Por tres. Debemos prestar atencion a eso.

– Es la dosificacion -dijo Danglard-. Tres pizcas de huesos molidos de santo y, por tanto, tres de hueso peneano, tres de madera de la Vera Cruz y tres del principio de la virgen.

– No lo creo, comandante. Ya tenemos dos virgenes desenterradas. Sea lo que sea lo que la asesina haya querido extraerles, parece que una sola habria bastado ampliamente para obtener tres pizcas. Asimismo, habria bastado escribir en cantidades iguales. Pero la receta indica por tres.

– Tres pizcas, efectivamente.

– No, tres doncellas. Tres pizcas de tres doncellas.

– No hay que buscar este tipo de logica. Es a la vez una receta y una especie de poema.

– No -dijo Adamsberg-. El que el lenguaje nos parezca complejo no implica que sea poetico. Al fin y al cabo es un viejo libro de recetas, y nada mas.

– Es verdad -dijo Danglard, aunque un tanto chocado por la desenvoltura con que Adamsberg trataba el De reliquis-. Es un simple tratado de medicaciones. Su fin no es ser criptico, sino ser entendido.

– Pues le ha salido el tiro por la culata -opino Justin.

– No del todo -dijo Adamsberg-. Se trata simplemente de no saltarse ni una palabra. En esta mixtura macabra, como en cualquier receta de cocina, cada palabra cuenta. Presentadas por tres. Ahi esta el peligro. Ahi esta nuestro trabajo.

– ?Donde? -pregunto Estalere.

– Con la tercera virgen.

– Es muy posible -reconocio Danglard.

– Vamos a buscarla -dijo Adamsberg.

– ?Si? -pregunto Mercadet levantando la cabeza.

El teniente Mercadet tomaba una multitud de notas, como siempre que estaba bien despierto y aprovechaba para compensar sus carencias con una diligencia intensiva.

– Primero vamos a averiguar si una virgen de la Alta Normandia ha sido asesinada recientemente por aparente accidente.

– ?En cuanto estimamos la zona de accion del santo? -pregunto Retancourt.

– Lo mejor seria centrarse en un radio de cincuenta kilometros alrededor de Mesnil-Beauchamp.

– Siete mil ochocientos cincuenta kilometros cuadrados -calculo rapidamente Mercadet-. ?Cual seria la edad de la victima?

– Simbolicamente -respondio Danglard-, podriamos apostar por una edad minima de veinticinco anos. Es la edad de santa Catalina, la edad en que puede empezar una virginidad adulta. Podriamos limitarla a los cuarenta anos. Pasada esa edad, hombres y mujeres eran considerados ancianos.

– Es demasiado amplio -dijo Adamsberg-. Debemos avanzar mas deprisa. Nos centramos en un primer tiempo en la edad de las dos primeras victimas: entre treinta y cuarenta anos. ?Lo que nos daria aproximadamente cuantas mujeres, Mercadet?

Dejaron al teniente calcular en silencio unos instantes, rodeado de sus tazas de cafe presentadas por tres. Lastima, penso Adamsberg, que Mercadet se quede dormido cada dos por tres. Tiene un cerebro extraordinario, sobre todo para los numeros y las listas.

– Muy grosso modo, yo diria entre ciento veinte y doscientas cincuenta mujeres posiblemente virgenes.

– Sigue siendo demasiado -dijo Adamsberg mordiendose el labio-. Hay que restringir el territorio. Nos marcamos un radio de veinte kilometros alrededor de Mesnil. ?Cuanto nos da?

– Entre cuarenta y ochenta mujeres -dijo Mercadet con presteza.

– ?Y como vamos a localizar a esas cuarenta virgenes? -pregunto con sequedad Retancourt-. No es un delito que figure en el registro de antecedentes penales.

Virgen, penso fugazmente el comisario lanzando una mirada a la oronda y bonita teniente. Retancourt mantenia su vida en secreto, hermeticamente protegida de toda inquisicion. Ese coloquio puntilloso sobre las mujeres intactas la exasperaba quiza.

– Consultaremos a los curas -dijo Adamsberg-. Empiecen por el de Mesnil. Dense prisa, todos. Hagan horas extra si es necesario.

– Comisario -dijo Gardon-, no creo que haya urgencia. Pascaline y Elisabeth fueron asesinadas hace tres meses y medio y cuatro meses. La tercera virgen esta probablemente muerta.

– No lo creo -dijo Adamsberg levantando la mirada hacia el techo-. Por el vino nuevo, que es el excipiente final de la mezcla. El vino en que se mezclen todos los ingredientes sera, pues, el de noviembre.

– O el de octubre -puntualizo Danglard-. Antiguamente se sacaba el primer vino antes que ahora.

– Entendido -dijo Mordent-. ?Que mas?

– Segun lo que nos ha dicho Danglard -intervino Adamsberg-, hay que respetar equilibrios armoniosos para que el brebaje sea eficaz. Si yo tuviera que hacer esa mixtura, organizaria un escalonamiento temporal regular entre los diversos ingredientes, de modo que no haya un corte demasiado largo. Como una carrera de relevos, en cierto modo.

– Es incluso obligatorio -dijo Danglard royendo el lapiz-. Lo heterogeneo, la ruptura, era una obsesion medieval. Traia mala suerte. Sea cual sea la linea, real o abstracta, nunca debe interrumpirse o romperse. Para todo hay que seguir un desarrollo continuo y ordenado, en linea recta y sin sacudidas.

– Ahora bien -prosiguio Adamsberg-, la escabechina del gato y el robo de las reliquias tuvieron lugar tres meses antes de la muerte de Pascaline. Los vivos de las virgenes fueron recogidos tres meses despues de su muerte. Tres, como el numero de pizcas, tres como el numero de virgenes, tres como los meses que dura una estacion. O sea que el ultimo vivo sera recogido tres meses antes del vino nuevo, o justo antes.

Y la virgen sera asesinada tres meses antes.

Adamsberg se interrumpio y conto con los dedos varias veces.

– Por lo tanto es muy probable que esa mujer todavia este viva, pero que su muerte este programada en una fecha incierta entre abril y junio. Y estamos a 25 de marzo.

Dentro de tres meses, dentro de quince dias, o dentro de una noche. En silencio, cada cual calibraba la urgencia y la imposibilidad de la mision. Porque, suponiendo que lograran establecer una lista de las mujeres virgenes en el circulo trazado alrededor de Mesnil, ?como sabrian cual habia elegido el angel de la muerte? ?Y como la protegerian?

– Al fin y al cabo, no es mas que una gran especulacion -dijo Voisenet con un estremecimiento de todo su cuerpo, como si se despertara al final de una pelicula, dejando bruscamente de creerse una ficcion por la que se hubiera dejado llevar. Como todo lo demas.

– Es solo eso -dijo Adamsberg.

Un aleteo, entre cielo y tierra, penso Danglard, inquieto.

XXXIV

La duracion del coloquio habia retrasado a Adamsberg, y tuvo que coger el coche para ir al taller de Camille. No contaria a Tom la historia de la enfermera y de la espantosa mixtura. La vida eterna, penso mientras aparcaba bajo la lluvia. La omnipotencia. La receta del De reliquis parecia ridicula, una autentica broma que enfervorecia a la humanidad entera desde sus primeros pasos en esa cosmica nada que tanto aterraba a Danglard. Una broma asesina por la cual los hombres habian edificado sus creencias y se mataban unos a otros sin tregua. La enfermera no habia buscado otra cosa, en el fondo, a lo largo de toda su vida. Poder decidir la vida o la muerte de los seres, disponer de las existencias a su antojo, eso ya era ser diosa y tejer la tela de los destinos. Ahora se ocupaba del suyo. Ella, que habia reinado en las vidas de los demas, no podia dejar que la alcanzara la muerte como a una vieja vulgar y corriente. Su inmenso poder sobre la vida y la muerte iba a usarlo para ella misma, conquistando la potencia de los inmortales, llegando a su verdadero

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