ya en la mejor posicion.
– Siete dias de enclaustramiento -conto Adamsberg.
– No es para tirarse de los pelos -dijo Basile-. Hay aqui todo lo necesario para entretenerse. Y, ademas, leeremos la prensa. Hablaran de nosotros, nos distraera.
Basile no se tomaba nada por lo tragico, ni siquiera el hecho de acoger en su casa a un potencial asesino. La palabra de Violette le hacia confiar.
– Me gusta andar -dijo Adamsberg sonriendo.
– Aqui hay un largo pasillo. Lo recorrera usted. Violette, por lo de tu nueva jeta, estarias muy bien de burguesa decepcionada. ?Que te parece? Ire de compras manana, muy temprano. Comprare un traje sastre, un collar y tinte castano.
– Me parece bien. Para el comisario he pensado en una buena calvicie, que le ocupe tres cuartas partes del craneo.
– Bueno -aprobo Basile-. Eso transforma a un hombre. Un traje de cuadritos beige y marrones, calvicie y un poco de barriga.
– Pelo canoso -anadio Retancourt-. Trae tambien un poco de base, me gustaria empalidecerle. Y limon. Necesitamos productos de calidad profesional.
– El colega que se encarga de la seccion de cine es un buen tio. Conoce muy bien a los proveedores de los estudios. Manana lo tendre todo. Y hare las fotos en el laboratorio.
– Basile es fotografo -explico Retancourt-. Para
– ?Periodista?
– Si -dijo Basile palmeandole el hombro-. Con una exclusiva cenando en mi mesa. Estas sentado en un avispero, ?no? ?No tienes miedo?
– Es un riesgo -dijo Adamsberg con una leve sonrisa.
Basile respondio riendo con franqueza.
– Se mantener el pico cerrado, comisario. Y soy menos peligroso que usted.
XXXIX
Adamsberg debia de haber recorrido mas de diez kilometros por el pasillo de Basile y estuvo a punto de darse el gusto de pasear libremente por el aeropuerto de Montreal, tras una semana de reclusion. Pero los puercos merodeaban por el lugar y eso refreno cualquier idea de esparcimiento.
Se miro de soslayo en un cristal, comprobando la credibilidad de su reflejo como agente comercial de unos sesenta anos. Retancourt le habia transformado admirablemente, y el se habia dejado tratar como una muneca. Su mutacion habia divertido mucho a Basile. «Hazle triste», le habia aconsejado a Violette, y asi lo hizo. La mirada se habia modificado mucho, protegida por unas cejas depiladas y canosas. Retancourt habia llevado su precision hasta lograr que palidecieran sus pestanas y, media hora antes de la partida, le habia puesto zumo de limon en los ojos. La cornea enrojecida en su tez blanca le daba un aspecto cansado y enfermizo. Sin embargo quedaban sus labios, su nariz, sus orejas que no podian cambiarse y que, segun le parecia, proclamaban su identidad por todas partes.
Comprobaba constantemente la presencia de sus nuevos documentos en el bolsillo. Jean-Pierre Emile Roger Feuillet, ese era el nombre que le habia asignado el hermano de Violette, en un pasaporte perfectamente falsificado. Incluidos los sellos de los aeropuertos de Roissy y Montreal que demostraban su viaje de ida. Buen trabajo. Si el hermano era tan capaz como la hermana, aquella era una familia de expertos.
Su documentacion autentica se habia quedado en casa de Basile, por si registraban el equipaje. Un tipo formidable el tal Basile, que no habia dejado de proporcionarles la prensa de cada dia. Los alarmantes articulos sobre el asesino fugado y su complice le habian divertido. Un tio atento, tambien. Para que Adamsberg no se sintiera demasiado solo, le acompanaba a menudo en sus caminatas por el pasillo. Excursionista y naturalista, comprendia que su prisionero «sufriera de impaciencia». Ambos charlaban, en sus idas y venidas, y tras una semana Adamsberg lo sabia casi todo sobre las historias de rubias de Basile y la geografia de Canada, de Vancouver a Gaspesie. Sin embargo, Basile nunca habia oido hablar del pez con puas del lago Pink, y se prometio visitar al animal. Lo mismo que la catedral de Estrasburgo, «Si algun dia atraviesas la pequena Francia», habia anadido Adamsberg.
Paso los controles procurando dejar en blanco su cabeza, como hubiera hecho Jean-Pierre Emile Roger Feuillet dirigiendose a Paris para distribuir su jarabe de arce. Y, curiosamente, aquella facultad de quedarse en blanco que tan natural le resultaba, demasiado espontanea incluso en tiempos normales, le parecio entonces especialmente dificil de lograr. El, que se abstraia por cualquier cosa, que se perdia retazos enteros de conversacion, que daba paladas a las nubes hasta no saber que hacer, se encontro jadeando y con los pensamientos hormigueando mientras pasaba los controles del aeropuerto.
Pero Jean-Pierre Emile Roger Feuillet no desperto el mas minimo interes en los vigilantes y, una vez en la sala de embarque, Adamsberg logro relajarse hasta el punto de comprar un frasco de jarabe. Un detalle muy tipico de Jean-Pierre Emile Roger Feuillet, para su madre. El rugido de los reactores y el despegue le procuraron un alivio que Danglard nunca hubiera podido concebir. Vio alejarse por debajo las tierras canadienses, imaginando que en ellas se agitaban centenares de puercos desesperados.
Quedaba por cruzar aun la barrera de Roissy. Quedaba tambien Retancourt, cuyo examen tendria lugar dentro de dos horas y media. Adamsberg estaba preocupado por ella. Su nueva apariencia de mujer rica y ociosa era desconcertante -y tambien habia divertido mucho a Basile-, pero Adamsberg temia que su silueta permitiese su identificacion. La imagen de su cuerpo desnudo paso ante sus ojos. Impresionante, claro esta, pero armoniosa. Raphael tenia razon, Retancourt era una hermosa mujer, y se reprocho no haber pensado nunca en ello, con la excusa de su sobrepeso y su vigor. Raphael habia sido siempre mas delicado que el.
Al cabo de siete horas, las ruedas se posarian por la manana en el suelo de Roissy. Pasaria el control y, por unos instantes, se sentiria vivo, liberado. Y eso era un error. La pesadilla proseguiria en otras tierras. Ante el, el porvenir se presentaba vacio y blanco como el hielo a la deriva. Retancourt, por lo menos, podria regresar a la Brigada, arguyendo que habia temido que los cops la detuvieran como complice. Pero para el comenzaba la nada. Con la mordiente duda de sus actos olvidados como anadidura. Le falto un pelo para preferir haber matado mas que arrastrar con el la terrible penumbra de su noche del 26.
Jean-Pierre Emile Roger paso sin contratiempos los controles de Roissy, pero Adamsberg no pudo decidirse a abandonar el aeropuerto sin saber si Retancourt conseguiria ponerse a buen recaudo. Vagabundeo dos horas y media de vestibulo en vestibulo, intentando ser discreto e imitar la invisibilidad que Retancourt habia utilizado en la GRC. Pero, era evidente, Jean-Pierre Emile no interesaba a nadie, ni aqui ni en Montreal. Pasaba y volvia a pasar ante los paneles de informacion, acechando los eventuales retrasos de los grandes vuelos. Los grandes transportes, se repitio. Su gran Retancourt. Sin ella estaria hoy en la trena canadiense, encadenado, jodido, carbonizado. Retancourt, su gran transportadora y su liberadora.
El insignificante Jean-Pierre Emile se coloco, sin demasiada inquietud, a unos veinte metros de la puerta de las llegadas. Retancourt debia de haber convertido toda su energia para vivir el personaje de Henriette Emma Marie Parillon. El apretaba los dedos a medida que los pasajeros del vuelo se diseminaban por el vestibulo, ni rastro de la teniente. ?La habrian retenido en Montreal? ?La habrian llevado los puercos a la GRC? ?Le habrian apretado las tuercas toda la noche? ?Habria cantado? ?Habria dado el nombre de Raphael? ?Y el de su propio hermano? Adamsberg acabo por sentir rencor hacia todos aquellos desconocidos que desfilaban ante el, felices de haber concluido el viaje, llevando en sus bolsas jarabe y caribus de peluche. Les reprochaba que no fueran Retancourt. Una mano le agarro del brazo y le hizo retroceder por el vestibulo.
La de Henriette Emma Marie Parillon.
– Esta usted como una cabra -murmuro Retancourt, sin abandonar la expresion hastiada de Henriette.
Emergieron en Paris, en la estacion de Chatelet, y Adamsberg propuso a su teniente que aprovecharan sus