Despues de que Noel acabara la ultima transfusion, los dos hombres habian observado la masa tumbada de Retancourt, uno a cada lado de la cama, como quien vigila un experimento quimico incierto.

– Ya empieza -dijo Noel.

– Todavia no -contesto el medico.

De vez en cuando, el impaciente Noel sacudia inutilmente el brazo de Retancourt, para acelerar el proceso, agitar la sangre, mover el sistema, reactivar la maquinaria.

– Venga, gorda, joder -le decia-, ponte las pilas, haz un esfuerzo.

Agitado, incapaz de permanecer sin gestos ni comentarios, iba de un extremo al otro de la cama: frotaba los pies de Retancourt para calentarselos, pasaba a las manos, comprobaba el gota a gota, le friccionaba la cabeza.

– No sirve para nada -acabo diciendo el medico, irritado.

El ritmo cardiaco se acelero en la pantalla.

– Aqui la tenemos -dijo el medico como quien anuncia la llegada de un tren a la estacion.

– Venga, gordi, animo -repitio Noel por decima vez.

– Queda esperar -dijo Lavoisier con esa brutalidad involuntaria de los medicos- que no se despierte idiota.

Retancourt abria debilmente los ojos, posando una mirada azul y estupida en el techo.

– ?Como se llama? -pregunto Lavoisier.

– Violette -dijo Adamsberg.

– Como la florecita -confirmo Noel.

Lavoisier se sento al borde de la cama, giro hacia el el rostro de Retancourt y le cogio la mano.

– ?Se llama Violette? -le dijo-. Si si, parpadee.

– Venga, gordi -dijo Noel.

– No se lo sople, Noel -dijo Adamsberg.

– No tiene nada que ver con soplarselo o no soplarselo -dijo Lavoisier exasperado-. Tiene que entender la pregunta. Callense, por el amor de Dios, tiene que concentrarse. ?Se llama usted Violette?

Pasaron unos diez segundos antes de que Retancourt parpadeara sin ambiguedad.

– Entiende -dijo Lavoisier.

– Pues claro que entiende -dijo Noel-. ?No puede probar con una pregunta mas dificil, doc?

– Esa ya es una pregunta muy dificil, cuando se vuelve de alli.

– Creo que estamos estorbando -dijo Adamsberg.

El teniente Noel no era capaz, como Adamsberg, de escuchar el rumor de la fuente. El comisario lo miraba ir y venir por el jardincillo, donde los dos policias parecian dispuestos como en la arena de un circo miniatura, iluminada a ras del suelo por luces azules.

– ?Quien lo ha avisado, teniente?

– Estalere me llamo desde el restaurante. El sabia que yo era donante universal. Es de esos tipos que recuerdan los detalles personales, si uno pone azucar en el cafe, si es A, B, 0. Cuenteme como fue, comisario, me faltan trozos de la historia.

Adamsberg resumio a su manera y en desorden los elementos que se habia perdido Noel desde que se habia ido a volar con las gaviotas. Curiosamente, el teniente, en principio un positivista primario, le hizo recitar dos veces la receta del De sanctis reliquis y se opuso a la idea de Adamsberg de abandonar a la tercera virgen, sin hacer ninguna broma acerca del hueso del gato ni del vivo de las doncellas.

– No vamos a dejar que se carguen a esa chica sin mover un dedo, comisario.

– Probablemente me equivoque al pensar que la tercera virgen ya habia sido elegida.

– ?Por que?

– Porque creo que al final la asesina escogio a Retancourt.

– Pero eso no tendria sentido -dijo Noel interrumpiendo su ronda.

– ?Por que? Corresponde a las exigencias de la receta.

Noel miro a Adamsberg en la oscuridad.

– Para eso, comisario, Retancourt tendria que ser virgen.

– Pero creo que lo es.

– Pues yo no.

– Seria usted el unico en pensarlo, Noel.

– No lo pienso, lo se. No es virgen. En absoluto.

Noel se sento en el banco, satisfecho, mientras Adamsberg tomaba el relevo dando vueltas por el jardincillo.

– Retancourt no le hace a usted confidencias -dijo.

– Con tanta bronca, acabamos contandonos muchas cosas. No es virgen y punto.

– Eso significa que la tercera virgen existe. En otro sitio. Y que Retancourt habia comprendido efectivamente algo que nosotros no hemos entendido.

– Y antes de saber que -dijo Noel-, va a llover bastante.

– Un mes, antes de que recobre todas sus facultades, segun «Lariboisier».

– Lavoisier -rectifico Noel-. Un mes para alguien de constitucion normal. Para Retancourt, ocho dias. Tiene su gracia, cuando lo pienso, que mi sangre y la de usted circulen por su cuerpo.

– Con la del tercer donante.

– ?A que se dedica el tercer donante?

– Cria rebanos de bueyes, por lo que he entendido.

– No se que resultado dara la mezcla -dijo Noel pensativo.

En la cama un poco fria del hotel, Adamsberg no podia cerrar los ojos sin verse tumbado y agarrotado junto a Retancourt, retomando el hilo de los pensamientos vertiginosos que se habian enredado durante la transfusion. El tinte de Retancourt, el vivo de la doncella, los cuernos del bucardo. Habia en el nucleo de esa madeja una alarma que no queria callar. Tenia que ver con la sangre que pasaba de el a ella, reactivando los latidos del corazon de la teniente, arrebatandosela a la muerte. Tenia que ver con los cabellos de la virgen, evidentemente. Pero ?que demonios pintaba en todo eso el bucardo? Eso le recordo que los cuernos de los bucardos no eran sino pelos muy comprimidos o, desde la otra perspectiva, que los pelos no eran sino cuernos muy sueltos. Eran la misma cosa. ?Y entonces? ?Y que? Tendria que recordarlo manana.

LII

Las campanas al vuelo de la iglesia despertaron a Adamsberg a las doce. No hay paraiso para los dormijosos, le decia su madre. Llamo inmediatamente al hospital y escucho el informe de Lavoisier, positivo.

– ?Habla? -pregunto Adamsberg.

– Duerme de verdad -dijo el medico-, y seguira asi bastante tiempo. Le recuerdo que sufrio tambien un traumatismo craneal.

– Retancourt habla en suenos.

– Si, murmura cosas de vez en cuando. Nada consciente ni muy inteligible. No se ponga nervioso.

– Estoy tranquilo, doctor. Solo me gustaria saber lo que murmura.

– Un poco la misma cancion. Unos versos muy conocidos, ?sabe?

?Versos? ?Retancourt sonaba con Veyrenc? ?O ese tipo la habia contagiado? ?Atrapando a todas las mujeres de su entorno una tras otra?

– ?Que versos? -pregunto Adamsberg irritado.

– Los de Corneille, que todo el mundo conoce.

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