– Recordaran las conclusiones de la forense -dijo el comandante-. Diala y La Paille fueron eliminados por una mujer de un metro sesenta y dos de estatura aproximadamente, convencional, perfeccionista, que sabe manejar la jeringuilla, acertar sus golpes de escalpelo y que lleva zapatos de cuero azules. Esos zapatos llevaban betun en las suelas, lo que indica una posible patologia de disociacion, o al menos una voluntad de establecer una separacion entre ella misma y el suelo de sus crimenes. Claire Langevin, la enfermera angel de la muerte, presenta todas estas caracteristicas.

Adamsberg habia abierto su libreta sin anotar nada. Escuchaba, mientras garabateaba, el resumen de Danglard, que, a su parecer, habria sido mejor jefe de la Brigada que el.

– Retancourt ha traido unos zapatos que le pertenecieron -anadio Danglard-. Son de cuero azul. Eso no basta para fundamentar nuestra certeza, pero seguimos estrechando la investigacion sobre la enfermera.

– Lo trae todo, Retancourt -observo Veyrenc en voz baja.

– Convierte su energia -explico con aspereza Estalere.

– El angel de la muerte es una quimera -dijo Mordent malhumorado-. Nadie la vio hablar con Diala ni con La Paille en el Mercado de las Pulgas. Es invisible, inalcanzable.

– Asi es precisamente como ha actuado toda su vida -dijo Adamsberg-, como una sombra.

– No cuadra -insistio Mordent estirando su largo cuello de garza fuera del jersey gris-. Esa mujer asesino a treinta y tres ancianos, siempre de la misma manera, sin cambiar nunca un solo detalle. Y, de repente, se transforma en otra especie de loca, se pone a buscar virgenes, a abrir tumbas, a degollar hombres. No, no cuadra. No se transforma un cuadrado en un circulo, no se cambia una asesina de viejos por una necrofila salvaje. Con zapatos o sin ellos.

– No cuadra en absoluto -aprobo Adamsberg-. A menos que una conmocion profunda haya abierto un nuevo crater en el volcan. La lava de la locura se derramaria entonces por otra vertiente, de manera distinta. Su estancia en prision puede haber influido mucho, o quiza el hecho de que Alfa haya tomado conciencia de la existencia de Omega.

– Yo se quienes son Alfa y Omega -interrumpio con viveza Estalere-. Son los dos trozos de un homicida disociado, a cada lado de su muro.

– El angel de la muerte es una disociada. Su arresto pudo romper su muro interior. A partir de esa catastrofe, todo cambio de actitud es posible.

– De todos modos -dijo Mordent-. Eso no nos explica por que busca virgenes ni lo que hace en sus tumbas.

– Eso es el abismo -dijo Adamsberg-. Y, para alcanzarla, solo podemos partir del final del desfiladero, donde nos quedan algunos desprendimientos de sus actos. Pascaline tenia cuatro gatos. Tres meses antes de su muerte, le mataron uno. Era el unico macho del grupo.

– ?Una primera amenaza a Pascaline? -pregunto Justin.

– No lo creo. Lo mataron para extraerle las partes sexuales. Como el gato ya estaba castrado, le quitaron la verga. Danglard, explique lo del hueso.

El comandante reitero su ensenanza acerca de los huesos peneanos, los carnivoros, los viverridos, los mustelidos.

– ?Quien mas lo sabia entre ustedes? -pregunto Adamsberg.

Solo se levantaron las manos de Voisenet y Veyrenc.

– Voisenet lo entiendo, es usted zoologo. Pero usted, Veyrenc, ?de donde lo ha sacado?

– De mi abuelo. Cuando era joven, mataron un oso en el valle. Pasearon su cadaver de pueblo en pueblo. Mi abuelo conservo el hueso peneano. Decia que no habia que perderlo ni venderlo a ningun precio.

– ?Lo sigue teniendo?

– Si. Esta alli, en casa.

– ?Sabe por que era tan importante para el?

– Afirmaba que el hueso mantenia en pie la casa y a la familia protegida.

– ?Que tamano tiene el hueso peneano de un gato? -pregunto Mordent.

– Asi -dijo Danglard espaciando sus dedos entre dos y tres centimetros.

– Eso no aguanta una casa -dijo Justin.

– Es simbolico -dijo Mordent.

– Ya me lo imagino -dijo Justin.

Adamsberg sacudio la cabeza, sin apartar el pelo que le caia en los ojos.

– Pienso que ese hueso de gato tiene un valor mas preciso para quien lo extrajo. Pienso que se trata del principio viril.

– Valor contradictorio con el de las virgenes -objeto Mordent.

– Todo depende de lo que busque -dijo Voisenet.

– Busca la vida eterna -dijo Adamsberg-. Y ese es el movil.

– No entiendo -dijo Estalere tras un silencio.

Y, por una vez, lo que no entendia Estalere se correspondia con la incomprension de todos.

– En el mismo periodo de la mutilacion del gato -dijo Adamsberg-, se produce el robo de un relicario en la iglesia de Mesnil, a pocos kilometros de Opportune y de Villeneuve. Oswald tenia razon, es demasiado para una misma zona. Del relicario, el ladron solo se llevo cuatro huesos humanos de san Jeronimo, dejando alli uno de morro de cerdo y varios de carnero.

– Un conocedor -senalo Danglard-. No es facil reconocer un hueso de morro de cerdo.

– ?Tiene un hueso en el morro, el cerdo?

– Eso parece, Estalere.

– Como tampoco sabe cualquiera que el gato tiene un hueso peneano. Estamos, pues, ante una conocedora, efectivamente.

– No veo la relacion -dijo Froissy- entre las reliquias, el gato y las sepulturas. Salvo que en los tres casos hay huesos.

– Lo cual no esta nada mal -dijo Adamsberg-. Reliquias de santo, reliquias de macho, reliquias de virgenes. En el presbiterio de Mesnil, a dos pasos de san Jeronimo, hay un libro antiquisimo expuesto a la vista de todos, en que se encuentran estos tres elementos en una especie de receta de cocina.

– Mas bien una medicacion, un remedio -rectifico Danglard.

– ?Para que? -pregunto Mordent.

– Para fabricar la vida eterna, con montones de cosas. En casa del cura, el libro esta abierto por la pagina de la receta. Esta muy orgulloso, y pienso que debe de ensenarlo a todas sus visitas. Igual que el cura anterior, el padre Raymond. La receta debe de ser conocida hasta treinta parroquias a la redonda y desde hace generaciones.

– ?Y no en otro sitio?

– Si -dijo Danglard-. La obra es celebre, y sobre todo esa prescripcion. Se trata del De sanctis reliquis en edicion de 1663.

– No lo conozco -dijo Estalere.

Y lo que no conocia Estalere se correspondia con la ignorancia de todos.

– No me gustaria vivir eternamente -dijo Retancourt en voz baja.

– ?No? -dijo Veyrenc.

– Imagina que vivieramos eternamente. Solo nos quedaria tumbarnos en el suelo y aburrirnos a muerte.

– Alegremonos, senora,

el tiempo de la vida se esfuma cual verano,

pero es menos cruel que un mes de eternidad.

– Se puede decir asi -aprobo Retancourt.

– O sea que valdria la pena analizar el libro ese, ?no? -dijo Mordent.

– Asi lo creo -contesto Adamsberg-. Veyrenc recuerda el texto de la receta.

– De la medicacion -corrigio de nuevo Danglard.

– Digalo, Veyrenc, pero despacio.

– Remedio soberano para prolongar la

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