– Todo eso no cuadra con la apertura de una tumba -dijo-. La sangre, el sexo, el corazon, podian ser extraidos del cadaver todavia fresco de una virgen. Y no es lo que ha sucedido. En cuanto a sacar sangre o alguna parte vital tres meses despues de la muerte, es claramente imposible.
Danglard hizo una mueca. Se sentia a gusto con el cariz intelectual que habia tomado el debate, pero su contenido le daba asco. La sordida diseccion del remedio le volvia casi odioso el gran
– ?Que queda en la tumba que pueda interesar a nuestro angel? -pregunto Adamsberg.
– Las unas, el pelo -propuso Justin.
– Eso no la obligaba a matar a las mujeres. Podria haberlos conseguido en personas vivas.
– Quedan los huesos, en una tumba -sugirio Lamarre.
– ?Los huesos de la pelvis, por ejemplo? -aventuro Justin-. ?La copa de la fecundidad, que complementaria el «viril principio»?
– Eso estaria bien, Justin, si no fuera porque solo se abrieron las partes superiores de los ataudes, y porque la profanadora no extrajo ningun hueso, ni una lamina.
– Callejon sin salida. Lo intentamos con el resto del texto.
Veyrenc se puso en marcha, docil.
– …
– Eso, por lo menos, esta claro -dijo Mordent-,
– Si -dijo Danglard-. Los fragmentos supuestos de la Vera Cruz se vendieron por miles como reliquias sagradas. Calvino censa mas de los que podrian transportar trescientos hombres.
– Eso nos proporciona un buen angulo de tiro -dijo Adamsberg-. Que uno de vosotros busque si, desde que se fugo la enfermera, ha sido robado algun relicario con fragmentos de la Vera Cruz.
– De acuerdo -dijo Mercadet tomando nota.
Debido a su hipersomnia, las largas misiones de busqueda en ficheros se confiaban con frecuencia a Mercadet, a quien los trabajos de campo resultaban casi imposibles.
– Busquen tambien si practico en la zona de Mesnil-Beauchamp, quiza bajo un nombre distinto al de Clarisa Langevin y quiza mucho tiempo atras. Lleven su foto, ensenenla.
– De acuerdo -repitio Mercadet con la misma energia efimera.
– «Clarisa» -susurro Danglard al comisario- es su monja sanguinaria. La enfermera se llama Claire.
Adamsberg se volvio hacia Danglard, con la mirada incierta y asombrada.
– Si -dijo-. Es extrano que las haya confundido. Como dos gajos de una nuez encerrados en la misma vieja cascara.
Adamsberg hizo sena a Veyrenc de seguir.
– …
– Esto tambien es facil -dijo Danglard con voz segura-. Se trata del sector geografico, definido por el radio de influencia de las reliquias del santo. La unidad de lugar es lo que va a unir los diferentes componentes del remedio.
– ?Se considera que un santo tiene un radio de accion? ?Como una emisora?
– No esta escrito en ninguna parte, pero es la creencia comun. Si la gente se toma la molestia de desplazarse para hacer un peregrinaje, es en nombre de la idea de que, cuanto mas se aproxime uno al santo, mas fuerte es la influencia de este.
– O sea que tiene que recoger todos los ingredientes de la receta no muy lejos de Mesnil -dijo Voisenet.
– Es logico -dijo Danglard-. En la Edad Media, la compatibilidad de los elementos constitutivos era decisiva para hacer una pocima con exito. La cuestion del clima tambien cuenta en el equilibrio de las mezclas. Esta claro que un hueso de santo normando se asociara mas facilmente con un hueso de virgen normanda y de gato de la misma zona.
– De acuerdo -dijo Mordent-. ?Y luego, Veyrenc?
– …
– El vino -dijo Lamarre- es para que pase todo lo demas.
– Y tambien es la sangre.
– La sangre de Cristo, cerramos el circulo.
– ?Por que «del ano»?
– Porque en aquella epoca el vino no envejecia. Siempre era del ano. Es el equivalente de nuestro vino nuevo.
– ?Que queda?
– «Tiesta» en el sentido de «cabeza» -dijo Danglard-,
– La venceras -resumio Mordent-. Venceras a la muerte, supongo, la calavera.
– De modo -dijo Mercadet- que la homicida ha reunido todos los elementos: vivo de virgen, sea lo que sea eso, reliquias de santo, un hueso de gato. Quiza le falte un fragmento de la cruz. Y solo le queda esperar el vino nuevo y tragarse la pocima.
Se vaciaron varios vasos ante esta evocacion, que parecia concluir el coloquio. Pero Adamsberg no se movio, y nadie se atrevio a irse. No se sabia si el comisario se preparaba para dormir, con la mejilla calada en la mano, o si iba a levantar la sesion. Danglard estaba a punto de rozarlo con el codo cuando volvio a la superficie, como una esponja.
– Pienso que va a asesinar a otra mujer -dijo sin despegar la mejilla de la mano-. Pienso que deberiamos tomar cafe.
XXXIII