borbotones, a sobresaltos, que ese nino procedia realmente de su cuerpo.
Adamsberg abrio el libro por la pagina marcada con el billete de metro. Acostumbraba doblar la esquina de las paginas, pero su hermana le habia recomendado que cuidara esa obra.
– Tom, escuchame bien, vamos a cultivarnos juntos y no tenemos eleccion. ?Recuerdas lo que te lei sobre las fachadas expuestas al norte? ?Lo tienes en mente? Pues escucha la continuacion.
Thomas miro tranquilamente a su padre, atento e indiferente.
– «El uso de guijarros de rio en la edificacion de muretes, combinacion de una organizacion de adaptacion a los recursos locales, es una practica extendida aunque no constante.» ?Te gusta, Tom? «La introduccion del
Adamsberg dejo el libro y miro a su hijo.
– No se que es el
Adamsberg saco el movil y marco lentamente un numero bajo la mirada vaga del nino.
– Llamas a Danglard -explico-. Sencillamente. Recuerda bien esto, lleva siempre su numero encima. El te arregla cualquier cosa de este tipo. Vas a ver, presta mucha atencion. ?Danglard? Adamsberg. Siento molestar, pero hay una palabra que el nino no entiende, y me pide explicaciones.
– ?Diga? -contesto Danglard con voz cansina, curado de espanto respecto a las salidas por peteneras del comisario, que el tenia la responsabilidad implicita de contener.
– No. Tiene nueve meses, maldita sea.
– No es broma, capitan. Quiere saberlo.
– Comandante -rectifico Danglard.
– Oiga, Danglard, ?piensa seguir dandome la tabarra con su grado? Comandante o capitan, ?que mas da? Ademas, la cuestion no es esa. La cuestion es el
– Eso es.
– Un loco peligroso, un obseso -dijo Danglard en tono monocorde.
– Exactamente. Es lo que dice Robert.
– ?Quien es Robert?
Por mucho que Danglard renegara cada vez que Adamsberg le llamaba por nimiedades inconsecuentes, nunca habia sabido abandonar la conversacion, hacer valer sus derechos o su colera y cortar sin mas. La voz del comisario, que pasaba como un viento, lenta, tibia y fluida, arrastraba su adhesion involuntaria, como si fuera una hoja rodando por el suelo, o una de esas malditas piedras por el fondo del maldito rio, dejandose llevar. Danglard se lo reprochaba mucho a si mismo, pero cedia. Al final, gana el agua.
– Robert es un amigo que me he hecho en Haroncourt.
Era inutil indicar al comandante Danglard donde se encontraba el pueblo de Haroncourt. Al disponer de una masa de memoria potentemente organizada, el comandante conocia a fondo todos los cantones y comunas del pais y era capaz de dar al instante el nombre del policia encargado del territorio.
– Entonces ?lo ha pasado bien?
– Muy bien.
– ?Sigue siendo colega? -aventuro Danglard.
– Desesperantemente. El
– Por eso le llamo. Robert opina que lo hizo un joven, un joven obseso. Pero el ancestro, Angelbert, afirma que eso es discutible y que, con los anos, un joven obseso se convierte en un viejo obseso.
– ?Donde se ha celebrado ese coloquio?
– En el cafe, a la hora del aperitivo.
– ?Cuantos vinos?
– Tres. ?Y usted?
Danglard se tenso. El comisario vigilaba su deriva alcoholica y eso le molestaba.
– Yo a usted no le pregunto nada, comisario.
– Si. Me pregunta si Camille sigue en plan colega.
– De acuerdo -dijo Danglard retrocediendo-.
– Ah, bien. ?Y?
– Nada. Usted me pregunta, yo le respondo.
– ?Para que sirve, Danglard?
– ?Y nosotros, comisario? El hombre en la Tierra, ?para que sirve?
Cuando Danglard estaba mal, la Pregunta sin Respuesta del cosmos infinito volvia a atormentarlo, junto con la de la explosion del sol dentro de cuatro mil anos y la del miserable y terrorifico azar que constituia la humanidad colocada sobre una bola de tierra extraviada.
– ?Tiene problemas concretos? -pregunto Adamsberg subitamente preocupado.
– Simplemente aburrimiento.
– ?Estan durmiendo los ninos?
– Si.
– Salga, Danglard, vaya a escuchar a Oswald o a Angelbert. Estan en Paris como aqui.
– Con esos nombres, seguro que no. ?Y que me ensenarian?
– Que las cuernas de desmogue valen menos que las de caza.
– Eso ya lo se.
– Que la frente de los cervidos crece hacia fuera.
– Eso ya lo se.
– Que seguramente la teniente Retancourt no esta durmiendo y que resultaria benefico ir a charlar una horita con ella.
– Si, sin duda -dijo Danglard despues de un silencio.
Adamsberg oyo cierta ligereza recobrada en la voz de su comandante, y colgo.
– ?Lo ves, Tom? -dijo envolviendo con la mano la cabeza de su hijo-. Ponen una raspa de pescado en el murete, y no me preguntes por que. No necesitamos saberlo, puesto que lo sabe Danglard. Vamos a tirar este libro, nos pone nerviosos.
En cuanto Adamsberg ponia la mano sobre la cabeza del pequeno, este se quedaba dormido. El o cualquier otro nino. O adulto. Thomas cerro los ojos tras unos instantes, y Adamsberg quito la mano, examino su palma, apenas perplejo. Algun dia comprenderia quiza por que poros de su piel le salia el sueno de los dedos. Tampoco le interesaba tanto.
Sono su movil. La forense, muy despierta, le llamaba desde la morgue.
– Un segundo, Ariane, voy a dejar al nino.
Fuera cual fuera el objeto de su llamada, y ludico seguro que no era, el hecho de que Ariane pensara en el lo distraia en su despoblamiento femenino.
– El tajo de la garganta, hablo de Diala, esta en eje horizontal. Por lo tanto, la mano que sujetaba el cuchillo no estaba ni muy por encima del punto de impacto, ni muy por debajo, porque entonces la herida habria sido sesgada. Como en Le Havre. ?Me sigues?