– Claro -dijo Adamsberg jugando al mismo tiempo con los dedos del pie del bebe, redondos como guisantes alineados en su vaina. Se estiro en la cama para escuchar las inflexiones de voz de Ariane. A decir verdad, le importaban un rabano las etapas tecnicas que habia tenido que seguir la medica, solo queria saber por que identificaba a una mujer.

– Diala mide un metro ochenta y seis. La base de su carotida esta a un metro cincuenta y cuatro del suelo.

– Se puede plantear asi.

– El golpe sera horizontal si el puno del agresor se situa por debajo de la altura de sus ojos. Eso nos da un asesino de un metro sesenta y seis. Llevando a cabo la misma estimacion con La Paille, en quien se observa un ligero sesgo en angulacion inferior, se obtiene un asesino de entre metro sesenta y cuatro y metro sesenta y siete, un metro sesenta y cinco de media. Sin duda un metro sesenta y dos deduciendo la altura de los tacones.

– Ciento sesenta y dos centimetros -dijo inutilmente Adamsberg.

– Muy por debajo, en consecuencia, de la media general de los hombres. Es una mujer, Jean-Baptiste. En cuanto a los pinchazos en el brazo, dieron en la vena con precision, en ambos casos.

– ?Crees que se trata de una profesional?

– Si, y con jeringuilla. Por la finura del orificio y la trayectoria del pinchazo, no es una aguja o un alfiler cualquiera.

– Alguien pudo inyectarles algo antes de que murieran.

– Ningun tipo de sustancia. Lo que les inyectaron no deja lugar a dudas: nada.

– ?Nada? ?Quieres decir aire?

– El aire es todo menos nada. No les inyecto nada en absoluto. Solo los pincho.

– ?Sin que le diera tiempo a acabar?

– O sin querer acabar. Los pincho una vez muertos, Jean-Baptiste.

Adamsberg colgo, pensativo. Pensando en el viejo Lucio y preguntandose si, a esas horas, Diala y La Paille trataban de rascarse un pinchazo inacabado en sus brazos muertos.

X

En la manana del 21 de marzo, el comisario se tomo el tiempo de ir a saludar cada arbol y cada ramilla del nuevo recorrido desde su casa hasta el edificio de la Brigada. Incluso bajo la lluvia, que casi no habia parado desde el chaparron sobre Juana de Arco, la fecha merecia ese esfuerzo y ese respeto. Incluso si ese ano la naturaleza llevaba retraso, debido a citas desconocidas, a menos que se le hubieran pegado las sabanas, como a Danglard un dia de cada tres. La naturaleza es caprichosa, pensaba Adamsberg, no se le puede exigir que todo este estrictamente en su sitio para la manana del 21, dada la cantidad astronomica de capullos de los que tiene que ocuparse, sin contar las larvas, las raices y los germenes, que no se ven, pero que sin duda le consumen una energia increible. En comparacion, el incesante trabajo de la Brigada Criminal era una brizna irrisoria, una simple broma. Broma que daba una conciencia impoluta a Adamsberg para demorarse en las aceras.

Mientras el comisario atravesaba pausadamente la gran sala comun, llamada «sala del Concilio», para dejar una flor de forsitia en cada una de las mesas de las agentes de la Brigada, Danglard se precipito a su encuentro. El largo cuerpo del comandante, que parecia haberse derretido antano como un cirio al calor, borrando sus hombros, ablandando su torso, combando sus piernas, no estaba adaptado a la marcha rapida. Adamsberg lo miraba con interes moverse en las distancias largas, preguntandose siempre si iba a perder uno de sus miembros en la carrera.

– Lo estabamos buscando -dijo Danglard sin resuello.

– Estaba rindiendo homenaje, capitan, y ahora honro.

– Maldita sea, son mas de las once.

– A los muertos les da igual un par de horas mas o menos. No tengo cita con Ariane hasta las cuatro de la tarde. Por las mananas, la forense duerme. Sobre todo, no lo olvide nunca.

– No se trata de los muertos, se trata del Nuevo. Ha estado dos horas esperandolo. Ya van tres veces que pide cita. Pero, cuando llega, se queda solo, en su silla, como un don nadie.

– Lo siento, Danglard. Yo tenia una cita imperiosa desde hacia un ano.

– ?Con?

– Con la primavera, que es susceptible. Si se le da planton, es capaz de irse enfurrunada. Y luego a ver quien es el guapo que la alcanza. En cambio, el Nuevo volvera. ?Que Nuevo, por cierto?

– Joder, el nuevo teniente que sustituye a Favre. Dos horas de espera.

– ?Como es?

– Pelirrojo.

– Muy bien. Asi variamos un poco.

– En realidad es castano, pero con mechas pelirrojas. Como a rayas. Lo nunca visto.

– Mejor -dijo Adamsberg dejando su ultima flor en la mesa de Violette Retancourt-. Ya puestos, que los nuevos sean nuevos de verdad.

Danglard hundio las blandas manos en los bolsillos de su elegante chaqueta mientras miraba a la enorme teniente Retancourt ponerse la florecita amarilla en el ojal.

– Este me parece bastante nuevo, demasiado quiza -dijo-. ?Ha leido su expediente?

– Por encima. De todos modos, lo tendremos obligatoriamente de prueba durante seis meses.

Antes de que Adamsberg empujara la puerta de su despacho, Danglard lo retuvo por el brazo.

– Ya no esta aqui. Se ha ido a ocupar su puesto en el cuchitril.

– ?Por que protege el a Camille? Pedi agentes con experiencia.

– Porque solo el soporta ese puto trastero en el rellano. Los otros no pueden mas.

– Y como es nuevo, se lo han encasquetado.

– Asi es.

– ?Desde cuando?

– Hace tres semanas.

– Mandele a Retancourt. Ella si es capaz de aguantar en el cuchitril.

– Ya se propuso ella misma. Pero hay un problema.

– No veo que problema podria estorbar a Retancourt.

– Solo uno. No puede moverse alli metida.

– Demasiado gorda -dijo Adamsberg pensativo.

– Demasiado gorda -confirmo Danglard.

– Fue su formato magico lo que me salvo, Danglard.

– No lo dudo, pero no puede embutirse en el cuchitril y punto. Por lo tanto, no puede relevar al Nuevo.

– Ya lo habia entendido, capitan. ?Que edad tiene ese Nuevo?

– Cuarenta y tres anos.

– ?Y que pinta tiene?

– ?Desde que punto de vista?

– Estetico, seduccional.

– La palabra «seduccional» no existe.

El comandante se paso la mano por la nuca, como cada vez que estaba confuso. Por sofisticada que fuera la mente de Danglard, era reacio, como todos los hombres, a comentar el aspecto fisico de los demas hombres, fingiendo no haber visto nada ni haberse fijado en nada. Adamsberg, por su parte, preferia claramente saber como era el que habian dejado acampar tres semanas en el rellano de Camille.

– ?Que pinta tiene? -insistio Adamsberg.

– Relativamente guapo -admitio Danglard a reganadientes.

– Mala suerte.

– No. Camille no me preocupa tanto, es Retancourt.

– ?Sensible?

– Eso dicen.

Вы читаете La tercera virgen
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату