perfectamente por donde andaba el comisario y en que estado se encontraba, mas ventoso que el aire del rio.

– Como todos los huesos peneanos de todos los carnivoros -puntualizo articulando las palabras, como quien da una leccion a un pesimo alumno-. Todos los carnivoros lo tienen -anadio para anclar bien su ensenanza-. Los pinnipedos, los felidos, los viverridos, los mustelidos, etcetera.

– No, Danglard, no le entiendo.

– Todos los carnivoros: las morsas, las jinetas, los tejones, las gardunas, los leones, etcetera.

– Pero ?por que no lo sabe nadie? -pregunto Adamsberg, por una vez casi chocado ante su propia ignorancia-. ?Y por que los carnivoros?

– Es asi, es la naturaleza. Y la naturaleza es justa, echa una mano a los carnivoros. Son poco numerosos y tienen que afanarse mucho por reproducirse y sobrevivir.

– ?En que es raro ese hueso?

– En que es un hueso unico, que no responde a ninguna simetria, ni bilateral ni axial. Es combado, un poco sinuoso, sin articulacion, ni arriba ni abajo, y tiene una muesca en su extremo distal.

– ?Es decir?

– Es decir en la punta.

– ?Diria que es raro como el hueso del morro del cerdo?

– En cierto modo. Como no existe equivalente en el cuerpo humano, el descubrimiento de un hueso peneano de oso o de morsa sumia a los hombres de la Edad Media en la perplejidad. Como a usted.

– ?Por que de oso o de morsa?

– Porque son grandes y, por lo tanto, se encuentran facilmente. En un bosque, o en una playa. Pero tampoco se sabia identificar el hueso peneano del gato. Es un animal que no se come, su esqueleto es poco conocido.

– Pero se come cerdo y no se conoce el hueso del morro.

– Porque esta encerrado entre cartilagos.

– ?Cree usted, capitan, que el que robo el hueso peneano de Narciso hacia coleccion?

– Ni idea.

– Se lo preguntare de otro modo: ?Piensa que ese hueso puede tener valor para ciertas personas?

Danglard emitio un grunido de duda, o de cansancio.

– Como todo lo que es poco comun y enigmatico, puede tener valor. Existen hombres que recogen guijarros en los rios. O que cortan cuernas de las cabezas de los ciervos. En ninguno de esos casos estamos muy lejos del oscurantismo. Es nuestra grandeza y nuestra catastrofe.

– ?No le gusta ese guijarro, capitan?

– Lo que me preocupa es que lo haya escogido con una estria negra en medio.

– Por la arruga de preocupacion que le atraviesa la frente.

– ?Habra vuelto para el coloquio?

– ?Ve como se preocupa? Por supuesto que habre vuelto.

Adamsberg subio las escaleras de piedra, con las manos en los bolsillos. Danglard no andaba desencaminado. ?Que habia querido hacer exactamente al recoger guijarros? ?Y que valor les atribuia, el, el librepensador que nunca habia tenido la menor supersticion? Los unicos momentos en que pensaba en un dios eran cuando el mismo se sentia dios. Le pasaba en raras ocasiones, cuando se encontraba solo en medio de una tormenta violenta y, a ser posible, de noche. Entonces gobernaba el cielo, orientaba el rayo, impulsaba las aguas torrenciales, regulaba la musica del diluvio. Crisis pasajeras, exaltantes, y a veces comodas proveedoras de potencia viril. Adamsberg se detuvo bruscamente en medio de la calzada. Potencia viril. El gato. El hueso del morro. El relicario. La bandada de sus pensamientos regresaba bruscamente a la pajarera.

XXXII

Los agentes de la Brigada disponian las sillas en la sala del Concilio para el coloquio de las seis cuando Adamsberg cruzo sin decir palabra la gran sala comun. Danglard le lanzo una rapida ojeada y, por el resplandor que circulaba bajo su piel como materia en fusion, dedujo que se habia producido un acontecimiento importante.

– ?Que pasa? -pregunto Veyrenc.

– Ha encontrado una idea en el aire -explico Danglard-, con las gaviotas. Una cagada de pajaro que le cae del cielo, en cierto modo, un aleteo entre el cielo y la tierra.

Veyrenc hizo un gesto de admiracion al mirar a Adamsberg que por un instante quebranto las sospechas de Danglard. El comandante corrigio inmediatamente esa impresion. Admirar a su enemigo no lo hace menos enemigo, todo lo contrario. El comandante seguia convencido de que Veyrenc habia encontrado en Adamsberg una presa selecta, un adversario de talla, jefecillo de antano a la sombra del nogal, jefe actual de la Brigada.

Adamsberg inicio la reunion distribuyendo a cada uno las fotos, particularmente desagradables, de la exhumacion de Opportune. Sus gestos eran sobrios y concentrados, y todos comprendieron que la investigacion habia dado un giro. Era raro que el comisario les impusiera un coloquio al final de la jornada.

– Nos faltaban las victimas, el asesino y el movil. Tenemos las tres cosas.

Adamsberg se paso las manos por las mejillas, buscando como proseguir. No le gustaba resumir, no sabia hacerlo. El comandante Danglard lo apoyaba siempre en ese ejercicio, un poco a la manera del marcador del pueblo, ayudandolo en los enlaces, las curvas, los aceleramientos.

– Las victimas -propuso Danglard.

– Elisabeth Chatel y Pascaline Villemot no murieron por accidente. Fueron asesinadas. Retancourt ha traido la prueba de la gendarmeria de Evreux esta misma tarde. La piedra que supuestamente cayo del muro de la iglesia a la cabeza de Pascaline estaba en el suelo desde hacia al menos dos meses. Durante su estancia en la hierba, se formo un deposito de liquen negruzco en una de sus caras.

– Ahora bien, la piedra no salto sola desde el suelo hasta la cabeza de la mujer -intervino Estalere, muy atento.

– Exactamente, cabo. Le partieron la cabeza con ella. Lo que nos permite deducir que el coche de Elisabeth fue saboteado para provocar un accidente mortal en la nacional.

– Eso no le va a gustar a Devalon -observo Mercadet-. Es lo que se llama destrozar una investigacion.

Danglard sonrio, royendo el lapiz, satisfecho de que la incuria batalladora de Devalon lo condujera directamente a los problemas.

– ?Como es que a Devalon no se le ocurrio examinar la piedra? -pregunto Voisenet.

– Porque es mas corto que los gansos, segun la opinion local -explico Adamsberg-. Y porque Pascaline Villemot no tenia la menor razon para ser asesinada.

– ?Como localizo su tumba?

– Por casualidad aparentemente.

– Imposible.

– Efectivamente. Pienso que se me ha dirigido a proposito hacia el cementerio de Opportune. El asesino nos indica la pista, sabiendose muy por delante de nosotros.

– ?Por que?

– No tengo ni idea.

– Las victimas -inserto Danglard-. Pascaline y Elisabeth.

– Tenian mas o menos la misma edad. Llevaban vidas sin excesos y sin hombres, ambas eran virgenes. La tumba de Pascaline corrio la misma suerte que la de Montrouge. El ataud fue abierto, pero el cadaver esta intacto.

– ?La virginidad es el movil de los asesinatos? -pregunto Lamarre.

– No. Es el criterio en la eleccion de las victimas, no el movil.

– No entiendo -dijo Lamarre frunciendo el entrecejo-. ?Mata virgenes, pero su objetivo no es matar virgenes?

La interrupcion basto para desmoronar la concentracion de Adamsberg, que paso el relevo con un gesto a Danglard.

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