, muchachito.
Adamsberg conto con voz atona y los ojos clavados en el suelo.
– Eso son ideas de pasma -dijo suavemente Clementine-. Y las ideas de la pasma y las suyas son dos cosas distintas.
– Estaba solo, Clementine, solo.
– Bueno, no puede usted saberlo porque no lo recuerda. Bien que ha echado mano al jodido fantasma, con la Josette.
– ?Y en que cambia eso las cosas, Clementine? Yo estaba solo.
– Eso son ideas oscuras, y no otra cosa -dijo Clementine poniendole el vaso en la mano-. Y de nada sirve remover el cuchillo. Mas valdria seguir por los subterraneos con la Josette, y luego beber ese oporto.
Parecio que Josette, que habia permanecido en silencio junto a la chimenea, queria decir algo, pero cambio de opinion.
– No dejes que se enmohezca, Josette, te lo digo siempre -aconsejo Clementine con el cigarrillo en los labios.
– Es delicado -explico Josette.
– No estamos ya para delicadezas, ?no lo ves?
– Me decia que si el senor Danglard, se llama asi, ?no?, no puede encargarse de los crimenes, podriamos hacerlo nosotros mismos. Lo malo es que la cosa nos obligaria a hurgar en los archivos de la gendarmeria.
– ?Y que te molesta?
– El. Es comisario.
– Ya no lo es, Josette. Es una lata tener que repetirtelo cien veces. Y, ademas, los gendarmes y la pasma no son lo mismo.
Adamsberg dirigio una mirada perdida a la anciana.
– ?Podria hacerlo, Josette?
– Entre en el FBI una vez, solo para jugar, para divertirme.
– No te excuses, Josette. No es malo hacer el bien.
Adamsberg contemplo con creciente asombro a aquella mujer menuda, burguesa en un tercio, vacilante en otro y hacker en el tercero.
Despues de la cena, que Clementine habia hecho tragar por la fuerza a Adamsberg, Josette la emprendio con los ficheros policiales. Habia puesto a su lado una nota con tres fechas, primavera de 1993, invierno de 1997 y otono de 1999. De vez en cuando, Adamsberg echaba una ojeada al progreso de su trabajo. Por la noche, cambiaba sus zapatillas deportivas por unas enormes pantuflas grises que le hacian unas fragiles patas de cria de elefante.
– ?Muy protegidos?
– Miradores por todas partes, era de esperar. Si yo tuviera un expediente alli, no me gustaria que la primera vieja que llegara pudiera huronear en el, con zapatillas de tenis.
Clementine habia ido a acostarse y Adamsberg permanecio solo ante la chimenea, cruzando y descruzando sus dedos, con los ojos clavados en el fuego. No oyo acercarse a Josette pues las pantuflas apagaban sus pasos. Grandes pantuflas de hacker, precisamente.
– Aqui esta, comisario -dijo simplemente Josette mostrandole una hoja, con la modestia del trabajo bien hecho y la inconsciencia del talento, como si hubiera conseguido una simple crema de huevo formando ochos en su ordenador-. En marzo de 1993, a treinta y dos kilometros de Saint-Fulgent, una mujer de cuarenta anos, Ghislaine Matere, asesinada en su domicilio, de tres punaladas. Vivia sola en una casa de campo. En febrero de 1997, a veinticuatro kilometros de Pionsat, una joven muerta de tres heridas de punzon en el vientre, Sylviane Brasillier. Esperaba sola en la parada del autobus, un domingo por la noche. En septiembre de 1999, un hombre de sesenta y seis anos, Joseph Fevre, a treinta kilometros de Solesmes. Tres punaladas.
– ?Culpables? -pregunto Adamsberg tomando la hoja.
– Aqui -indico Josette senalando con su dedo tembloroso-. Una mujer borracha, algo pirada, que vivia en una choza del bosque, considerada como la bruja del lugar. Por lo de la joven Brasillier, agarraron a un parado, un cliente habitual de los bares de Saint-Eloy-les-Mines, no lejos de Pionsat. Y el crimen de Fevre se lo cargaron a un guarda forestal, derrumbado en un banco en los arrabales de Cambrai, con el cuerpo lleno de alcohol y la navaja en el bolsillo.
– ?Amnesicos?
– Todos.
– ?Armas nuevas?
– En los tres casos.
– Es magnifico, Josette. Ahora le seguimos los pasos desde el Castelet-les-Ormes, en 1949, hasta Schiltigheim. Doce crimenes, Josette, doce. ?Se da usted cuenta?
– Trece con el de Quebec.
– Yo estaba solo, Josette.