– En el fondo -dijo Robert, que seguia con su tema-, mas valdria ser descortes primero y cortes despues. Con las mujeres. Habria menos problemas.
– Cualquiera sabe -dijo el viejo.
– Cualquiera entiende -anadio el marcador.
Adamsberg miraba fijamente el articulo del periodico, con el ceno fruncido. Un animal rojo yacia en un charco de sangre con este comentario: «Odiosa carniceria en Bretilly». Doblo el diario para leer el titulo
– ?Eres cazador? -pregunto Oswald.
– No.
– Entonces no puedes entenderlo. Un ciervo como este, y encima un ocho puntas, no se mata asi como asi. Es una salvajada.
– Siete puntas -rectifico Hilaire.
– Perdona -dijo Oswald endureciendo el tono-, pero este bicho es un ocho puntas.
– Siete.
Enfrentamiento y peligro de ruptura. Angelbert tomo cartas en el asunto.
– No se distingue en la foto -dijo-. Siete u ocho.
Todos echaron un buen trago, aliviados. No es que la bronca no fuera regularmente necesaria en la musica de los hombres, pero esa noche, con el intruso, habia otras prioridades.
– Esto -dijo Robert senalando la foto con su grueso dedo- no lo ha hecho un cazador. El tipo no ha tocado al bicho, no lo ha despiezado, ni se ha llevado los honores ni nada.
– ?Los honores?
– Las cuernas y las pezunas. La anterior derecha. El tipo lo rajo por puro gusto. Un obseso. Y la pasma de Evreux ?que hace? Nada. Les importa un carajo.
– Porque no es un asesinato -dijo otro contradictor.
– ?Quieres que te diga una cosa? Hombre o animal, cuando alguien es capaz de una escabechina asi, es que no anda bien de la sesera. ?Quien te dice que luego no va a matar a una mujer? Los asesinos se entrenan.
– Es verdad -dijo Adamsberg recordando sus doce ratas en el puerto de Le Havre.
– Pero en la pasma son tan gilipollas que no les cabe en la cabeza. Mas cortos que los gansos.
– Bueno, solo es un ciervo -objeto el objetor.
– Tu tambien estas tonto, Alphonse. Pero, si yo fuera madero, ya verias como buscaria a ese tipo, y echando leches.
– Yo tambien -murmuro Adamsberg.
– Ah, ?lo ves? Hasta el bearnes esta de acuerdo. Porque una carniceria asi, escuchame bien, Alphonse, quiere decir que hay un pirado suelto por la zona. Y puedes creerme, porque nunca me he equivocado: no tardaras en oir hablar de eso.
– El bearnes esta de acuerdo -anadio Adamsberg mientras el viejo le volvia a llenar el vaso.
– Ah, ?lo ves? Y eso que el bearnes no es cazador.
– No -dijo Adamsberg-. Es madero.
Angelbert suspendio el gesto, deteniendo la botella de vino a medio camino por encima del vaso. Adamsberg lo miro. Empezaba el desafio. Con una ligera presion de la mano, el comisario dio a entender que deseaba que acabaran de llenarle el vaso. Angelbert no se inmuto.
– Aqui no nos gustan los maderos -enuncio Angelbert, con el brazo todavia inmovil.
– Ni aqui ni en ninguna parte -puntualizo Adamsberg.
– Aqui menos que en otros sitios.
– Yo no digo que me gusten los maderos, digo que lo soy.
– ?No te gustan?
– ?Para que?
El viejo entorno mucho los ojos, reuniendo su concentracion para ese duelo inesperado.
– Entonces ?por que lo eres?
– Por descortesia.
La respuesta paso veloz por encima de las cabezas de los hombres, incluida la de Adamsberg, que habria tenido dificultades para explicar sus propias palabras. Pero ninguno se atrevio a expresar su incomprension.
– Claro -concluyo el marcador.
Y el movimiento de Angelbert, interrumpido como un instante en pausa de una pelicula, reanudo su curso, la mano se inclino, y el vaso de Adamsberg acabo de llenarse.
– O por esto -anadio Adamsberg senalando el ciervo destripado-. ?Cuando fue?
– Hace un mes. Quedate con el periodico si te interesa. A la pasma de Evreux le importa un carajo.
– Tontos -dijo Robert.
– ?Que es esto? -pregunto Adamsberg mostrando una mancha junto al venado.
– El corazon -dijo Hilaire con asco-. Le metio dos balas en el cuerpo, le arranco el corazon con un cuchillo y se lo dejo hecho papilla.
– ?Es una tradicion? ?Lo de arrancar el corazon al ciervo?
Hubo un nuevo movimiento de indecision.
– Explicaselo, Robert -ordeno Angelbert.
– La verdad es que me asombra que no sepas nada de caza siendo montanes.
– Acompanaba a los adultos cuando salian -reconocio Adamsberg-. Hice los puestos de tiro al vuelo, como todos los ninos.
– Menos mal.
– Pero nada mas.
– Cuando has matado al ciervo -expuso Robert-, lo desuellas para colocarlo encima de la piel. En eso, le cortas los honores y los cuartos traseros. Las entranas no las tocas. Le das la vuelta y le sacas los lomos, y luego le cortas la cabeza, por la cuerna. Cuando has acabado, envuelves el animal en su piel.
– Exactamente.
– Pero no le quitas el corazon, rediez. Antes si, habia quien lo hacia. Pero hemos evolucionado. Ahora el corazon se lo queda la bestia.
– ?Quien lo hacia?
– Dejalo, Oswald, eso era hace tiempo.
– Ese lo unico que queria era matar y mutilar -dijo Alphonse-. Ni siquiera se llevo las cuernas. Y eso que las cuernas son lo unico que quieren los que no tienen ni idea.
Adamsberg alzo la mirada hacia una gran cornamenta colgada en la pared del cafe, encima de la puerta.
– No -dijo Robert-. Esa es una
Una mierda, tradujo Adamsberg.
– Habla mas bajo -dijo Angelbert senalando la barra, donde el dueno echaba una partida de domino con dos jovenes demasiado inexpertos para integrarse en el grupo de los hombres.
Robert echo una mirada al dueno y volvio hacia el comisario.
– Es un forano -explico en voz baja.
– ?O sea?
– Que no es de aqui. Es de Caen.
– ?Y Caen no esta en Normandia?
Hubo miradas, gestos. ?Era apropiado informar al montanes acerca de un tema tan intimo? ?Tan doloroso?
– Caen esta en la Baja Normandia -explico Angelbert-. Aqui estamos en la Alta Normandia.
– ?Y eso es importante?
– Digamos que no se compara. La autentica Normandia es la alta, es esta.
Su dedo torcido senalaba la madera de la mesa, como si la Alta Normandia acabara de reducirse al tamano de un cafe de Haroncourt.
– Eso si -completo Robert-, alla en Calvados te diran lo contrario. Pero no te lo creas.
– Bien -prometio Adamsberg.