Francine odiaba las antiguallas, siempre sucias y nunca derechas. Solo se sentia tranquila en el universo inmaculado de la farmacia, donde cuidaba, lavaba, guardaba. Pero no le gustaba volver a la vieja casa paterna, siempre sucia y nunca derecha. Cuando aun vivia, Honore Bidault no habria tolerado ninguna reforma; pero ahora ?que importancia tenia? Francine llevaba dos anos rumiando su proyecto de mudanza, lejos de la vieja granja campestre, a un piso nuevo y urbano. Lo dejaria todo alli, los jarros, las cacerolas torcidas, los armarios altos, todo.

Las ocho y media de la tarde era el mejor momento del dia. Habia acabado de lavar los platos, habia cerrado la bolsa de la basura con doble nudo y la habia sacado al umbral de la entrada. Las basuras atraen cantidad de bichos, era mejor no dejarlas en casa por la noche. Controlo el estado de la cocina, siempre con aprension, temiendo descubrir un raton, un insecto rampante o volador, una arana, una larva, un liron, la casa estaba llena de todas esas asquerosidades, que entraban y salian como Pedro por la suya, y no habia manera de desembarazarse de ellas, debido al campo circundante, debido al desvan de arriba, debido al sotano de abajo. El unico bunker que habia logrado proteger casi por completo de las intrusiones era su habitacion. Habia pasado meses obturando la chimenea, tapando con cemento todas las grietas de las paredes, los resquicios bajo las ventanas y las puertas, y habia elevado su cama sobre unos ladrillos. Preferia no ventilar a dejar que penetrara cualquier cosa en ese cuarto mientras dormia. Pero no habia nada que hacer para eliminar la carcoma que, durante toda la noche, se adentraba en la madera de las viejas vigas. Cada dia, antes de acostarse, Francine miraba los agujeritos que habia encima de su cama, temiendo ver aparecer la cabeza de una larva de carcoma. No tenia ni idea de que aspecto podia tener esa porqueria de carcoma: ?de gusano?, ?de ciempies?, ?de tijereta? Y todas las mananas tenia que sacudir con mano asqueada el polvillo de madera que habia caido sobre su manta.

Francine se sirvio cafe caliente en un tazon, anadio un terron de azucar y dos tapones de ron. El mejor momento del dia. Luego se llevaba la taza a la habitacion, con la petaca de ron, y veia dos peliculas seguidas. Su coleccion de ochocientas doce peliculas, etiquetadas y clasificadas, estaba guardada en la otra habitacion, la de su padre y, tarde o temprano, la humedad las estropearia.

Se habia decidido a abandonar la granja el dia en que un carpintero paso a inspeccionar las vigas, cinco meses despues de morir su padre. Y en los cabrios habia detectado agujeros de algavaro. Siete. Agujeros enormes, inimaginables, grandes como el menique. Si se aguza el oido, se los puede oir horadando la madera, habia dicho el especialista riendose.

Hay que tratarla, habia decretado el hombre. Pero en cuanto vio el tamano de las perforaciones del algavaro, Francine tomo su decision. Se iria. A veces se preguntaba con asco que aspecto podia tener un algavaro. ?De gusano gordo? ?Una especie de escarabajo dotado de taladro?

A la una de la madrugada, Francine examino los agujeros de carcoma, comprobo, gracias a puntos fijos de referencia, que no se habian extendido demasiado en la viga, y apago la luz, con la esperanza de no oir el jadeo de un erizo fuera. No le gustaba ese ruido, parecia un ser humano resollando en la noche. Se puso boca abajo, se tapo la cabeza con las mantas dejando solo una pequena ventilacion para colocar alli su nariz.

Con treinta y cinco anos, te comportas como una nina, Francine, le habia dicho el cura. ?Y que? En dos meses dejaria de ver esa casa y al cura de Otton. No pasaria ni un verano mas alli. En verano era peor todavia, con las grandes polillas que entraban -pero ?por donde demonios?- y embestian con sus cuerpos repugnantes las pantallas de las lamparas, con los abejorros, las moscas, los tabanos, las camadas de roedores y los abujes. Se decia que las larvas de los abujes cavaban pequenos orificios en la piel para poner sus huevos.

Para dormirse, Francine retomo su cuenta de los dias que la separaban de su partida, el uno de junio. Le habian dicho una y otra vez que hacia mal negocio trocando su inmensa granja del siglo XVIII por un piso de dos habitaciones con balcon en Evreux. Pero, para Francine, era el mejor negocio de su vida. En dos meses, estaria a salvo, con sus ochocientas doce peliculas, en un piso limpio y blanco, a sesenta metros de la farmacia. Estaria sentada en un cojin nuevo, azul, sobre el linoleo nuevo, delante de la television, con su cafe con ron, sin la menor carcoma para aterrorizarla. Ya solo dos meses. Tendria una cama alta, separada de la pared, con una escalera barnizada para subir. Tendria sabanas de colores pastel que siempre estarian limpias, sin que las moscas vinieran a defecar encima. Nina o no, por fin estaria bien. Francine se contrajo al calor de la capa de mantas y se metio el dedo en el oido. No queria oir el erizo.

XXXIX

Apenas hubo cerrado la puerta de la casa, Adamsberg corrio a ducharse. Se lavo el pelo frotando con fuerza, se apoyo en la pared alicatada y dejo correr el agua tibia con los ojos cerrados y los brazos colgando. De tanto estar metido en el rio, decia su madre, acabaras destenido, te volveras blanco.

La imagen de Ariane atraveso su mente, estimulante. Buena idea, penso mientras cerraba los grifos. Podria invitarla a cenar, y ya se veria si si o si no. Se seco a toda prisa, se puso la ropa con la piel todavia humeda y paso delante de su mesa de escucha, instalada al pie de su cama.

Manana pediria a Froissy que viniera a desconectar esa maquina infernal llevandose en sus cables a ese cabronazo de bearnes con sonrisa ladeada. Cogio la pila de grabaciones de Veyrenc y rompio los discos uno tras otro, proyectando esquirlas brillantes por toda la habitacion. Lo reunio todo en una bolsa que cerro con fuerza. Luego comio sardinas, tomates y queso y, de este modo saciado y purificado, decidio llamar a Camille como prueba de su buena voluntad y preguntarle por el resfriado de Tom.

Comunicaba. Se sento en el borde de la cama, masticando el resto del pan, y volvio a intentarlo a los diez minutos. Comunicaba. Quiza este charlando con Veyrenc. La mesa de escucha, que emitia un parpadeo rojo regular, le ofrecia una ultima tentacion. Acciono el boton con gesto brusco.

Nada, salvo el ruido de la television. Adamsberg subio el volumen. Veyrenc escuchaba un debate sobre los celos, ironias del destino, mientras pasaba el aspirador por su estudio. Oir ese programa en su casa, desde el televisor de Veyrenc y en su compania indirecta, le parecio un tanto pernicioso. Un psiquiatra estaba exponiendo las causas y efectos de la compulsion posesiva, y Adamsberg se tumbo sobre su cama, aliviado de comprobar que, pese a su reciente bandazo, no presentaba ninguno de los sintomas descritos.

Los gritos lo despertaron instantaneamente. Se levanto de golpe para ir a apagar esa television que vociferaba en su habitacion.

– Ni se te ocurra moverte, mamonazo.

Adamsberg dio tres pasos hasta el extremo del cuarto, ya rectificado el error. No era la television, sino la emisora, que le transmitia una pelicula en directo desde el estudio de Veyrenc. Busco el boton con mano adormilada y suspendio el gesto al oir la voz del teniente contestando al protagonista.

Y la voz de Veyrenc era demasiado peculiar para salir de un televisor. Adamsberg miro sus relojes, casi las dos de la madrugada. Veyrenc tenia una visita nocturna.

– ?Tienes cachorra?

– Mi arma de servicio.

– ?Donde?

– En la silla.

– Nos la llevamos, ?te parece?

– ?Eso es lo que quereis? ?Armas?

– ?A ti que te parece?

– No me parece

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