inutilmente. Asimismo, nada decia que la tercera virgen tuviera que ser asesinada entre tres y seis meses antes de que saliera el vino nuevo. Todo eso, de hilo tenue a razonamiento improbable, formaba un edificio sin pies ni cabeza, mas fabuloso que realista.
Dia a dia, una revuelta inedita y rumorosa sublevaba la atmosfera de la Brigada, ganando nuevos adeptos a medida que pasaban las horas y ascendia el cansancio. Se recordaba la brutal caida en desgracia de Noel, de quien no se tenian noticias. Caida en desgracia por otra parte incomprensible teniendo en cuenta lo desagradable que se mostraba Adamsberg con el Nuevo, evitandolo tanto como podia. Se murmuraba que el comisario no se habia repuesto del drama quebeques ni de su ruptura con Camille, ni de la muerte de su padre, ni del nacimiento de su hijo, que lo relegaba bruscamente al rango de los viejos. Se recordo los guijarros depositados en cada una de las mesas, y uno de los hombres aventuro la suposicion de que Adamsberg estaba entregandose al misticismo. Y de que, al derrapar en su propio barro, hacia descarrilar toda la investigacion y a sus hombres con el.
Ese descontento no habria pasado de la habitual rabieta si el comportamiento de Adamsberg hubiera seguido igual. Pero, desde el dia siguiente al del Coloquio de las Tres Virgenes, el comisario se habia vuelto inaccesible, impartiendo ordenes secas y tristes, sin poner el pie en la sala del Concilio. Era como si su agua hubiera quedado trabada en hielo. La rebelion reactivaba la polemica de fondo entre positivistas y paleadores de nubes, disminuyendo los efectivos de paleadores debido a la distante frialdad de Adamsberg.
Dos dias antes, una severa discusion habia radicalizado los antagonismos, sobre si si abandonaban o no esas putas reliquias y todo ese rollo de los restos.
Mercadet, Kernorkian, Maurel, Lamarre, Gardon, y por supuesto, Estalere, hacian pina en torno al comisario, que no parecia preocupado por el motin que agitaba su brigada. Danglard, imperioso, aguantaba mecha en el puente, pese a ser de los primeros en dudar de la opcion de Adamsberg. Pero, frente a la sedicion, habria preferido dejar que lo hicieran picadillo antes que admitirlo, y defendia con ardor y sin creer en ella la tesis del
Muy curiosamente, Retancourt, una de las positivistas mas acerrimas de la Brigada, se mostraba indiferente a esa polemica, como un vigilante curado de espanto en medio del tumulto de un patio de recreo. Concentrada, mas silenciosa de lo habitual, Retancourt parecia absorta en un problema que solo ella conocia. Ese dia, ni siquiera habia aparecido por la Brigada. Alarmado por el enigma, Danglard habia preguntado a Estalere, considerado como el mejor especialista en la diosa polivalente.
– Esta convirtiendo toda su energia de golpe -diagnostico Estalere-. No queda ni una miga para nosotros, y apenas para el gato.
– ?En que, segun su opinion?
– No es un esfuerzo administrativo, ni familiar, ni fisico. Ni tecnico -enumero Estalere, tratando de eliminar parametros-. Creo que debe de ser, como decirlo…
Estalere se senalo la frente.
– Intelectual -propuso Danglard.
– Si -dijo Estalere-. Es una reflexion. Algo la intriga.
Adamsberg era en realidad muy consciente del clima que imponia en la Brigada y trataba de controlarse. Pero las escuchas de Veyrenc le habian afectado gravemente, y le costaba restablecer el equilibrio. Esas escuchas no habian hecho avanzar ni un apice su investigacion sobre la guerra de los dos valles, ni sobre la muerte de Fernand y del Gordo Georges. Veyrenc solo llamaba a algunos parientes y amigas, sin comentar nada sobre su vida en la Brigada. En cambio, y por dos veces, Adamsberg habia captado en directo el acoplamiento Veyrenc-Camille, y habia quedado aplastado por el peso de esos dos cuerpos, herido por la impudicia de la realidad cuando la realidad es la de los demas. Y lo lamentaba. Los amores de Veyrenc y Camille no solo no le permitian irrumpir en su danza y dirigirla, sino que lo apartaban lejos de ellos. El no existia en esa habitacion, ese espacio no era el suyo. Habia entrado como un pirata y debia volver a salir. Ese sentimiento decepcionante de que un lugar inaccesible solo pertenecia a Camille y no tenia nada que ver con el empezaba a sustituir su rabia. Solo le quedaba regresar a sus propias tierras, regresar exhausto y sucio, dotado de recuerdos que tendria que disolver. Habia caminado mucho tiempo bajo los gritos de las aves para comprender que debia dejar de asediar los muros de un objetivo imaginario.
Mas en forma, y como recuperandose de una fiebre que lo hubiera dejado dolorido, cruzo la sala del Concilio y miro el mapa que acababa de completar Justin. Al entrar el, Veyrenc se habia contraido inmediatamente en postura defensiva.
– Veintinueve -dijo Adamsberg contando los alfileres rojos.
– No lo conseguiremos -dijo Danglard-. Hay que introducir otro parametro para restringir mas el campo.
– El modo de vida -sugirio Maurel-. Las que viven con algun pariente, un hermano, una tia, son menos accesibles para un asesino.
– No -dijo Danglard-, Elisabeth murio de camino a su trabajo.
– ?Y la Vera Cruz? ?Que resultados hay? -pregunto Adamsberg en voz bastante baja, como si se hubiera pasado ocho dias tosiendo.
– Ni una sola reliquia en toda la Alta Normandia -respondio Mercadet-. Y ni un robo de este tipo en rodo el periodo considerado. El ultimo trafico observado fue el de las reliquias de san Demetrio de Salonica, hace ciento cincuenta anos.
– ?Y el angel de la muerte? ?Ha sido vista en la zona?
– Hay una posibilidad -dijo Gardon-. Pero solo tenemos cuatro testimonios. Una enfermera que hacia visitas a domicilio se instalo en Vecquigny hace seis anos. Esta a trece kilometros de Mesnil, al nordeste. La descripcion es muy vaga. Una mujer de entre sesenta y setenta anos, bajita, tranquila, bastante habladora. Podria ser ella como podria ser cualquiera. La recuerdan en Mesnil, Vecquigny y Meilleres. Ejercio aproximadamente un ano.
– O sea lo suficiente para informarse. ?Se sabe por que se fue?
– No.
– Abandonemos -dijo Justin, que durante la rebelion se habia pasado al clan de los positivistas.
– ?Que, teniente? -pregunto Adamsberg con voz lejana.
– Todo. El libro, el gato, la tercera virgen, los restos, rodo ese rollo. No son mas que chorradas.
– Ya no necesito hombres en este caso -dijo Adamsberg sentandose en medio de la sala, en el centro de todas las miradas-. Tenemos todos los datos, ya no se puede hacer mas ni en documentacion ni sobre el terreno.
– Entonces ?como? -pregunto Gardon sin perder del todo la esperanza.
– Intelectualmente -aventuro Estalere, entrando en liza sin prudencia.
– ?Tu, Estalere, lo vas a resolver intelectualmente? -pregunto Mordent.
– Los que quieran abandonar el caso, que lo hagan -reanudo Adamsberg con el mismo tono desprendido-. Es mas, hacen falta agentes para la muerte de la calle Miromesnil y la reyerta de Alesia. Y una investigacion sobre el envenenamiento colectivo en la residencia de ancianos de Auteuil. Llevamos retraso en todos los expedientes.
– Creo que Justin tiene razon -dijo Mordent con tono comedido-. Creo que estamos siguiendo una pista equivocada, comisario. En el fondo, bien mirado, todo parte de un gato torturado por unos crios.
– De un hueso peneano arrancado a un gato -dijo Kernorkian en defensa de la tesis del comisario.
– No creo en la tercera virgen -dijo Mordent.
– Yo no creo ni en la primera -dijo Justin sombrio.
– Pero bueno, joder -dijo Lamarre-, Elisabeth esta muerta.
– Me referia a la Virgen Maria.
– Los dejo -dijo Adamsberg poniendose la chaqueta-. Pero la tercera virgen existe en alguna parte, estara tomandose un cafetito, y no pienso dejarla morir.
– ?Que cafetito? -pregunto Estalere cuando Adamsberg ya habia salido de la sala del Concilio.
– No es nada -dijo Mordent-. Es su manera de decir que vive su vida.
XXXVIII