– Lo esta llamando -repitio Justin.
Todavia de rodillas, Adamsberg se aparto para dejar sitio al medico.
– Esta muerta -dijo-, y no esta muerta.
– O lo uno o lo otro, comisario -dijo Lavoisier abriendo su maletin-. No veo nada.
– Linternas -pidio Adamsberg.
El grupo se aproximaba poco a poco, encabezado por Mordent y Danglard con sus linternas.
– Aun esta tibia -dijo el medico tras una rapida palpacion-. Ha fallecido hace menos de una hora. No encuentro el pulso.
– Vive -afirmo Adamsberg.
– Un segundo, caballero, no se ponga nervioso -dijo el medico sacando un espejo que coloco delante de la boca de Retancourt.
– Visto -anadio tras largos segundos-. Traigan la camilla, esta viva. No se como, pero esta viva. Estado paraletal, hipotermia, nunca habia visto una cosa asi en mi vida.
– ?Visto que? -pregunto Adamsberg-. ?Que le pasa?
– Las funciones metabolicas estan al minimo -dijo el medico prosiguiendo su examen-. Pies y manos helados, la circulacion va lenta, los intestinos estan vacios, los ojos en blanco.
El medico le remango el jersey para examinar los brazos.
– Hasta los brazos estan ya frios.
– ?Coma?
– No. Letargia mas aca del umbral vital. Puede morir de un momento a otro, con todo lo que le han inyectado.
– ?Que? -pregunto Adamsberg cuyas manos se aferraban al grueso brazo de Retancourt.
– Por lo que puedo ver, una dosis de calmantes como para matar a diez caballos, en vena.
– La jeringuilla -susurro Voisenet entre dientes.
– Previamente habia sido brutalmente noqueada -dijo el medico hurgando en la cabellera-. Posible traumatismo craneal. La ataron con fuerza, en los tobillos y en las manos, la cuerda se le ha clavado en la piel. Pienso que fue aqui donde le administraron el veneno. Deberia haber muerto al cabo de una hora, pero, por la deshidratacion y las excreciones, lleva seis o siete dias resistiendo. No es normal, reconozco que no me cabe en la cabeza.
– Ella no es normal, doctor.
– Lavoisier, como Lavoisier -dijo mecanicamente el medico-. Ya me habia fijado, comisario, pero su tamano y su peso no tienen nada que ver. No se como, su organismo ha luchado contra el envenenamiento, el hambre y el frio.
Los camilleros dejaron las angarillas en el suelo, tratando de hacer rodar a Retancourt.
– Con cuidado -dijo Lavoisier-. No la hagan respirar demasiado fuerte, eso podria ser fatal. Pasenle correas por debajo y arrastrenla centimetro a centimetro. Y usted sueltela, haga el favor -anadio mirando a Adamsberg.
Adamsberg desprendio sus manos del brazo de Retancourt y mando a sus hombres retroceder por el pasillo.
– Es una conversion de energia -recito Estalere, que seguia con la mirada el lento desplazamiento del cuerpo orondo-. Ha convertido su energia contra la invasion del narcotico.
– Se puede ver asi. No lo sabremos nunca.
– Carguen la camilla en el helicoptero -ordeno Lavoisier-. Hay que ganar tiempo.
– ?Donde la llevan?
– A Dourdan.
– Kernorkian y Voisenet, ocupense de encontrar hotel para todos -dijo Adamsberg-. Peinaremos la nave manana. No pueden no haber dejado huellas en este polvo peguntoso.
– No habia ninguna en el pasillo -dijo Kernorkian-, aparte de las del gato.
– Eso es que habran llegado por el otro lado. Lamarre y Justin se quedan aqui para vigilar los accesos hasta que vengan los agentes de Dourdan a relevarlos.
– ?Donde esta el gato? -pregunto Estalere.
– En la camilla. Cojalo, cabo. Pongalo en pie.
– Hay un muy buen restaurante en Dourdan -dijo tranquilamente Froissy-, La Rose des Vents. Con vigas de madera y velas, especializado en marisco, carta de vinos de primera, lubina salvaje a la sal, segun la pesca del dia. Pero es caro, evidentemente.
Los hombres se volvieron hacia su discreta colega, siempre estupefactos de que Froissy solo pensara en comer, incluso cuando uno de los suyos agonizaba. Fuera, el fragor del helicoptero anunciaba el despegue inminente de Retancourt. El medico pensaba que no volveria del limbo, Adamsberg lo habia leido en sus ojos.
Adamsberg recorrio los rostros extenuados que las linternas emblanquecian. La perspectiva incongruente de una cena de lujo en un sitio refinado les parecia tan inaccesible como deseable, alojada en otra vida, efimera pompa en que el artificio tendria el poder de suspender el horror.
– De acuerdo, Froissy -dijo-. Nos vemos todos alli, en La Rose des Vents. Venga, doctor, nos vamos con Retancourt.
– Lavoisier, como Lavoisier simple y llanamente.
XLIX
Veyrenc no habia ido a Paris para interesarse por las vicisitudes de la Brigada. Pero a las nueve y media de la noche, habiendo engullido hacia un buen rato la cena del hospital, no conseguia fijar su atencion en la pelicula. Irritado, alcanzo el mando a distancia y apago en televisor. Levanto la pierna, se sento en el borde de la cama, empuno la muleta y avanzo a paso comedido hasta el telefono de pared del pasillo.
– ?Comandante Danglard? Veyrenc de Bilhc. ?Tiene noticias?
– La hemos encontrado, a treinta y ocho kilometros de Paris, siguiendo al gato.
– No entiendo.
– El gato, que queria reunirse con Retancourt, joder.
– De acuerdo -dijo Veyrenc notando al comandante con los nervios de punta.
– Esta entre la vida y la muerte, vamos de camino a Dourdan. En letargia paraletal.
– Intente explicarme un poco, comandante. Tengo que saberlo.
?Por que?, se pregunto Danglard.
Veyrenc escucho el relato del comandante, mucho menos organizado que de costumbre, y colgo. Se puso la mano sobre la herida del muslo, experimentando el dolor con la punta de los dedos, imaginando a Adamsberg inclinado sobre Retancourt, tratando desesperadamente de arrastrar a su solida teniente hacia la vida.
Aquella que os salvo otrora del peligro
la veis yacer ahora al linde de la ausencia.
No cedais, mi senor, a la desesperanza,
pues los dioses, clementes, frenaran su venganza
y sus manos calmadas haran don de indulgencia
para aquel que consiga rescatarla del limbo.
– ?No estamos durmiendo todavia? No somos razonables -dijo la enfermera tomandolo del brazo.
L
Con las manos apretadas encima de las sabanas, Adamsberg permanecia en pie junto a la cama de