– No me preguntes, que no lo se, bearnes.

Adamsberg consulto sus relojes. Eran apenas las siete de la tarde.

– Vere que puedo hacer, Robert.

El comisario se guardo el telefono, pensativo. Veyrenc seguia esperando.

– ?Tenemos una urgencia?

Adamsberg apoyo la cabeza en la ventanilla.

– No tenemos nada.

– Hablaba de un destripamiento, de un corazon hecho papilla.

– De un ciervo, teniente. Tienen a un tipo que se dedica a destrozar ciervos, y eso los saca de sus casillas.

– ?Un furtivo?

– Que va. Un asesino de ciervos. Alli, en Normandia, tambien tienen una sombra que pasa.

– No es asunto nuestro, ?o si?

– No, en absoluto.

– Entonces ?por que va?

– Pero si no voy, Veyrenc. No tengo nada que hacer alli.

– Habia entendido que queria ir.

– Estoy cansado y no me interesa -dijo Adamsberg abriendo la puerta-. Podria joder el coche, conmigo dentro. Llamare a Robert mas tarde.

Las puertas se cerraron con un chasquido. Adamsberg cerro con llave. Los dos hombres se separaron cien metros mas alla, delante de la Brasserie des Philosophes.

– Si quiere, conduzco yo, y usted duerme. Habremos ido y vuelto antes de las doce.

Adamsberg, con la mente vacia, miro las llaves del coche que seguia teniendo en la mano.

XXII

Bajo la lluvia, Adamsberg empujo la puerta del cafe de Haroncourt. Angelbert se levanto con rigidez para recibirlo, inmediatamente imitado por el resto de la tribu de hombres.

– Sientate, bearnes -dijo el viejo estrechandole la mano-. Te hemos guardado un plato caliente.

– ?Eres dos? -pregunto Robert.

Adamsberg presento a su colega, acontecimiento que dio lugar a una nueva ronda de apretones de mano, mas desconfiada, y al acercamiento de una silla mas. Todos rozaron de una mirada fugaz el pelo del recien llegado. Pero alli no habia peligro de que hicieran preguntas sobre ese fenomeno, por perturbador que resultara. Lo cual no impedia que los hombres meditaran acerca de la rareza, buscando la manera de saber mas sobre el acolito que habia traido el comisario. Angelbert examinaba las similitudes de estructura que unian a ambos policias, y sacaba sus conclusiones.

– Es un primo apartado -dijo llenando los vasos.

Adamsberg empezaba a comprender bien el mecanismo normando, hipocrita y habil, consistente en hacer una pregunta sin que parezca nunca que se esta interrogando al interlocutor. La entonacion de la voz bajaba al final de la frase, como en una falsa afirmacion.

– ?Apartado? -pregunto Adamsberg, que, como bearnes, estaba autorizado a hacer preguntas directas.

– Mas lejos que un primo hermano -explico Hilaire-. Angelbert y yo somos primos apartados en cuarto grado. Y el y tu -anadio senalando a Veyrenc- sois primos en sexto o septimo grado.

– Puede -admitio Adamsberg.

– En cualquier caso, es de tu tierra.

– De cerca, efectivamente.

– No hay solo bearneses en la policia -pregunto sin preguntar Alphonse.

– Antes yo era el unico.

– Veyrenc de Bilhc -se presento el nuevo.

– Veyrenc -simplifico Robert.

Hubo asentimientos para indicar que la propuesta de Robert habia sido aceptada. Lo cual no resolvia el problema del pelo. El enigma requeriria anos para aclararse, habria que ser paciente. Trajeron otro plato para el Nuevo, y Angelbert espero a que los dos policias hubieran acabado de cenar para hacer una sena a Robert de que fuera directo al grano. Robert expuso con solemnidad las fotos del ciervo sobre la mesa.

– No esta en la misma posicion -observo Adamsberg, para desencadenar en si mismo un interes que no sentia.

Ni siquiera era capaz de decir por que estaba alli, ni como Veyrenc habia comprendido que deseaba venir.

– Las dos balas han dado en el pecho. Esta de costado, y el corazon esta a la derecha.

– El asesino no tiene metodo.

– Lo que quiere es matar al animal, y punto.

– O sacarle el corazon -dijo Oswald.

– ?Que piensas hacer, bearnes?

– Ir a ver.

– ?Ahora?

– Si uno de vosotros me acompana. Tengo linternas.

Lo repentino de la propuesta dio que pensar.

– Podria ser -dijo el abuelo.

– Oswald.

– Tendrian que dormir en tu casa. O tendrias que volver a traerlos aqui. En Opportune no hay hotel.

– Tenemos que volver a Paris esta noche -dijo Veyrenc. -A menos que nos quedemos.

Una hora despues, examinaban la escena del crimen. Frente al animal, que yacia en el sendero, Adamsberg comprendio en toda su magnitud el verdadero dolor de los hombres. Oswald y Robert bajaban la cabeza, impactados. Era un animal, era un ciervo, pero tambien era una pura salvajada y una masacre de la belleza.

– Un macho esplendido -dijo Robert con esfuerzo-. Que todavia no lo habia dado todo.

– Tenia su manada -explico Oswald-. Cinco hembras. Seis combates el ano pasado. Te puedo decir, bearnes, que un ciervo asi, que luchaba como un senor, habria mantenido seis hembras otros cuatro o cinco anos antes de que lo destronaran. Nadie de por aqui habria disparado al Gran Rufo.

– Tenia tres manchas coloradas en el flanco derecho y dos en el izquierdo. Por eso se llamaba Gran Rufo.

Un hermano, en el fondo, o por lo menos un primo apartado, penso Veyrenc cruzandose de brazos. Robert se arrodillo junto al gran cuerpo y acaricio su pelaje. En la noche de ese bosque, bajo la lluvia constante, en compania de esos hombres sin afeitar, Adamsberg tenia que hacer un esfuerzo para convencerse de que en otra parte, en el mismo momento, habia coches rodando en ciudades, televisores funcionando. Los tiempos prehistoricos de Mathias se desarrollaban ante sus ojos, intactos. Ya no lograba dilucidar si el Gran Rufo era un simple ciervo, o un hombre, o una fuerza divina abatida, robada, saqueada. Un ciervo que pintarian en la pared de una caverna para recordarlo y honrarlo.

– Lo enterraremos manana -dijo Robert levantandose pesadamente-. Te estabamos esperando, ?entiendes? Queriamos que lo vieras con tus propios ojos. Oswald, pasame el hacha.

Oswald rebusco en su gran zurron de cuero y extrajo en silencio la herramienta. Robert rozo el filo con los dedos, se arrodillo junto a la cabeza del ciervo, y vacilo. Se volvio hacia Adamsberg.

– Para ti los honores, bearnes -dijo ofreciendole el hacha por el mango-. Cortale las cuernas.

– Robert -interrumpio Oswald con incertidumbre.

– Esta decidido, Oswald, las merece. Estaba cansado, estaba lejos, se ha desplazado por el Gran Rufo. Le corresponden los honores, le corresponden las cuernas.

– Robert -anadio Oswald-, el bearnes no es de aqui.

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