LIV

Adamsberg espero bajo la lluvia a que sonara el angelus en el campanario de la iglesia de Haroncourt para empujar la puerta del cafe. Ese domingo, encontro alli a toda la asamblea al completo, reunida para la primera ronda.

– Bearnes -dijo Robert sin mostrar su sorpresa-, ?te vienes a tomar algo?

Una rapida mirada a Angelbert confirmo que el montanes seguia siendo bienvenido, pese a haber reventado una tumba en Opportune-la-Haute dieciocho dias antes. Al igual que la ultima vez, le hicieron sitio al lado del viejo y le acercaron un vaso.

– Tu has estado bien liado -afirmo Angelbert sirviendole vino blanco.

– Si, he tenido problemas. Problemas de madero.

– Asi es la vida -dijo Angelbert-. Robert es techador, tiene problemas de techador. Hilaire tiene problemas de charcutero, Oswald tiene problemas de agricultor, y yo tengo problemas de viejo. No es mejor, creeme. Tomate un trago.

– Ya se por que las dos mujeres fueron asesinadas -dijo Adamsberg obedeciendo-, y se por que abrieron sus tumbas.

– O sea que estas contento.

– No exactamente -dijo Adamsberg torciendo el gesto-. La homicida es una criatura terrorifica y no ha acabado su trabajo.

– Y va a acabarlo -dijo Oswald.

– Ya lo creo que si -marco Achille.

– Si, lo va a acabar -dijo Adamsberg-. Lo va a acabar, matando a otra virgen. La ando buscando. Y acepto que se me eche una mano.

Adamsberg vio todos los rostros volverse hacia el, todos sorprendidos por una declaracion tan poco circunspecta.

– Sin animo de ofender, bearnes -dijo Angelbert-, es mas bien asunto tuyo.

– No nuestro -marco Achille.

– Vuestro tambien. Porque es la misma asesina que mato vuestros ciervos.

– Te lo dije -susurro Oswald.

– ?Y como lo sabes? -pregunto Hilaire.

– Eso es asunto suyo -interrumpio Angelbert-. Si te dice que lo sabe es que lo sabe, y punto.

– Exactamente -dijo Achille.

– A cada una de las victimas se le ha asociado la muerte de un ciervo -prosiguio Adamsberg-. Mas exactamente el corazon de un ciervo.

– Para hacer que, a saber -pregunto Robert.

– Para extraer el hueso que hay dentro, en forma de cruz -dijo Adamsberg arriesgando el todo por el todo.

– Es muy posible -dijo Oswald-. Y es lo que pensaba Hermance. Hermance tiene un hueso.

– ?En el corazon? -pregunto Achille un poco extranado.

– En el cajon del aparador. Un hueso de corazon de ciervo.

– Hay que estar como una regadera para ir a buscar la cruz del ciervo -dijo Angelbert-. Eso son cosas de los tiempos antiguos.

– Pues habia reyes.de Francia que los coleccionaban -dijo Robert-. Para traerse buena salud.

– Lo que digo. Es de los tiempos antiguos. Ahora ya no se guardan.

Adamsberg vacio su vaso a su propia salud, celebrando interiormente la existencia muy real de un hueso en forma de cruz en el corazon de los ciervos.

– Sabes por que se queda con la cruz tu asesino -pregunto Robert.

– Ya te he dicho que es una mujer.

– Ya -dijo Robert con un mohin-. Pero sabes por que.

– Para poner esa cruz con el pelo de las virgenes.

– Bueno -dijo Oswald-. Es una perturbada. Para que le sirve, a saber.

– Para preparar una mixtura que le de la vida eterna.

– Joder -murmuro Hilaire.

– Por una parte, no esta mal -observo Angelbert-. Por otra, es discutible.

– ?En que es discutible?

– ?Te imaginas, mi pobre Hilaire, si tuvieras que vivir para siempre? ?Que harias cada dia? No vamos a estar tomando vinos durante cien mil anos, ?o si?

– Es verdad que es mucho -observo Achille.

– Matara a la proxima mujer -prosiguio Adamsberg- cuando haya matado al proximo ciervo. O al contrario, no tengo ni idea. Pero no me queda mas remedio que seguir la pista de la cruz del corazon. Quisiera que me avisarais en cuanto maten otro ciervo.

Se hizo un silencio de plomo, un silencio compacto como solo los saben crear y soportar los normandos. Angelbert sirvio la segunda ronda haciendo tintinear el cuello de la botella con cada vaso.

– Pues ya esta hecho -dijo Robert.

Hubo un nuevo silencio, y cada cual tomo un sorbo, salvo Adamsberg, que miraba a Robert, sobrecogido.

– ?Cuando? -pregunto.

– No hace ni seis dias.

– ?Por que no me llamaste?

– No parecia interesarte -dijo Robert enfurrunado-. Solo pensabas en la sombra de Oswald.

– ?Donde se produjo?

– En el Bosc des Tourelles.

– ?Lo mataron igual que los demas?

– Todo igual. Con el corazon al lado.

– ?Cuales son los pueblos mas cercanos?

– Campenille, Troimare y Louvelot. Mas alla, vas hacia Longeney por un lado, o a Coucy por el otro. Tienes donde escoger.

– ?No ha habido ninguna mujer accidentada desde entonces?

– No.

Adamsberg respiro aliviado y tomo un sorbo.

– Bueno, esta la vieja Yvonne, que se pego un trompazo en el puente viejo -dijo Hilaire.

– ?Muerta?

– Si por ti fuera, todo el mundo estaria muerto -dijo Robert-. Se rompio el femur.

– ?Me puedes llevar manana?

– ?A ver a Yvonne?

– A ver el ciervo.

– Esta enterrado.

– ?Quien tiene las cuernas?

– Nadie, ya se le habian caido.

– Me gustaria ver el lugar.

– Eso podria ser -dijo Robert adelantando su vaso para la tercera y ultima ronda-. ?Donde vas a dormir? ?En el hotel o donde Hermance?

– Seria mejor que durmiera en el hotel -dijo Oswald en voz baja.

– Seria mejor -marco el marcador.

Y nadie explico por que ya no podia uno alojarse en casa de la hermana de Oswald.

LV

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