produjo en el lado sur de la iglesia. No hay ninguna razon, pues, para que una piedra sellada en el muro tenga musgo. En cambio, si ya estaba en la hierba, le habra crecido musgo en el lado expuesto al norte. Con ese clima, es inevitable y rapido. Y, conociendo a Devalon, dudo que haya buscado liquenes en la piedra.

– ?Donde esta la piedra? -pregunto Retancourt, dejando el gato en el suelo, ya dispuesta.

– En la gendarmeria de Evreux, o en un vertedero. Devalon es un policia agresivo, Retancourt, y poco competente. Tendra que abrirse camino a base de fuerza para llegar hasta la piedra. Mejor no avisarlo antes, seria capaz de cargarsela solo para jodernos. Sobre todo si se ha equivocado en esta investigacion.

Inquieto, el gato maullo. La Bola sentia perfectamente el instante en que su asilo preferido estaba a punto de partir. Tres horas mas tarde, cuando la teniente Retancourt estaba investigando en Evreux, el gato se obstinaba en llorar, con la nariz pegada a la puerta de la Brigada, obstaculo entre su cuerpecillo y la desaparecida que ocupaba toda su mente. Adamsberg arrastro a la fuerza al animal hasta Danglard.

– Danglard, usted tiene influencia en este bicho, hagale comprender que Retancourt va a volver, dele un vaso de vino o lo que sea, pero que deje de lamentarse.

Adamsberg se interrumpio.

– Mierda -susurro soltando la Bola, que cayo brutalmente en el suelo, gimiendo.

– ?Que? -pregunto Danglard, preocupado por la desesperacion del animal, que acababa de saltar a sus rodillas.

– Acabo de entender la historia de Narciso.

– Ya iba siendo hora -mascullo el comandante.

Retancourt llamo en ese instante. Se oia claramente su voz en el movil, y Adamsberg no supo decir cual de los dos, Danglard o el gato, aguzaba el oido con mas atencion.

– Devalon no me ha dejado acceder a la piedra. Es una bestia parda, no dudaria en liarse a punetazos para impedirme el paso.

– Tiene que haber alguna manera, teniente.

– No se preocupe, ya tengo la piedra en el maletero de mi coche. Y esta cubierta de liquen en uno de sus lados.

Danglard se pregunto si el metodo empleado por Retancourt no habria sido todavia mas rudimentario que los punos de Devalon.

– Tengo otra cosa -dijo Adamsberg-. Se lo que le paso a Narciso.

Si, penso Danglard un tanto descorazonado, todo el mundo lo sabe desde hace dos mil anos. Narciso se enamoro de su propio reflejo en el agua, se aproximo para atraparlo, y se ahogo en el rio.

– No le cortaron los cojones, le cortaron la verga -explico Adamsberg.

– Bueno -dijo Retancourt-. ?Donde estamos, comisario?

– En el meollo de una abominacion. Dese bastante prisa en volver, teniente, el gato no esta muy bien.

– Es porque me fui sin avisar. Pasemelo.

Adamsberg se arrodillo y pego el movil al oido del gato. Habia conocido a un pastor que telefoneaba a su oveja veterana para mantener su equilibrio psicologico y, desde entonces, ese tipo de cosas habia dejado de sorprenderlo. Incluso recordaba el nombre de la oveja, George Sand [8]. Quiza algun dia los huesos de George Sand se verian santificados en un relicario. Tumbado a la bartola, el gato escuchaba a la teniente explicarle que volveria.

– ?Puedo saber de que se trata? -pregunto Danglard.

– Las dos mujeres fueron asesinadas -dijo Adamsberg poniendose en pie-. Reunimos a todo el mundo. Coloquio dentro de dos horas.

– ?Asesinadas? ?Solo por darse el gusto de abrir sus ataudes tres meses despues?

– Ya lo se, Danglard, no se tiene en pie. Pero arrancar la verga a un gato tampoco.

– Eso tiene mas sentido -replico Danglard, que se refugiaba en el templo del conocimiento en cuanto perdia pie, como otros se retiran a un convento-. He conocido a zoologos que le daban mucha importancia.

– ?Por que?

– Para extraer el hueso. Hay un hueso en la verga del gato.

– Me esta tomando el pelo, Danglard.

– ?No hay uno en el morro del cerdo?

XXXI

Adamsberg se dejaba descender hacia el Sena, siguiendo el vuelo de las gaviotas que veia describir circulos a lo lejos. El rio de Paris, por pestilente que fuera a veces, era su refugio flotante, el lugar donde mejor podia dejar volar sus pensamientos. Los liberaba como se suelta una bandada de pajaros, y se dispersaban en el cielo, jugaban dejandose levantar por el viento, inconscientes y descerebrados. Por paradojico que pudiera parecer, producir pensamientos descerebrados era la actividad prioritaria de Adamsberg. Y particularmente necesaria cuando demasiados elementos obstruian su mente, amontonandose en paquetes compactos que le petrificaban la accion. Entonces no le quedaba mas remedio que abrirse la cabeza en dos y dejar que todo saliera en tropel. Y eso era lo que se producia sin esfuerzo ahora que bajaba la escalera que conducia a la orilla.

En esa escapada, siempre habia algun pensamiento mas correoso que otros, como la gaviota encargada de cuidar de la buena conducta del grupo. Una especie de pensamiento-jefe, de pensamiento-madero, que se esforzaba en vigilar los demas, impidiendoles pasar mas alla de los lindes de la realidad. El comisario busco en el cielo que gaviota desempenaba hoy el papel monomaniaco de gendarme. La localizo enseguida, zarandeando a una jovenzuela que se divertia luchando con el viento en contra, olvidando sus responsabilidades. Luego se abalanzo hacia otra cabeza loca que daba vueltas y revueltas a ras de agua sucia. Gaviota-polizonte que gritaba sin cesar. De momento, su pensamiento-madero, igualmente monomaniaco, pasaba en vuelo rapido por su cabeza, en continuo vaiven, graznando. ?No hay un hueso en el morro del cerdo? ?No hay un hueso en la verga de un gato?

Esos nuevos conocimientos tenian muy ocupado a Adamsberg, mientras merodeaba por el borde del rio, ese dia de un verde oscuro y muy agitado. No debia de haber mucha gente que supiera que la verga del gato tiene un hueso. Y ?como se llamaba ese hueso? Ni idea. ?Y que forma tenia? Ni idea. Quiza fuera una forma extrana, como la del hueso del morro del cerdo. De modo que los que lo descubrian debian de preguntarse donde colocar ese desconocido en el inmenso puzle de la naturaleza. ?En la cabeza de un animal? Quiza lo hubieran sacralizado, como el diente de narval erguido en la frente del unicornio. El que lo hubiera extraido en Narciso era sin duda un especialista, quiza los coleccionaba, como otros coleccionan caracolas. ?Y para que? ?Por que recoge uno caracolas? ?Por su belleza? ?Por su excepcionalidad? ?Como amuleto? Adamsberg, siguiendo la leccion que habia transmitido a su hijo, saco el movil y llamo a Danglard.

– Capitan, ?que aspecto tiene un hueso de verga de gato? ?Es armonioso? ?Es bonito?

– No especialmente. Solo es raro, como todos los huesos peneanos.

?Todos los huesos peneanos?, se repitio Adamsberg desconcertado ante la idea de que tambien en la anatomia humana hubiera cosas que se le escapaban. Adamsberg oia a Danglard teclear, redactando probablemente el informe de la expedicion a Opportune, y no era el momento de molestarlo.

– Maldita sea -dijo Danglard-, no vamos a estar toda la vida hablando de ese puto gato, ?o si? Aunque se llamara Narciso.

– Solo unos minutos mas. Este asunto me pone nervioso.

– Pues a los gatos no. Incluso les facilita la vida.

– No me refiero a eso. ?Por que dice «todos los huesos peneanos»?

Resignado, Danglard se aparto de la pantalla. Oia gritar las gaviotas por el telefono, de modo que imaginaba

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