trono, desde donde proseguiria su obra fatal. Habia llegado a los setenta y cinco anos, era la hora, despues de que el ciclo de la juventud hubiera pasado cinco veces. Era la hora, y lo sabia desde siempre. Sus victimas estaban previstas desde hacia tiempo, las fechas y los modos regulados hasta el menor detalle. La mujer era meticulosa, el plan iba ejecutandose paso a paso, sin azar. No eran meses de adelanto lo que llevaba respecto a la policia, sino probablemente diez o quince anos. La tercera virgen estaba condenada de antemano. Y Adamsberg no veia como el, con sus veintisiete agentes, ni con cien, podria contener el avance inexorable de la Sombra.

No, contaria a Tom la continuacion de la historia del bucardo.

Adamsberg subio los siete pisos y llamo con diez minutos de retraso.

– Si te acuerdas, ponle gotas en la nariz -dijo Camille pasandole un frasco.

– Claro que me acordare -dijo Adamsberg metiendose el frasco en el bolsillo-. Vamos, corre. Que toques bien.

– Si.

Elemental conversacion de colegas. Adamsberg se puso a Tom en el vientre y se tumbo en la cama.

– ?Recuerdas por donde ibamos? ?Te acuerdas de ese bucardo bueno, a quien le gustaban mucho los pajaros, pero que no queria que el otro bucardo colorado viniera a provocarlo en su trozo de montana? Pues vino igualmente. Se acerco, y sus grandes cuernos barrian el espacio. Y le dijo: «Tu me jodiste a base de bien cuando era crio, y lo vas a lamentar, chaval». «Son bromas», respondio el bucardo pardo, «son historias de ninos. Vuelve a tu casa y dejame en paz». Pero el bucardo colorado no quiso saber nada. Porque habia venido de muy lejos para vengarse del bucardo pardo.

Adamsberg hizo una pausa, y el nino senalo, con un movimiento del pie, que no dormia.

– Entonces, el bucardo que habia viajado mucho le dijo: «Pobre idiota, te arrebatare la tierra, te arrebatare el trabajo». Entonces, un rebeco muy sabio que pasaba por alli y que habia leido todos los libros dijo al bucardo pardo: «Ten cuidado con ese, que ya ha matado dos bucardos y va por ti». «No quiero escucharte», dijo el bucardo pardo al rebeco sabio, «estas perdiendo la cabeza, estas celoso». Pero nuestro bucardo pardo no las tenia todas consigo. Porque el colorado era muy listo, y bastante apuesto. El pardo decidio encerrar al colorado en un parafuegos y ponerse a reflexionar en serio. Dicho y hecho. Para lo del parafuegos, todo fue bien. Pero el bucardo pardo tenia un defecto, no sabia reflexionar en serio.

Por el peso del nino, Adamsberg supo que Tom se habia quedado dormido. Le puso una mano en la cabeza, cerro los ojos, aspiro su olor a jabon, a leche, a sudor.

– ?Tu madre te perfuma? -susurro Adamsberg-. Es una tonteria, no hay que perfumar a los bebes.

No, el olor delicado no venia de Tom. Venia de la cama. Adamsberg dilato las fosas nasales en la oscuridad, como el bucardo pardo en estado de alerta. Conocia ese perfume. No era el de Camille.

Se levanto con mucha suavidad y dejo a Tom en su cama. Camino por la habitacion, nariz avizor. El perfume era localizado, habitaba las sabanas. Un hombre, maldita sea, un hombre se habia acostado alli, dejando su olor.

?Y que?, penso encendiendo la luz. ?En cuantas camas de cuantas mujeres te has metido antes de que Camille se volviera colega? Levanto las sabanas de golpe, como si conocer mejor al intruso pudiera sofocar su descontento. Luego se sento en la cama deshecha e inspiro a fondo. Todo eso no tenia importancia. Un hombre mas o menos, ?que mas daba? Nada grave. No habia motivo para enfadarse. Las torsiones del alma a la Veyrenc no eran para el. Adamsberg las sabia efimeras, esperaba a que pasaran, mientras el se retiraba a sus refugios privados, alli donde nada ni nadie podia alcanzarlo.

Con gesto pausado, volvio a colocar las sabanas, las estiro pulcramente por ambos lados, aliso las almohadas con la palma de la mano, sin saber muy bien si con ello borraba al hombre o su colera ya pasada. Encontro unos pelos que examino bajo la lampara. Pelos cortos, pelos de hombre. Dos negros y uno rojo. Cerro los dedos brutalmente.

Con la respiracion agitada, fue de una pared a otra, mientras las imagenes de Veyrenc se precipitaban a raudales en su cabeza. Un torrente de barro en que veia desfilar sin orden el careto del teniente visto desde todos los angulos, sentado en ese puto cuchitril, careto silencioso, careto provocador, careto versificante, careto obstinado como un bearnes. Puto cabron de bearnes. Danglard tenia razon, el montanes era peligroso, habia atraido a Camille a su onda. Habia venido para vengarse y habia empezado alli, en la cama.

Thomas lanzo un grito en suenos, y Adamsberg le puso una mano en la cabeza.

– Es el bucardo colorado, hijo -susurro-. Ha atacado y se ha llevado la mujer del otro. Y es la guerra, Tom.

Adamsberg permanecio inmovil durante dos horas, sentado junto a la cama de su hijo, hasta el regreso de Camille. Se despidio rapidamente, apenas colega, rayando la descortesia, y se fue bajo la lluvia.

Una vez al volante, repaso su plan. Nada que reprochar, todo silencio y todo eficacia. A cabron, cabron y medio. Miro sus relojes a la luz cenital del coche y asintio. Manana, a las cinco de la tarde, su dispositivo estaria preparado.

XXXV

La teniente Froissy, discreta, silenciosa y dulce hasta el anonimato, rostro bastante banal para un cuerpo tan llamativo, tenia tres particularidades visibles. Por una parte, devoraba desde la manana hasta la noche sin engordar, por otra parte, practicaba la acuarela, unica fantasia que se le conoci.

Adamsberg, que llenaba libretas enteras de dibujos durante los coloquios, tardo mas de un ano en interesarse por las obritas de Froissy. Una noche de la primavera anterior, habia hurgado en el armario de la teniente en busca de comida. El despacho de Froissy estaba considerado por todos como una reserva alimentaria de seguridad, donde podia encontrarse gran variedad de productos -fruta fresca, frutos secos, galletas, lacteos, cereales, pate de campana, lukums- siempre disponible en caso de hambre imprevista. Froissy no ignoraba esas incursiones y proveia en consecuencia. En su busqueda, Adamsberg se habia interrumpido para hojear un paquete de acuarelas, descubriendo la negrura de los temas y de los colores, siluetas desoladas y paisajes descorazonadores bajo cielos sin salida. Desde entonces, a veces intercambiaban sin decirse nada unos dibujos de un despacho a otro, metidos en algun informe. Como tercera caracteristica, Froissy, diplomada en electronica, habia trabajado ocho anos en los servicios de emision-recepcion, o sea en las escuchas, llevando a cabo autenticas hazanas de velocidad y eficacia.

Se reunio con Adamsberg a las siete de la manana, a la hora de la apertura del pequeno bar un poco cutre que habia en frente de la Brasserie des Philosophes. Opulenta y burguesa, la Brasserie no abria el ojo hasta las nueve de la manana; en cambio, el cafe proletario levantaba la persiana al alba. Los cruasanes acababan de llegar en una caja, sobre la barra, y Froissy aprovecho para un segundo desayuno.

– La operacion es ilegal, evidentemente -dijo Froissy.

– Esta claro.

Froissy torcia el gesto, dejando que su cruasan se ablandara en la taza de te.

– Tengo que saber mas -dijo.

– Froissy, no puedo arriesgarme a que se introduzca una oveja negra en la Brigada.

– ?Para hacer que?

– Eso es lo que no puedo decirle. Si me equivoco, lo olvidamos y usted no sabra nada.

– Solo que habre puesto micros sin saber por que. Veyrenc vive solo. ?Que espera captar escuchandolo?

– Sus conversaciones telefonicas.

– ?Y que? Si planea algo, no lo contara por telefono.

– Si planea algo, se trata de algo extremadamente grave.

– Razon de mas para que se calle.

– Razon de menos. Esta usted pasando por alto la regla de oro del secreto.

– ?Es decir? -pregunto Helene recogiendo las migas de cruasan en la palma de la mano para dejar la mesa bien limpia.

– Una persona que tiene un secreto, un secreto tan importante que ha jurado por todos sus santos o por la cabeza de su madre no confiarlo nunca a nadie, lo dice obligatoriamente a otra persona.

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