– Peor que un animal.
– Exactamente.
Introduccion del tema. Adamsberg saco su libreta, todavia abarquillada por la humedad, y se puso a dibujar los rostros de cada uno de los actores. Caras de normandos, no cabia duda. Encontraba en ellos los rasgos de su amigo Bertin, descendiente de Thor, dios del trueno, que regentaba un cafe en una plaza de Paris. Todos tenian mandibulas cuadradas y pomulos altos, todos tenian el pelo claro y la mirada azul palido y huidiza. Era la primera vez que Adamsberg ponia los pies en la tierra de las praderas empapadas de Normandia.
– Para mi -prosiguio Robert-, ha sido un joven. Un obseso.
– Un obseso no tiene por que ser joven.
Contrapunto lanzado por el mayor de todos, el que presidia la mesa. Los rostros se volvieron, apasionados, hacia el veterano.
– Eso es discutible -gruno Robert.
Robert tenia, pues, el papel dificil, pero igualmente indispensable, de contradecir al veterano.
– No es discutible -replico el viejo-. Pero lo que si es verdad es que el que lo haya hecho es un obseso.
– Un salvaje.
– Exactamente.
Repeticion del tema y desarrollo.
– Porque hay matar y matar -intervino el que estaba sentado al lado de Robert, menos rubio que los demas.
– Eso es discutible -dijo Robert.
– No es discutible -zanjo el abuelo-. El tipo que haya hecho eso lo que queria era matar, y punto. Dos disparos en el costado y ya esta. Ni siquiera se llevo carne. ?Sabes como lo llamo yo?
– Un asesino.
– Exactamente.
Adamsberg habia dejado de dibujar, y permanecio atento. El viejo se volvio hacia el y le echo una mirada de rondon.
– Al fin y al cabo -dijo Robert-, Bretilly tampoco es del todo nuestra zona, esta a treinta kilometros. Entonces, ?por que hablamos de eso?
– Porque es una deshonra, Robert, por eso.
– Para mi que no es de Bretilly. Eso lo ha hecho un parisino. Angelbert, ?no te parece?
O sea que el veterano que presidia la mesa se llamaba Angelbert.
– Hay que reconocer que en Paris tienen mas obsesos que en cualquier otro sitio -dijo.
– Con la vida que llevan…
Se establecio un silencio alrededor de la mesa y algunos rostros miraron fugazmente a Adamsberg. Es inevitable, a la hora de la reunion de los hombres, que el intruso sea descubierto, sopesado, y luego rechazado o acogido. En Normandia como en todas partes, y quiza peor que en otras partes.
– ?Por que tengo que ser parisino? -pregunto Adamsberg en tono tranquilo.
El abuelo senalo con la barbilla hacia el libro que habia en la mesa del comisario, junto al vaso de cerveza.
– El billete. Con que marca la pagina. Es un billete de metro de Paris. Sabemos reconocer.
– No soy parisino.
– Pero no es de Haroncourt.
– De los Pirineos, de la montana.
Robert alzo una mano y la dejo caer pesadamente sobre la mesa.
– Un gascon -concluyo, como si una capa de plomo acabara de caer sobre la mesa.
– Un bearnes -preciso Adamsberg.
Inicio del juicio y deliberacion.
– Pues no sera que nunca han dado guerra los montaneses -opino Hilaire, un viejo menos viejo pero calvo que estaba sentado al otro extremo de la mesa.
– ?Cuando? -pregunto el mas moreno.
– Dejalo, Oswald, fue hace tiempo.
– Y los bretones, peor incluso. ?O es que son los bearneses los que nos quieren quitar el Monte Saint- Michel?
– No -reconocio Angelbert.
– Lo que esta claro -aventuro Robert examinandolo- es que no tiene pinta de salir de un
– De la montana -contesto Adamsberg-. La montana los escupio en un chorro de lava, cayeron por las laderas y se solidificaron, y asi nacieron los bearneses.
– Claro -dijo el que tenia la mision de marcar.
Los hombres esperaban, exigiendo en silencio conocer las razones de la presencia de un extrano en Haroncourt.
– Busco el palacio.
– Puede ser. Dan un concierto esta noche.
– Acompano a una persona de la orquesta.
Oswald saco el periodico municipal de su bolsillo interior y lo desplego con cuidado.
– Aqui hay una foto de la orquesta -dijo.
Invitacion a acercarse a la mesa. Adamsberg cruzo los pocos metros con el vaso en la mano y observo la pagina que le ensenaba Oswald.
– Aqui esta -dijo poniendo un dedo en el periodico-, la de la viola.
– ?La guapa?
– Si.
Robert volvio a servir, tanto para marcar la importancia de la pausa como para tomarse otra ronda. Un problema arcaico atormentaba ahora a la asamblea de hombres: que podia ser esa mujer para el intruso. ?Amante? ?Esposa? ?Hermana? ?Amiga? ?Prima?
– Y la acompana -repitio Hilaire.
Adamsberg asintio. Le habian dicho que los normandos nunca hacen preguntas directas, leyenda creia el, pero tenia ante sus ojos una pura demostracion de ese orgullo del silencio. Hacer demasiadas preguntas es descubrirse, y descubrirse es dejar de ser un hombre. Sin recursos, el grupo se volvio hacia el veterano. Angelbert hizo crujir su barbilla mal afeitada rascandosela con las unas.
– Porque es su mujer -afirmo.
– Lo fue -dijo Adamsberg.
– Pero usted la acompana de todos modos.
– Por cortesia.
– Claro -dijo el marcador.
– A las mujeres -prosiguio Angelbert en voz baja-, un dia las tienes y al dia siguiente ya no las tienes.
– Cuando las tienes, ya no las quieres -comento Robert-; y cuando ya no las tienes, vuelves a quererlas.
– Las pierdes -confirmo Adamsberg.
– A saber como -aventuro Oswald.
– Por descortesia -explico Adamsberg- En lo que a mi respecta, por lo menos.
Ahi tenian a un tipo que no se salia por la tangente y a quien las mujeres habian traido quebraderos de cabeza, lo que sumaba dos puntos a favor en el grupo de los hombres. Angelbert le senalo una silla.
– Tendras tiempo de sentarte un rato, ?no? -sugirio.
Comienzo del tuteo, aceptacion provisional del montanes en la asamblea de normandos del llano. Deslizaron hacia el un vaso de vino blanco. La reunion de hombres contaba esa noche con un nuevo miembro, suceso que seria abundantemente comentado al dia siguiente.
– ?A quien han matado? En Bretilly -pregunto Adamsberg tras haber tomado el numero de tragos necesario.
– ?Matado? Querras decir destrozado. Abatido como un desgraciado.
Oswald se saco otro periodico del bolsillo y se lo paso a Adamsberg, senalandole una foto con el dedo.