Retancourt, a quien seguia sin ver respirar. Los medicos habian inyectado, limpiado, aspirado, pero el no notaba el menor cambio en la teniente. Aparte del hecho de que las enfermeras la habian lavado de arriba abajo, le habian cortado y tratado el pelo, infestado de pulgas. Los perros, claro. Encima de la cama, una pantalla emitia debiles senales vitales que Adamsberg preferia no mirar, por si dejaba de emitirlas.
El medico tiro del brazo a Adamsberg y lo alejo de la cama.
– Vaya a reunirse con ellos, vaya a restaurarse, piense en otra cosa. Ya no puede hacer nada aqui, comisario. Ella tiene que descansar.
– No esta descansando, doctor. Se esta muriendo.
El medico desvio la mirada.
– No esta muy bien -admitio-. El calmante, Novaxon inyectado en altas dosis, ha paralizado todo el organismo. El sistema nervioso esta por los suelos, el corazon resiste no se sabe como. Ni siquiera entiendo que siga viva. Incluso si la salvamos, comisario, no estoy seguro de que recupere todas sus facultades mentales. Digamos que la sangre irriga el cerebro al minimo. Es el destino, trate de entenderlo.
– Hace ocho dias -dijo Adamsberg, a quien costaba separar las mandibulas-, salve a un tipo cuyo destino era morir. No hay destino. Ha aguantado hasta aqui, y seguira aguantando. Ya lo vera, doctor, es un caso que figurara en sus anales.
– Reunase con los demas. Puede pasar todavia dias en este estado. Llamare si hay cualquier novedad.
– ?No se le puede sacar todo, limpiar todo y volver a poner todo?
– No, no se puede.
– Perdone, doctor -dijo Adamsberg soltandole el brazo.
Adamsberg volvio hacia la cama, paso los dedos por los cabellos cortados de la teniente.
– Vuelvo pronto, Violette -dijo.
Era lo que Retancourt decia siempre al gato antes de irse, para que no se preocupara.
La alegria explosiva que reinaba en la sala del restaurante recordaba mas a una fiesta de cumpleanos que a un grupo de maderos sumido en la angustia. Adamsberg los miro un rato desde la puerta del comedor, a traves de las tenues luces de las velas, que les conferian a todos una belleza falaz, con los codos apoyados en el mantel blanco, los vasos circulando de mano en mano, las bromas rodando a ras del suelo. Muy bien, mejor, eso era lo que habia esperado, esa pausa fuera del tiempo, que usaban con exceso, sabiendo perfectamente que seria breve. Temia que su llegada hiciera caer esa alegria fragil, tras la cual las inquietudes se perfilaban como a traves de una ventana. Se forzo a sonreir mientras se aproximaba a ellos.
– Esta mejor -dijo sentandose-. Pasenme un plato.
Incluso a el, cuya mente habia quedado aferrada al cuerpo de Retancourt, la cena, el vino y las risas le hicieron algun bien. Adamsberg nunca habia sabido participar correctamente en una comida colectiva, y todavia menos festiva, incapaz de ocurrencias o de bromas rapidas. Al igual que un bucardo mirando pasar el tren a gran velocidad por el valle, asistia como oyente ajeno y conciliador a la turbulencia de sus agentes. Froissy, curiosamente, daba lo mejor de si en esos momentos, ayudada por la pitanza y un humor feroz, insospechable en tiempo de trabajo. Adamsberg se dejaba llevar, vigilando constantemente la pantalla de su movil. Que sono a las once cuarenta.
– Esta declinando -anuncio el doctor Lavoisier-. Optamos por una transfusion completa, es nuestra ultima posibilidad. Pero es del grupo A negativo y, vaya por Dios, las reservas quedaron vacias ayer por un accidentado en la carretera.
– ?Y donantes, doctor?
– Tenemos uno solo, y necesitariamos tres. Los otros dos estan de vacaciones. Estamos en Semana Santa, comisario, la mitad de la ciudad se ha largado, lo siento. Y si buscamos donantes en otros centros, sera demasiado tarde.
Se hizo un silencio brutal en la mesa, a la vista del rostro descompuesto de Adamsberg. El comisario abandono la sala corriendo, seguido inmediatamente por Estalere. El joven volvio unos instantes despues y se sento como un fardo.
– Transfusion urgente -dijo-. Grupo A negativo, pero no tienen donantes.
Adamsberg entro cubierto de sudor en la sala blanca en que el unico donante A negativo de Dourdan acababa su transfusion. Le parecio que las mejillas de Retancourt tiraban a azul.
– Grupo 0 negativo -anuncio al medico quitandose ya la chaqueta.
– Muy bien, tome usted el relevo.
– He bebido dos vasos de vino.
– Da lo mismo, a estas alturas.
Un cuarto de hora despues, con el brazo entumecido por el garrote, Adamsberg sentia su sangre fluir hacia el cuerpo de Retancourt. Estirado boca arriba a su lado, miraba fijamente el rostro de su teniente, pendiente del menor signo de regreso a la vida. Haz que. Pero por mucho que se concentrara y rezara a la tercera virgen, no daria mas sangre que cualquier otro. Y el medico habia dicho tres. Tres donantes. Como las tres virgenes. Tres. Tres.
La cabeza empezaba a darle vueltas, apenas habia comido. Aceptaba el vertigo sin disgusto, sintiendo que el hilo de sus pensamientos empezaba a disiparse. Se obligaba a mirar fijamente el rostro de Retancourt, notando que la raiz de su pelo era mas rubia que las mechas que le caian en la nuca. Antes nunca se habia fijado en que Retancourt se habia tenido de un rubio mas intenso que su color natural. Vaya ocurrencia, esa preocupacion estetica. Conocia mal a Retancourt.
– ?Va bien? -pregunto el medico-. ?No se marea?
Adamsberg hizo un signo negativo y volvio a sus vertigos. Rubio claro y rubio veneciano en el pelo de Retancourt, en el vivo de la virgen. O sea, calculo dificultosamente, que la teniente se habia tenido en diciembre o en enero, puesto que las raices claras habian crecido de dos a tres centimetros, que idea tan curiosa en pleno invierno, y el no se habia dado cuenta de nada. A el se le habia muerto el padre, y eso no tenia nada que ver. Le parecio que los labios de Retancourt se habian movido, pero no veia muy bien, quiza la teniente quisiera decirle algo, hablarle de ese vivo que le estaba creciendo en la cabeza, que le salia del craneo como los cuernos del bucardo. Maldita sea, el vivo. Lejos, oyo al medico hablar.
– Pare -dijo la voz, la del doctor Lariboisier, o como demonios se llamara-. No vamos a acabar con dos muertos en vez de uno. No podemos sacarle mas.
En el vestibulo del hospital, un hombre preguntaba a la recepcionista.
– ?Violette Retancourt? ?Donde esta?
– No se la puede visitar.
– Soy del grupo 0 negativo, donante universal.
– Esta en Reanimacion -dijo la mujer levantandose inmediatamente-. Sigame.
Adamsberg hablaba solo mientras le quitaban el garrote. Unas manos lo incorporaban, le hacian tragar agua azucarada, una inyeccion se plantaba en su otro brazo. La puerta de la sala se abrio, una mole vestida de cuero entro a toda prisa.
– Teniente Noel -dijo el grandullon-. Grupo 0 negativo.
LI
Ante la fachada del centro hospitalario, destacando en el universo desolado del pavimento de hormigon, un minusculo espacio de verdor parecia senalar que, a pesar de todo, habia que tener unas cuantas flores en algun sitio. En sus idas y venidas, Adamsberg habia localizado esa concesion vegetal de quince metros cuadrados, donde un par de bancos y cinco jardineras se apinaban alrededor de una fuente.
Eran las dos de la madrugada, y el comisario, restaurado y saturado de azucar, descansaba escuchando el chapoteo del agua, un sonido benefico que los monjes de la Edad Media habian utilizado por sus virtudes lenitivas.